Mileuristas, diez años después
Fue considerada como la primera generación de los 1.000 euros en España. Han llegado a la edad adulta formando hogares en medio de la crisis más dura desde la Guerra Civil
Su nuevo orden es la inseguridad. La sensación de una vida en el alambre permanece, a pesar del crecimiento económico
La generación de los mil euros
Generación 'nimileurista'
Amanda Mars -
El País
Mireia Baixauli, 17 años, apenas recuerda España antes de la crisis. / GIANFRANCO TRIPODO
El mileurista es aquel joven, de 25 a 34 años, licenciado, bien preparado, que habla idiomas, tiene posgrados, másteres y cursillos (…) Ahora echa la vista atrás y quiere sentirse satisfecho, porque al cabo de dos renovaciones de contrato le han hecho fijo, en un trabajo que de alguna forma puede considerarse formal (…) Lo malo es que no gana más de 1.000 euros, sin pagas extras, y mejor no te quejes…”.
Así bautizó Carolina Alguacil el fenómeno económico que en la España del milagro iba a marcar a la generación más formada de su historia. Cuando Carolina escribió esta carta al director de este periódico, en 2005, la economía crecía tendida al sol y cientos de miles de universitarios se habían topado con que no había tantos trabajos cualificados para todos ellos. La ley de oferta y demanda había recortado su sueldo, el flamante euro lo había encarecido todo, la burbuja inmobiliaria se había hinchado hasta la aberración y esos 1.000 euros de jornal se antojaban miserables. Precios europeos con salarios españoles y un boom del ladrillo. Así es como el poder adquisitivo medio de los españoles logró la anomalía de bajar en plena bonanza. Ahora han pasado diez años, dos recesiones y se han evaporado 3,7 millones de puestos de trabajo; la crisis más dura desde la Guerra Civil. La vivienda pinchó, las cajas de ahorros desaparecieron, España pidió un rescate para la banca… Hasta el bipartidismo político, que parecía inmutable, se ha puesto en solfa. En mitad de esa década, China se colocó por delante de Japón como segunda potencia económica. Y la palabra mileurista, esa que Alguacil barruntó un día en un piso compartido de Barcelona, se ha incorporado con toda solemnidad al Diccionario de la Real Academia Española de la lengua. Solo que ahora brotan otros palabros: seiscientoseuristas, nini, yayoflauta…
–¡Max, compórtate como un perro civilizado!
Carolina llega despacio por la explanada de Madrid Río, con la catedral de la Almudena a lo alto, en uno de esos días de frío y sol tan mesetarios, a punto de terminar el mes de febrero. Un perro de mil razas, torpe y con cara de bueno la acompaña. A Max se lo encontró en una calle de Córdoba y lo llevó a su casa. Ahora la obedece y, sí, se sienta muy civilizadamente durante la conversación. No sabe el animal que dentro de poco va a ser un perro destronado, que su dueña camina lenta porque al cabo de unos días dará a luz a su primer hijo, una niña: Nora.
Los mileuristas se han hecho mayores. Carolina tiene 37 años, se ha casado, ha perdido un trabajo, ha encontrado otro, ha ganado más de 1.000 euros, menos, nada… En 2008 se mudó a Córdoba porque su chico, ingeniero, encontró allí un empleo en el sector de las energías renovables. Ella se llevó el suyo de Barcelona en la mochila, porque era en una empresa de negocio digital. Pero las cosas se torcieron en 2012, cuando las renovables entraron en crisis, y la compañía de su pareja, en barrena. Estuvieron un año sin pagarle y, al final, quedó en la calle. La compañía digital de ella también empezó a tambalearse. Cuando estaban con el agua al cuello, Carolina encontró un empleo en Madrid, en una firma de contenidos digitales, y se mudaron en marzo de 2013. Él encontró otro proyecto.
Fernando Ángel Moreno, profesor de la Complutense de 44 años, gana 1.480 euros limpios. / GIANFRANCO TRIPODO
–¿Sigues siendo mileurista?
–Los dos ganamos ahora más de 1.000 euros, afortunadamente, pero lo suyo es un contrato por obra que en teoría acaba en septiembre, así que…
–¿Vivís bien?
–Hemos vivido de mi sueldo durante un tiempo y eso se te queda, gastamos poco, ahorramos porque sabemos lo que puede venir. Al poco de llegar nos cambiamos de un piso de 800 euros a uno de 650. Vivimos bien, no renunciamos a cierto ocio, a comer fuera con los amigos algún fin de semana, pero no nos damos lujos. Yo creo que esto es general, ahora hay más conciencia para gastar menos…
Ha aprendido que el progreso tiene poco de ley natural: “Las cosas no tienen por qué ir de menos a más: de becario a trabajador temporal, luego fijo… No tiene por qué ser así, ahora lo sabemos, pero nuestra generación lo ignoraba y eso generó mucha frustración”, dice. “Ahora hay que estar preparados para bajar”.
Muchos entrevistados lo han llamado igual, de una forma sencilla y brutal: “Bajar”. Bajar todo: sueldo, patrimonio, expectativas. La recesión ha terminado, pero la angustia tardará en desaparecer en una sociedad con aún 5,4 millones de personas sin empleo, el 24% de su población activa. “El miedo no se ha ido, quien ha perdido el trabajo en esta crisis seguirá temiendo perderlo otra vez, aunque vea que la situación general mejora”, advierte el sociólogo Luis Garrido, catedrático de la UNED. Uno de los legados de la Gran Recesión es la sensación de inseguridad, la incertidumbre o, más bien, la certidumbre de que se puede “bajar” en cualquier momento.
La devaluación salarial se ceba, de hecho, en los que han encontrado ocupación después de perder otra mejor pagada. Según la Fundación de Estudios de Economía Aplicada (Fedea), el recorte en términos reales ha llegado al 17% para hombres y al 14% para mujeres en cinco años. El grueso del empleo que se crea, además, es temporal y la rotación en los fijos ha subido un 23% desde 2011. Despedir es más barato, no solo por la reforma laboral, sino porque la indemnización se calcula sobre salarios más bajos.
Tener trabajo ya no equivale a ganarse la vida, así que la profesora Montserrat Jiménez, de 40 años, tiene dos. Se siente miembro de pleno derecho del club de los españoles que se han empobrecido, que han “bajado”. “Hace 10 años, como becaria predoctoral, cobraba 1.500 euros, y en la estancia en el extranjero podía subir a 1.800. Mi situación se ha visto degradada”. Doctorada, especializada en latín, trabaja como profesora asociada de lengua castellana en la Universidad Complutense. Tres horas de docencia y tres de atención a alumnos semanales en la uni por 270 euros limpios. Además, enseña italiano en la Escuela Oficial de Idiomas por otros 800. Pero en verano pierde esos ingresos. Vive en un piso compartido por unos 500 euros con los gastos.
El miedo no se ha ido, quien ha perdido el trabajo en esta crisis seguirá teniendo miedo a perderlo otra vez”
“Soy mileurista y casi me siento privilegiada. Pero tengo dos trabajos. Estoy como asociada porque no hay plaza de otra cosa”, explica. Montserrat ve también la precariedad a la que se enfrentan sus alumnos de la Complutense, una universidad peleona, reivindicativa, cuyos profesores y estudiantes han llevado a cabo clases en la calle como forma de protesta.
Fernando Ángel Moreno, profesor de Filología y Teoría Literaria, es uno de los que han sacado las clases a las plazas. Ninguno de sus alumnos más brillantes se queda en España, lamenta. “A los jóvenes hoy se les exige muchísima formación para lo que luego se les ofrece. Los que son buenos, muy buenos, se van. Y con los recortes en educación va a ir a peor”.
La estabilidad laboral, esa a la que tradicionalmente han aguardado los españoles para formar familias, no llega en la forma en la que se la concebía, aunque se apure el reloj biológico. Esto es, dice Carolina Alguacil, lo que ve a su alrededor, en los primeros mileuristas que han creado hogares en medio de la crisis. “Si hago una media entre los que me rodean, muchos han formado familias, pero con otra mentalidad, sabiendo que hay que vivir al día, sin la seguridad como antes la entendíamos”.
Los españoles son campeones en retrasar la maternidad, con una media de 30 años para el primer hijo. Y, con la crisis, han recuperado una de las tasas de nacimientos más bajas del mundo, que antes con el baby boom y la inmigración habían mejorado, según explica Teresa Castro, demógrafa del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC). La media de hijos ha pasado de 1,46 a 1,27 entre 2008 y 2013. Y las proyecciones de natalidad y migración señalan, según Castro, “que no vamos a crecer como país, más bien vamos a decrecer”. Solo en Macao, Hong Kong, Corea del Sur, Singapur, Portugal, Bosnia-Herzegovina, Grecia y Polonia se tienen menos hijos, según datos del Banco Mundial de 2013.
En El precariado. Una nueva clase social, Guy Standing habla de la inseguridad como un rasgo distintivo respecto al viejo proletariado: no tienen un salario estable, ni predecible. “Tres de mis amigas tienen hijos, pero con trabajos temporales o de freelance. Son trabajos sólidos en el sentido de que tienen una continuidad, pero no son seguros como antes”, apunta Carolina, y apostilla: “¿Comprar un piso? Salvo que tengas mucho capital, no lo veo una opción, no te puedes anclar a ese compromiso”.
Juan Alberto Guirao tiene 24 años y dejó su máster para empezar a trabajar en un McDonald’s porque no logró la beca solicitada. / GIANFRANCO TRIPODO
Los mileuristas de 2005 protestaban por su derecho a una vivienda digna. Llegaron a hacer falta hasta ocho años de renta de una familia para pagar una casa. “Pero ahora siguen haciendo falta seis años porque las rentas disponibles han bajado mucho”, advierte José García Montalvo, catedrático de la Universidad Pompeu Fabra (UPF).
“Cuando nació el concepto, los mileuristas eran una gente que aspiraba a dejar de serlo. Ahora hay un sentimiento fatalista”, explica José Luis Nueno, de la escuela de negocios IESE. Eso se nota en el mercado, dice este experto en consumo: “El aspecto del low cost es mucho más digno porque una cosa es ofrecer algo, entre comillas, cutre a alguien que cree que está en una situación transitoria y otra hacerlo a familias que creen que van a estar así siempre o incluso a exricos”.
Carolina Alguacil creció en Colmenar Viejo (Madrid) en una familia de seis hijos. El sueldo de aparejador de su padre dio para mantener a toda la familia y para que todos estudiaran. “Nosotros heredamos la actitud de nuestros padres, que era la de ‘fórmate bien para encontrar un buen empleo fijo’. Pero las cosas no eran así”, apunta.
–¿En qué se diferencian los mileuristas que ahora tienen veintitantos?
–Nosotros no éramos conscientes de lo que se nos venía, pero ahora la gente joven sí lo sabe y está aún más preparada, trabajan muchísimo, nosotros también lo hacíamos, pero ellos… Ellos, por decirlo de alguna forma, salen a matar, ¿entiende?
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Me llamo Juan Alberto Guirao García, tengo 24 años y he tenido que abandonar mis estudios a mitad de curso por no poder pagarlos tras quedarme sin beca, para ponerme a trabajar en un McDonald’s (…) Tirando de mis pocos ahorros y con la ayuda que mis padres me podían ir dando, fui aguantando los primeros cinco meses en Madrid mientras esperaba que la beca me fuera concedida. Pero eso nunca llegó a suceder. El día de Nochebuena, el 24 de diciembre, estando en la biblioteca estudiando para los exámenes de enero, recibí la notificación de la resolución por correo electrónico. La abrí, la leí y recogí mis libros. Esa fue la última vez que toqué mis apuntes del máster”.
La carta iba dirigida simbólicamente al ministro de Educación, José Ignacio Wert, pero Juan la envió también a través de redes sociales y a EL PAÍS. No quiere parecer lastimero. Lo repite de varias formas a lo largo de la conversación en un café del centro de Madrid, cerca del local de Gran Vía en el que trabaja. Y, sin embargo, sí suena amargo. “No somos mileuristas, el concepto ahora es otro: somos trabajadores pobres, ya me gustaría a mí ganar 1.000 euros, pero ahora el mileurismo es ganar 700, 800 euros…”.
Su sueldo se queda en 450 mensuales porque trabaja 20 horas a la semana. Es uno de tantos contratos a tiempo parcial no deseados, por eso se les conoce como subempleos.
Ya no somos mileuristas, el concepto ahora es otro: somos trabajadores pobres"
Con padre carpintero y madre ama de casa, siempre estudió con beca, se graduó en Trabajo Social en Murcia y en octubre comenzó en Madrid un máster de 8.000 euros sobre su área en la Complutense. “Hay gente que cree que ya no tengo por qué tener beca del Estado para un máster, pero para mí eso prueba que no hay igualdad de oportunidades: si tuviéramos más dinero yo ahora seguiría estudiando allí, como mis compañeros”, recalca.
En España familias con diferencias económicas abismales se han identificado tradicionalmente como clase media, pero Juan no ve ahí su sitio. El suyo es un caso de sobrecualificación de manual.
Montalvo, de la UPF, estudia este fenómeno desde hace años y ve un cambio crucial. En 2005, los jóvenes que afirmaban tener un empleo inferior a su nivel de formación eran el 42%, y en 2011 bajó al 28%. Se han destruido empleos poco cualificados, pero además se ha disparado el número de jóvenes a los que no les importa tener un trabajo adecuado a su nivel académico: del 12% en 2005 al 48% en 2011, según datos de Madrid y Barcelona. “Tres años después ya no se sienten sobrecualificados, eso significa que han rebajado sus expectativas. Es dramático”, lamenta el profesor al analizar su último trabajo, financiado por Recercaixa. “Nuestra economía está basada esencialmente en el turismo y servicios y el nivel del empresariado español es más bajo que el de la media de la sociedad, eso hace que se valore menos la formación”, añade.
¿Se rebelarán los jóvenes? “¡Cómo se van a rebelar! El mileurista ya no se mide con el que gana 1.500 o 2.000 euros, se compara con el parado, el que no tiene nada, y su posición relativa ha mejorado”, apunta Luis Garrido.
Carolina Alguacil creció en Colmenar Viejo, en un hogar con seis hermanos sostenido con el único sueldo de su pare, aparejador. / GIANFRANCO TRIPODO
Rubén del Campo, por ejemplo, se siente en buena situación. Estudió Biología, hizo un máster en biodiversidad y ahora, con 25 años, está enfrascado en una tesis sobre la ecología del río con una beca salario de entre 980 y 1.024 euros, en función del mes. “Soy con diferencia de los que están mejor, muy poca gente tiene trabajo de algo relacionado con los estudios, otros buscan prácticas en empresas…”, dice. Y tiene esperanzas de encontrar empleo a medio plazo.
De los 3,7 millones de empleos perdidos, 2,5 millones son de menores de 30 años. Pero el mileurismo y su particular declive “no tiene que ver solo con la crisis, hay cosas estructurales, previas a este declive, y que tampoco van a desaparecer con la recuperación”, advierte Josep Oliver, catedrático de Economía de la Universidad Autónoma de Barcelona.
Hay un dato clave: la mano de obra disponible en la economía mundializada se ha triplicado en las tres últimas décadas. “Eso produce un fuerte choque en los salarios, como ya estuvo ocurriendo entre 2001 y 2005, pero en la crisis emerge con una fuerza brutal. Y el cambio tecnológico también va a destruir empleo”, advierte el profesor.
En 2001, la estadounidense Lear Corporation decidió cerrar su fábrica de Cervera (Lleida), una planta de cableado para automóviles que daba trabajo a 1.280 personas. Tenía beneficios, pero trasladó la producción a Polonia para ahorrar costes alegando que su competencia lo había hecho y que, si no deslocalizaban, tenían los años contados. Muchas fábricas cerraron así, pero quedó amortiguado por un boom crediticio que disparó la economía. Luego, el crédito se hundió, pero aquellas factorías no regresaron.
¿Comprar un piso? Salvo que tengas mucho capital, no lo veo una opción, no te puedes anclar a ese compromiso”
“Hay una gran paradoja en la globalización: estamos trasladando la producción a otros países para poder fabricar de forma barata cosas que puedan comprar nuestros parados”, destaca Nueno.
–¿Te has arrepentido de estudiar Trabajo Social?
Juan pone de repente la cara muy aniñada, sorprendido por la pregunta.
–No. Nunca…, aunque sí pienso mucho en el futuro. Cuando empezamos la carrera nos dijeron que en ese trabajo no podíamos aspirar a hacernos ricos, pero yo solo quería un trabajo con un sueldo que me dejara vivir.
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Tengo 17 años y aún no soy miembro del censo electoral, pero como más jóvenes de mi edad este año nos estrenaremos en las urnas. Imaginaos, veteranos, si es difícil una primera elección. Tenemos varias alternativas y no sé cuál es peor: unos que nos llevaron a la crisis; otros que están hundidos hasta las cejas de corrupción, y los últimos, que van de salvadores de España, gritando al cielo valores, sin saber ni ellos mismos llevarlos a la práctica. Solo espero que la mía no sea otra generación perdida (…)”.
Mireia Bauxauli conoce el concepto de mileurismo prácticamente desde que tiene uso de razón y el primer presidente que recuerda es Zapatero, pero apenas tiene memoria de la España del milagro. Sí sabe cuándo percibió los primeros embates de la crisis, no tenía más de diez años. “Fue en clase, cuando algunos padres se quedaron sin trabajo y muchos compañeros dejaron el colegio porque no podían pagar las cuotas”.
–¿Y ahora qué decís en tu clase?
–Cuando empezó la crisis había gente que decía: “Para qué voy a estudiar si no encontraré trabajo”. Pero ahora la mayoría lo dice al revés, que van a estudiar más porque hay muy pocos trabajos y así también podrán irse al extranjero. Los profesores nos dicen que no basta con sacar buenas notas, que tenemos que sacar las mejores porque no hay tanto empleo.
Esa hambre por salir adelante de la que hablaba Carolina Alguacil lo irradia esta chica de Picassent (Valencia) que mandó su carta a EL PAÍS, que se debate entre estudiar Periodismo o Administración y Dirección de Empresas y entre votar o no votar. Ha terminado los exámenes, tiene una nota media de 8,2, pero el cuerpo lleno de inquietud.
El mundo que Mireia conoce ofrece llamadas gratis, cultura accesible por Internet, plataformas alternativas de transporte… El bajo coste en prácticamente cualquier ámbito. Pero, al mismo tiempo, su generación es la que tiene definitivamente claro que no va a ser fácil vivir igual o mejor que sus padres.
Son temores fundados, muy fundados. “La riqueza se está concentrando en la parte alta de los salarios”, advierte Josep Oliver, pero el profesor insiste en que esas “fuerzas exteriores” de la globalización sí se pueden contrarrestar. “Unas políticas fiscales más agresivas para reducir los desequilibrios y una mayor apuesta por el valor añadido pueden frenar la desigualdad”, explica.
En pocos sitios como España la crisis ha abierto tanto la brecha entre ricos y pobres. Mireia, de padre ingeniero agrónomo y madre profesora, es muy sincera cuando se le pregunta si le preocupa ser mileurista. “Sí, no estoy acostumbrada a padecer por el dinero. Mis padres no me dan paga, pero si necesito algo lo pido. Con 800 euros para todo, a lo mejor lo pasaría mal”.
Diez años después, los jóvenes siguen escribiendo cartas con lo que les atormenta. Mireia clama por que “cuando acabe la carrera, la crisis haya terminado de verdad”.