Por la crisis, crecen los mercados en negro en Bahía
La Nueva
Indumentaria, gastronomía y transporte son algunos de los rubros afectados, Representantes de entidades formales plantean sus quejas. Y, también, hay otras historias.
“Esta semana hubo una reunión en la Cámara de Comercio como hacía mucho tiempo no teníamos, pensando en cómo vamos a sobrellevar estos 3 o 4 meses que vienen, porque creemos que va a haber una mortandad importante de negocios”. La frase, contundente, pertenece al titular de esa entidad en Bahía Blanca, Martín Garmendia.
“Se combinan problemas: altas tasas de interés, fuertes aumentos en los servicios, subas en alquileres, menor capacidad de compra de la gente y, a eso, le sumamos los emprendimientos comerciales de quienes no tienen estos costos”, dijo.
Indumentaria, zapatería e incluso bijouterie o comidas vía delivery forman parte de los rubros que más crecieron en el mercado en negro.
El fenómeno, como en otros sectores, es una flecha de dos puntas. Por un lado, quienes intentan encontrar un rebusque en la venta diaria; por el otro, el cliente que cuida su bolsillo y va detrás de los mejores precios, sin preocuparse por la informalidad.
“Hay que decir con todas las letras que esto es una crisis. No sé si igual, mejor o peor que 2001, pero lo es. Y ahora se agregan las redes sociales. Cualquiera escribe que necesita un taxi trucho y tiene 10 ofertas en 20 minutos”, graficó Garmendia.
También apuntó contra el incremento de la venta ambulante. Algunos se encuentran regulados desde hace varios años, pero la Cámara nota un desborde.
“Esta semana, al pie del monumento a Rivadavia había una persona vendiendo ropa. Uno ve muchos más vendedores ambulantes y, en algunos casos, venden productos similares a los negocios con todo en regla, a un precio menor porque no tienen nuestros costos”, mencionó.
“La Municipalidad debe tomar medidas, hay ambulantes que vienen a esta ciudad porque creen que acá no se hacen cumplir las normas”.
Para el dirigente, lo que ocurre es esperable.
“No los justifico para nada, ¿pero cómo hace esa gente sin trabajo para comer y dar de comer a su familia? Aquel que se quedó sin trabajo y es honesto, en el sentido de que no va a agarrar un revólver para salir a robar, seguramente pensará en este tipo de salidas”.
Garmendia también apuntó contra la moda de los showrooms. Por ejemplo, gente que trae ropa de La Salada o en algunos extremos desde países limítrofes o Miami, y vende en sus casas.
“Ese es uno de los temas más complejos porque un inspector no puede meterse en una vivienda particular, tampoco la policía sin orden de allanamiento”, comentó.
Sí lograron, afirmó, que estas actividades no se realicen en clubes.
“No pueden hacer un showroom con el argumento de que están juntando fondos para solventar tal o cual disciplina”, dijo.
Y cerró: “Si bien no pasa en Bahía, en muchas ciudades ya se está liquidando indumentaria de invierno, pese a que todavía no empezó el invierno. El comerciante prefiere el dinero y no entrar en una rueda de conflictos financieros”.
En los panificados
La elevada informalidad local en el sector de panificados, apuntalada en parte por los elevados niveles de pobreza y marginalidad presentes en la ciudad, es un serio perjuicio para la industria panadera de Bahía Blanca.
Así lo dio a conocer Lisandro Melinsky, miembro del Centro de Industriales Panaderos de Bahía Blanca y Comarcal Sur.
“Siempre ha habido gente que cocina tortas para festejos o para postres en sus casas, pero eso no es lo preocupante desde nuestro punto de vista. Lo que percibimos en este último tiempo es la aparición de fábricas clandestinas que producen pan y facturas a mediana y gran escala”.
En tiempos de bolsillos ajustados, proliferan en la ciudad y en el resto del país verdaderas “industrias” dedicadas a la fabricación y hasta venta mayorista de productos panificados que carecen de los mínimos requisitos legales e impositivos para poder funcionar, lo que les permite ofrecer el pan a costos muy por debajo de los que deben afrontar quienes tienen todo en regla.
“Detectamos panaderías habilitadas o que en su momento estuvieron habilitadas, en su mayor cantidad periféricas, y no pagan ningún impuesto y tienen a sus empleados en negro. De ese modo reducen considerablemente los costos y venden los productos más baratos. Y también tenemos los clandestinos, que son aquellos que adquieren las máquinas necesarias y las montan en un garaje o en un galpón de sus propias casas. En lo personal, me pasó con ex empleados, que crearon una panadería en sus casas y pasaron a ser competidores míos”, agregó Melinsky.
Y amplió: “En el Centro Industrial de Panaderos estimamos que alrededor del 40 por ciento del pan que se vende en los comercios de la periferia de nuestra ciudad proviene de la clandestinidad, lo cual afecta seriamente al sector que trabaja como corresponde”.
“El escenario es complejo, porque estas industrias se ubican en barrios periféricos, donde se concentra la gente que sufre más necesidades y tiene un elevado consumo de pan por familia. Así, les venden el producto a un precio menor, pero no cumplen con las exigencias mínimas de salubridad, y mucho menos las exigencias en materia laboral e impositiva”.
El kilo de pan, en una panadería formal, oscila entre los 47 y 60 pesos. Y en las despensas, aún revendiendo, está entre 35 y 40.
“Eso marca que están comprando y revendiendo a mucho menor costo del que tenemos los panaderos inscriptos. Es imposible competir, porque nosotros ya no tenemos más margen de reducción de costos”.
Para Melinsky, combatir esta informalidad es muy complicada y por ello, en su opinión, es primordial la concientización.
“Hicimos una campaña denominada el “Pan Pirata”, alertando sobre los riesgos de comprar y consumir esos productos, porque en los lugares que se hacen no se tienen en cuenta la limpieza ni las reglas de la manipulación de alimentos. Nosotros apuntamos a que todas las despensas o almacenes exhiban una credencial habilitante de sus proveedores, para que así también puedan ser inspeccionados y se pueda comprobar dónde adquirieron esos productos”.
“Si a la gente que trabaja en blanco le dieran los números, seguramente no se pasarían al negro. Allí es dónde se perciben los efectos de estas crisis económicas”, cerró Melinsky.
En la alimentación
El doctor Mario Jouglard, ex presidente del Colegio de Veterinarios de la provincia de Buenos Aires, Distrito VII, y titular del Departamento de Bromatología de la Municipalidad, reconoció un crecimiento en la venta de productos alimenticios por vías no tradicionales.
“No tenemos comprobado que proliferen las carnicerías o rotiserías clandestinas, pero estamos percibiendo un aumento considerable de la venta de productos por redes sociales, que son prácticamente imposibles de combatir. Hay mucha oferta de Facebook e Instragram sobre todo”, puntualizó. Jouglard se refirió a los peligros que conlleva consumir estos alimentos.
“La venta de mercadería sin control trae aparejados riesgos sanitarios. Generalmente quienes lo producen no tienen cursos de manipulación de alimentos ni los cuidados de limpieza necesarios”.
Agregó: “Sin ir más lejos, todos los brotes de triquinosis se generan por venta de chacinados y carnes de cerdo sin control. La venta por redes sociales masifica la cuestión, porque la oferta llega prácticamente a todos los hogares”.
“No se pueden llevar estadísticas oficiales porque generalmente no se denuncian los casos de intoxicación, ya que la gente que adquiere vía redes sociales sabe de los riesgos de comprar productos caseros y, pese a ello, igual los adquiere. A veces, ni siquiera asocian una cosa con la otra”.
En el transporte
Uno de los rubros que más siente el impacto del crecimiento de la informalidad en el transporte son los taxistas y remiseros.
“Por la cantidad de taxis truchos e ilegales se está poniendo en riesgo la fuente laboral de 1.500 bahienses”, dijo el titular del Centro de Propietarios de Taxis, Roberto De Barrenechea.
Según el referente de los taxistas el problema se arrastra desde el año 2000 y se sigue agravando con el paso de los sucesivos gobierno municipales.
“Ahora estamos en un punto donde analizamos cortar la ciudad para poner en evidencia lo que está pasando, porque no hay controles ni nadie que pueda para a los taxis ilegales”, se quejó.
También dijo que la diferencia con años anteriores es que la falta de empleo se hace cada vez más evidente y que eso genera una crisis más notoria en el sector. Al mismo tiempo recordó que el año pasado se aprobó una nueva ordenanza que surgió tras un acuerdo entre rivalidades históricas como los taxistas y remiseros.
“Se hizo con el objetivo de combatir a los ilegales, pero la realidad es que al no estar reglamentada y la inacción del Municipio por la falta de controles callejeros no generó ningún efecto”.
Por último recordó que presentaron varias denuncias con patentes, fotos y números de teléfono de quienes trabajan como taxistas con autos particulares pero que muchos siguen trabajando sin que alguien de la comuna lo impida.
“A nosotros se nos exigen muchísimas cosas y no se nos protege de esta competencia desleal”, sostuvo.
Los taxistas ilegales no son más que desocupados que ponen sus autos particulares para convertirlos en un medio de transporte paralelo a los taxis o remises, pero a precios mucho más bajos. Eso los convierte atractivos para una gran cantidad de gente. Incluso hay padres que usan esos servicios para que sus hijos vayan a la escuela.
“Hay combis truchas y muchos taxi haciendo ese trabajo. Lo que hacemos quienes prestamos un servicio en regla es denunciar al Municipio”, contó Juan Cenci, dueño de una combi de un transporte escolar que funciona de manera legal.
Días atrás, representantes del Centro de Propietarios de Taxis y referentes de los remiseros fueron al Concejo Deliberante a pedir cambios en la ordenanza que regula ambas actividades. Entre las modificaciones que piden se incluye el ploteo de todos los autos. Y en el fondo explicaron que la lucha es contra los cientos de taxis y remises truchos que deambulan por la ciudad y que según dijeron “les roban el trabajo y son una competencia desleal”.
“Hay más taxis y remises truchos que legales en estas calles. Para controlarlos se necesitarían muchos más inspectores que los que tienen destinados para ese fin”, se quejó el referente de taxistas (legales) Roberto de Barrenechea.
Experiencias al margen de la formalidad
A través de las redes sociales, “La Nueva.” contactó a varias personas que se ganan la vida al margen del mercado laboral formal.
Aunque todos son conscientes de esa situación, esgrimen que la falta de trabajo, o bien la escasa remuneración que obtienen en ellos, los obliga a desarrollar esta labor.
Estos son los testimonios:
--Carla (28): “Viajo cada 15 días a La Salada para comprar ropa, que después revendo entre mis amigos o bien a gente que contacto vía redes sociales. Una vez me puse a sacar números y es imposible que gane la misma plata abriendo un negocio. Obviamente que corro riesgos, porque en éstas épocas es imposible vender al contado y todos piden cuotas. En ese caso, intento que la primera cuota cubra el valor que pagué yo la prenda para, al menos, no salir perdiendo si esa persona desaparece”.
--María Eugenia (42): “Yo tengo un trabajo formal, pero en mis tiempos libres preparo tortas para cumpleaños. Hice un curso de decoración y las cocino en mi casa. Obviamente que salen más baratas que en una panadería, pero tengo dos problemas: no las puedo hacer de un día para el otro y tampoco tengo la capacidad para hacer varias a la vez. De promedio, vendo dos o tres por fin de semana y eso me permite un ingreso extra”.
--Yamila (41): “Yo soy empleada y el sueldo no me alcanza. Entonces empecé a hacer viandas, que se las suelo vender a mis conocidos. Todo lo que vendo es cocinado y entregado en el momento para evitar correr riesgos con la cadena de frío. Busco productos en oferta para generar los menúes y, de esa manera, hacer un poco más de diferencia”.
--Rocío (32): “Me dedico a vender tecnología, que compro en el exterior. Hasta ahora nunca tuve problemas con la Aduana. Voy a Chile o a Miami. Generalmente traigo productos pequeños, como teléfonos de última generación o netbooks, y les hago una buena diferencia, porque aquí son mucho más caros. En uno de mis últimos viajes a Estados Unidos conocí a una chica que viaja para comprar ropa en los outlets y revenderlas, porque aquí son marcas de vanguardia”.
--Estela (50): “Yo trabajaba en una rotisería y cerró. Con mi marido decidimos invertir el dinero de la indemnización y un crédito que pedimos para comprar un poco de maquinaria. Y en el garaje de nuestra casa hacemos milanesas, hamburguesas y arrollados de pollo. Vía Facebook hicimos una clientela bastante grande, que nos permite sobrevivir”.
--Iris (35): “Me quedé sin trabajo y con mi marido, para sumar un poco más al sueldo de él, vamos al mayorista a comprar productos alimenticios que después separamos para armar una especie de canasta básica. Le ponemos fideos, arroz, aceite y esa clase de productos no perecedores y la ofrecemos por Facebook”.
--Laura (31): “Tengo dos hijos y desde febrero que estoy desocupada. Llevo a los hijos de mis amigas a la escuela, al club, a bailar los sábados a la noche o adonde me pidan. Gano unos 8.000 pesos mensuales y solo llevo conocidos”.
--Alberto (53): “Hace 3 años que se fundió la empresa en la que trabajaba y no consigo trabajo. Llevo jubilados a cobrar al banco, los espero y los vuelvo a dejar a salvo en sus casas”.
--Silvina (53): “Me dedico a vecinos de la periferia al hospital o al centro. Les cobro 17 pesos el kilómetro y vivo rogando que no se me rompa el auto para poder trabajar. Sé que lo que hago está fuera de la ley pero no me queda otra. Muchas madres prefieren dejar a sus hijas adolescentes en mis manos cuando vuelven de bailar a que las lleve un desconocido en un taxi”.