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martes, 12 de agosto de 2014

Econ 101: Externalidad pecuniaria

Externalidad pecuniaria

Las externalidades pecuniarias[1] son una clase de situaciones en las que el efecto de un individuo o grupo de individuos sobre otro opera a través del sistema de precios.[2] Se diferencian de las demás externalidades, denominadas "externalidades tecnológicas", en que estas afectan directamente a terceros por medio de efectos en los recursos.
Esta clase de externalidad aparece con frecuencia en los modelos keynesianos, como una consecuencia de la falla de coordinación de un grupo de agentes, cuyos efectos (generalmente adversos) se sienten en toda la economía. Esto se debe a que, en caso de haber mercados perfectos, deberían tener un efecto nulo, pero en el caso de existir información incompleta o mercados incompletos el efecto adverso lleva a la economía a un equilibrio que no es Pareto-eficiente.
Este último resultado se conoce como Teorema Greenwald-Stiglitz,[3] la existencia de distorsiones generadas por asimetría de información o por mercados incompletos causan que acciones que deberían tener efectos sólo pecuniarios, generen también efectos reales que lleven a la economía a equilibrios que no posean Asignaciones eficientes.



Shocks de desapalancamiento

En los últimos diez años, y especialmente luego de la Crisis económica de 2008-2013, han aparecido una serie de modelos que estudian este tipo de externalidades y que buscan explicar cuáles son sus efectos sobre el bienestar agregado. En la mayoría de los casos, las imperfecciones en la economía toman la forma de restricciones al crédito.
Éstas restricciones se deben a que un grupo de individuos, denominados “deudores” enfrenta a un límite de endeudamiento dado por la cantidad de colateral con el que pueden respaldar sus deudas, las cuales deben pagar a otro grupo de individuos (“acreedores”). Luego, en un momento de tiempo no determinado ocurre un shock de desapalancamiento, cuyo momento de ocurrencia es conocido como “Momento Minsky”, el que lleva a los individuos a cancelar sus deudas en conjunto debido a que tienden a subvaluar sus tenencias de activos, lo que causa una caída en las tasas de interés, la cual si es lo suficientemente alta[4] llevará a la tasa de interés real a niveles negativos (la tasa nominal, no puede ser inferior a cero[5] ) para que los acreedores puedan cubrir la caída en el nivel de consumo que experimentarán los deudores, ya que deben pagar sus deudas.
La caída en la tasa de interés hace caer junto con ella al nivel de precios (para que la tasa de interés real sea negativa, necesariamente la tasa de inflación debe ser negativa), esto produce un efecto negativo sobre las deudas ya que las aumenta en términos reales, este resultado se denomina Efecto Fisher[6] que tiene una consecuencia adversa puesto que obliga a los deudores a desapalancarse aún más.
La caída en el consumo de los deudores hace caer al nivel de producto de la economía generando una recesión por medio del acelerador financiero, es decir, un shock negativo es amplificado por las malas condiciones de los mercados financieros. Existe una vasta literatura sobre este tipo de efectos de aceleración y de detenimiento súbito (“Sudden stop”) de flujos de capitales,[7] dónde éstas reversiones en los flujos de capitales son vistos como los causantes de las crisis cambiarias y de balanza de pagos como las que experimentaron los países del sudeste asiático en 1998.
Este mecanismo es un ejemplo de externalidad macroeconómica, las acciones de un grupo de individuos (desapalancamiento) genera efectos adversos en toda la economía a través del efecto sobre el sistema de precios (tasa de interés).
Otro ejemplo de externalidad macroeconómica tiene lugar en el mercado de divisas,[8] aquí un shock exógeno adverso lleva a una depreciación del tipo de cambio (en regímenes de tipo de cambio flotante) la que lleva a una pérdida de valor del activo utilizado como colateral y a un deterioro en los estados contables de los bancos y de las empresas, luego, los inversores extranjeros se vuelven reticentes a renovar los préstamos de los nacionales, esto causa una fuga de capitales que deteriora aún más el tipo de cambio y genera otro efecto acelerador que hace caer nuevamente al valor de los colaterales.
Con el objeto de mostrar la existencia de estas externalidades consiste en comparar el resultado anterior con el que se obtendría si existiera un “planificador central”, que busca maximizar el bienestar agregado internalizando el efecto que sus acciones tienen sobre los precios. En este caso, el resultado de equilibrio difiere del obtenido en primer lugar (llamado equilibrio de “laissez faire”, porque se deja hacer a cada agente lo que considera óptimo) en el hecho que los resultados no son Óptimos de Pareto, vale decir, se puede mejorar la situación de todos los agentes de la economía sin perjudicar a otros por medio de transferencias que surgen, por ejemplo, de la intervención gubernamental.

Externalidades y políticas macroprudenciales

Las políticas macroprudenciales,[9] son un conjunto de regulaciones que buscan reducir el riesgo y los costos de la inestabilidad financiera ya sea a través de mejoras en la robustez del sistema financiero ante shocks externos adversos o bien, por medio de mayor resiliencia ante shocks que se originan en el mismo sistema.
Una forma de evitar los efectos negativos que producen estas externalidades consiste en adoptar políticas macroprudenciales. Por ejemplo, Jeanne y Korinek (2010)[10] proponen recurrir a un análogo macroeconómico de los Impuestos pigouvianos con el objetivo de reducir la volatilidad en los mercados financieros el cual consiste en gravar a los flujos de capitales de corto plazo (también denominados “capitales especulativos”) con un impuesto, tal como lo hizo Brasil durante la Crisis económica de 2008-2013.
Otro conjunto de políticas que persiguen el mismo objetivo de atenuar el efecto de las reversiones de flujos de capitales son:[11] imponer un límite de endeudamiento ex-ante a los deudores, reducir los márgenes e imponer requerimientos de liquidez a los bancos., imponer requerimientos de capitales contracíclicos (aumentar los requerimientos en las expansiones y relajarlos en las recesiones), gravar las tenencias de pasivos de los bancos que no responden a su objeto social o negocio principal.
Muchas de éstas recomendaciones se encuentran contenidas en el Tercer Acuerdo de Basilea (Basilea III), el cual busca mejorar las regulaciones financieras, incorporando los conocimientos adquiridos durante la pasada crisis financiera internacional en base a tres principios: requerimientos de capital, razón de apalancamiento y requerimientos de liquidez.

Referencias

  1. Según John (1995) el término “Externalidad pecuniaria” es bastante impreciso, pues se utiliza de forma ambigua en la literatura, por lo que sugiere utilizar el término “Externalidad de mercado”.
  2. John, Andrew. Macroeconomic externalities In: The New macroeconomics: imperfect markets and policy inefectiveness. Eds. Huw David Nixon and Neil Rankin, Cambridge University Press, 1995
  3. Greenwald, Bruce; Stiglitz, Joseph (Mayo 1986). «Externalities in Economies with Imperfect Information and Incomplete Markets». The Quarterly Journal of Economics 101 (2):  pp. 229-264. doi:10.2307/1891114. Consultado el 24 de septiembre de 2013.
  4. Eggertsson, Gauti; Krugman, Paul (Agosto 2012). «Debt, Deleveraging, and the Liquidity Trap: A Fisher-Minsky-Koo Approach». The Quarterly Journal of Economics 127 (3):  pp. 1469-1513. doi:10.1093/qje/qjs023. Consultado el 24 de septiembre de 2013.
  5. Esto se conoce como “Zero lower bound”, es decir, nivel mínimo cero.
  6. Fisher, Irving (Octubre 1933). «The Debt-Deflation Theory of Great Depressions». Econometrica 1 (4). Consultado el 24 de septiembre de 2013.
  7. Calvo, Guillermo (Noviembre 1998). «Capital Flows and Capital-Market Crises: The Simple Economics of Sudden Stops». Journal of Applied Economics I:  pp. 35-54. Consultado el 24 de septiembre de 2013.
  8. Korinek, Anton. Capital Flows, Crises and Externalities In: The Global Macro Economy and Finance: Proceedings of the 16th IEA World Congress, Volume III. Allen, Franklin et al., Palgrave Macmillan, 2012
  9. Galati, Gabriele; Moessner, Richhild (Febrero 2011). «Macroprudential policy – a literature review». Bank of International Settlements Working Papers (337). ISSN 1020-0959.
  10. Jeanne, Olivier; Korinek, Anton (Mayo 2010). «. Excessive Volatility in Capital Flows: A Pigouvian Taxation Approach». The American Economic Review 100 (2):  pp. 403-407. doi:10.1257/aer.100.2.403. Consultado el 24 de septiembre de 2013.
  11. Bianchi, Javier (Diciembre 2011). «Overborrowing and Systemic Externalities in the Business Cycle». The American Economic Review 101 (7):  pp. 3400-3426. doi:10.1257/aer.101.7.3400. Consultado el 24 de septiembre de 2013.

miércoles, 11 de septiembre de 2013

Econ 101: Externalidades positivas de consumo

Externalidades positivas de consumo


Una externalidad positiva es un beneficio que es disfrutado por un tercero como consecuencia de una transacción económica. Los terceros incluyen cualquier individuo, organización, propietario, o recurso que se ve afectado indirectamente. Mientras que las personas que se benefician de externalidades positivas sin tener que pagar son considerados como free-riders, puede ser en interés de la sociedad para fomentar free-riders que consumen bienes que generan beneficios externos sustanciales.
La mayoría de los bienes de interés generan externalidades positivas de consumo, que los beneficiarios no pagan. Por ejemplo, con la salud, privado de tratamiento para las enfermedades contagiosas proporciona un beneficio considerable para los demás, para los que no pagan. Del mismo modo, con la educación, los conocimientos adquiridos y los conocimientos aprendidos en la universidad pueden beneficiar a la comunidad en general de muchas maneras.
A diferencia del caso de las externalidades negativas, que deben ser desalentados para lograr una asignación socialmente eficiente de los escasos recursos, se debería alentar externalidades positivas.

Fomentar las externalidades positivas

Una de las funciones del gobierno es poner en práctica políticas económicas que promueven externalidades positivas. Hay dos enfoques generales para la promoción de las externalidades positivas, para aumentar la oferta, y la demanda de bienes, servicios y recursos que generan beneficios externos.

El aumento de la oferta

Ayudas y subvenciones a los productores de bienes y servicios que generan beneficios externos del gobierno reducirá los costos de producción, y promover una mayor oferta. Este es un remedio común para fomentar la oferta de bienes de interés social como la sanidad, la educación y la vivienda social. Tales bienes de interés pueden ser financiados por los impuestos del gobierno central y local. Los bienes públicos, tales como carreteras, puentes y aeropuertos, también generan importantes externalidades positivas, y pueden ser construidos, mantenidos y totalmente, o en parte, financiados con los ingresos fiscales.

El aumento de la demanda

La demanda de bienes que generan externalidades positivas, se puede fomentar mediante la reducción del precio pagado por los consumidores. Por ejemplo, subvencionando los gastos de matrícula de los estudiantes universitarios animará a más jóvenes a ir a la universidad, lo que generará una externalidad positiva para las futuras generaciones.
El estímulo final para consumir es hacer el bien completamente libre en el punto de consumo, como con el tratamiento hospitalario libremente disponibles para las enfermedades contagiosas.
Los gobiernos también pueden proporcionar información gratuita a los consumidores, para compensar la falta de información que desalienta el consumo. Si las personas están plenamente informados sobre los beneficios de los bienes y servicios que generan beneficios externos que consumen, pueden desarrollar una mejor comprensión del producto y exigir más de lo mismo. Por ejemplo, las transmisiones de información pública, tales como los programas de sensibilización sobre el SIDA, pueden reducir la ignorancia, y fomentar el uso de preservativos.
Una opción adicional es obligar a las personas a consumir el producto o servicio que genera el beneficio externo. Por ejemplo, si se sospecha que tiene una enfermedad contagiosa, una persona puede ser forzada en el hospital para recibir tratamiento, aún en contra de su voluntad. En cuanto a la educación, la asistencia a la escuela hasta la edad de 16 es obligatorio, y los padres pueden ser multados por alentar a sus hijos a hacer novillos.

Pérdida neta de bienestar

La existencia de una externalidad positiva significa que el beneficio social marginal es mayor que el beneficio privado marginal. Por ejemplo, al examinar el mercado de la educación, los mercados libres suministrarían la cantidad Q a precio p Si se incluye el beneficio externo, la salida socialmente eficiente asciende a Q1 cantidad.


Al consumir sólo la cantidad Q, el beneficio social marginal es superior al coste social marginal, y más del bien debe ser consumido. En Q, el costo marginal social es A (Q - A), y el beneficio privado es también A (Q - A) pero el beneficio social marginal es C (Q - C). Por lo tanto, si sólo se consume Q, existe un coste de oportunidad para la sociedad, que está representado por el área de la pérdida de bienestar, A, C, B.

Externalidades positivas

Una externalidad positiva ocurre cuando la producción de un tercer partido ganancias como resultado de la producción. Sin embargo, los terceros que se benefician no se puede cargar, por lo que sólo hay un incentivo para abastecer a los que se puede cargar.
Externalidades positivas se dan en muchas situaciones, sobre todo con la construcción y operación de proyectos de infraestructura, como un nuevo aeropuerto o la autopista.



La investigación y el desarrollo que lleva a las nuevas tecnologías es también un potencial de subproductos de la producción, que otras empresas puedan beneficiarse.
Las empresas por lo general tratan de proteger sus invenciones, pero las nuevas tecnologías pueden convertirse rápidamente compartidos y generar amplios beneficios.
La tecnología desarrollada junto a la Internet, tales como el lenguaje HTML, es ahora el editor de texto estándar para los sitios web comerciales.

Economics Online

domingo, 4 de agosto de 2013

Fracking puede arruinar a Arabia Saudita, aparte de a quienes lo exploten...

PRINCE ALWALEED: Fracking Is Going To Crush The Saudi Economy If Nothing Is Done



Business Insider



Billionaire Saudi Prince Alwaleed bin Talal has warned shale oil and gas development poses a threat to the kingdom's economy, the Wall Street Journal's Summer Said reports.
In an open letter to Saudi oil minister Ali al Naimi [in Arabic], Alwaleed also warns the kingdom must diversify its revenue streams in the face of flagging oil demand.
A source translated the key portion of the note:
With all due respect to your Highness’ viewpoint about shale gas and that it poses no danger on Saudi economy at ‘the present time’, I was hoping that your Highness would also shed light and focus on the danger of this matter in the ‘not-so-distant future’, especially that America and some Asian countries made big discoveries in shale gas extraction which will affect the oil industry around the world in general and Saudi Arabia in particular...
He also sent us the following summary of the letter's salient parts:
The third page calls on the government to decrease its dependence on oil and start investing in alternative energy sources like solar.
The fourth page is to the deputy oil minister after he told BBC that Saudi is not concerned about shale gas at the present time. Alwaleed says shale gas may not be a concern in the present, but it should be worrying for the future of Saudi energy exports.
The fifth page is similar to the fourth. His handwritten comment asks if indeed 92% of Saudi revenue is from oil and that we should pay more attention and shale gas and other energy developments around the world.
Prince Alwaleed said demand for oil from Organisation of the Petroleum Exporting Countries (Opec) member states was "in continuous decline".
He said Saudi Arabia's heavy dependence on oil was "a truth that has really become a source of worry for many.
...
"Our country is facing a threat with the continuation of its near-complete reliance on oil, especially as 92% of the budget for this year depends on oil," he said.
"It is necessary to diversify sources of revenue, establish a clear vision for that and start implementing it immediately."
Naimi recently denied that shale posed a threat, but the prince challenges that view, Said says:
We disagree with your Excellency on what you said, and we see that raising North American shale gas production is an inevitable threat," Prince Alwaleed's letter said, in comments directed at Mr. Naimi.



viernes, 11 de enero de 2013

Impuestos: Impuestos a la molestia


Should We Tax People for Being Annoying?



By 

Driving home during the holidays, I found myself trapped in the permanent traffic jam on I-95 near Bridgeport, Conn. In the back seat, my son was screaming. All around, drivers had the menaced, lifeless expressions that people get when they see cars lined up to the horizon. It was enough to make me wish for congestion pricing — a tax paid by drivers to enter crowded areas at peak times. After all, it costs drivers about $16 to enter central London during working hours. A few years ago, it nearly caught on in New York. And on that drive home, I would have happily paid whatever it cost to persuade some other drivers that it wasn’t worth it for them to be on the road.


Instead, we all suffered. Each car added an uncharged burden to every other person. In fact, everyone on the road was doing all sorts of harm to society without paying the cost. I drove about 150 miles that day and emitted, according to E.P.A. data, about 140 pounds of carbon dioxide. My very presence also increased (albeit infinitesimally) the likelihood of a traffic accident, further dependence on foreign oil and the proliferation of urban sprawl. According to an influential study by the I.M.F. economist Ian Parry, my hours on the road cost society around $10. Add up all the cars in all the traffic jams across the country, and it’s clear that drivers are costing hundreds of billions of dollars a year that we don’t pay for.
This is how economists think, anyway. And that’s why a majority of them support some form of Pigovian tax, named after Alfred Pigou, the early-20th-century British economist. Pigou developed the idea of externalities: the things we do that affect others and that the market is unable to price. A negative externality is like the national equivalent of what happens when you go to dinner with three friends and, knowing that you’ll pay only a fourth of the bill, decide to order an expensive entree. Pigou argued that there are so many damaging things that we do — play music too loudly, drive aggressively — and that we’d probably do less if we had to pay for them.
The $10 I cost the economy was based on Parry’s algorithm, which calculates that drivers should pay a tax of at least $1.25 a gallon. Forty percent of that price, he says, is the cost that each vehicle adds to congestion. Another 40 cents or so offsets the price of accidents if we divided the full cost — more than $400 billion annually — by each gallon of gas consumed. (Only about 32 cents would be needed to offset the impact on the environment.) According to Parry’s logic, if we paid a tax of $1.25 per gallon instead of the current average of 50 cents, the price of gas would increase by about 25 percent to around $4 a gallon, which is still well below what much of Europe pays. But it would still encourage us to drive less, pollute less, crash less, lower the country’s dependence on foreign oil and make cities more livable. Not surprisingly, several studies have found that people — especially in Europe, where the gas tax is around $3 a gallon — drive a lot less when they have to pay a lot more for gas.
The idea of raising taxes to help society might sound like the ravings of a left-wing radical, or an idea that would destroy American industry. Yet the nation’s leading proponent of a Pigovian gas tax is N. Gregory Mankiw, chairman of President George W. Bush’s Council of Economic Advisers and a consultant to Mitt Romney’s 2012 campaign. Mankiw keeps track of others who support Pigovian taxes, and his unofficial Pigou Club is surely the only group that counts Ralph Nader and Al Gore along with leading conservatives like Charles Krauthammer, Alan Greenspan and Gary Becker as members.
Republican economists, like Mankiw, normally oppose tax increases, but many support Pigovian taxes because, in some sense, we are already paying them. We pay the tax in the form of the overcrowded roads, higher insurance premiums, smog and global warming. Adding an extra fee at the pump simply makes the cost explicit. Pigou’s approach, Mankiw argues, also converts a burden into a benefit. Imposing taxes on income and capital gains, he notes, punishes the work and investment that improve society; taxing negative externalities allows the government to make money while discouraging activity that hurts the overall economy.

There are some obvious problems with their approach. Nobody actually knows the precise cost of any negative externality. (Estimates for the collective impact of a ton of carbon range from $1 to $1,500, for instance, which could lead to all kinds of price disagreements on a Pigovian gas tax.) So Mankiw prefers to focus on simpler factors to deduce externalities. It’s not terribly difficult to figure out how many people drive on a certain road per hour and how much time they lose by being stuck in traffic, he told me. Still, he said, “you’ve got to take your best guess.”


Another major drawback is that it’s hard to know where to stop. All of us are constantly affecting those around us in positive and negative ways, which in turn affect the economy, however indirectly. In my Brooklyn neighborhood, I notice that some neighbors have well-tended gardens that make my walk to the subway more enjoyable. Others, less so. (Taken as a whole, they also play a subtle but significant role in determining property values.) Can’t we tax the sloppy and subsidize the beautifiers? Every time someone drops out of high school, he increases the likelihood of crime and reliance on public assistance and decreases the overall rise in G.D.P. Should we tax them? Or their teachers? What about taxing obese people who increase the costs of our health care system? Or should we tax fast-food companies instead? (This fall, voters in California defeated ballot measures to impose a tax on sugary drinks.)
Economics offers no objective criteria for deciding what to tax or by how much. That’s one reason many libertarians, like Russ Roberts, a George Mason University economist, will never join the Pigou Club. Sure, he says, externalities exist, but that doesn’t mean the government needs to tax them. Yet in the past few weeks, there has been intense discussion among some economists about one particular externality: the social cost of gun ownership. A National Bureau of Economic Research study by Philip Cook and Jens Ludwig determined that guns cost society, on average, a minimum of $100 each and as much as $1,800. Some economists say that a Pigovian tax on weapons, rather than strict regulation, could break the political impasse on gun control.
But the economic argument is not persuasive enough to sway the politics. Pigovian taxes are most likely to be adopted in cases like congestion pricing, when everybody paying the cost can instantly see the benefit. Driving always involves negative externalities. It is impossible for even the most careful driver in the most environment-friendly car to avoid negatively impacting others. Guns are different. Some gun owners cause enormous damage, but most cause none at all. What is the societal cost of a gun that has never been used? So far, economists have struggled to come up with a compelling answer.

New York Times