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miércoles, 6 de mayo de 2020

El desplome de la demanda durante la pandemia

Recesiones virales: falta de demanda durante la crisis del coronavirus


Veronica Guerrieri, Guido Lorenzoni, Ludwig Straub, Iván Werning - VOX

La pandemia de Covid-19 y las políticas adoptadas para controlar su propagación tienen muchas características de un shock de oferta agregada, ya que los trabajadores que se quedan en casa no pueden producir bienes y servicios. Esta columna argumenta que cuando un shock de oferta afecta asimétricamente a diferentes sectores de la economía, puede producir una contracción de la demanda aún mayor que el shock original, lo que lleva a presiones deflacionarias. Esto se debe a las complementariedades entre sectores y al hecho de que los trabajadores en diferentes sectores se ven afectados de manera diferencial y carecen de seguro.


La pandemia de COVID-19 y las medidas de cierre adoptadas para combatirla están teniendo efectos económicos masivos, como lo revelan diariamente los datos en tiempo real, desde reclamos de desempleo hasta ventas minoristas.1 Los gobiernos y los bancos centrales de todo el mundo están mostrando claras intenciones de hacer todo posible mitigar estos efectos. La preocupación inmediata de la política económica es proteger los medios de subsistencia de las personas que trabajan en sectores afectados inmediatamente por las políticas de cierre. Una vez que superamos esta preocupación natural, hay una pregunta abierta: ¿la política debería apuntar a alentar a las personas a gastar más, es decir, proporcionar "estímulo", o debería centrarse exclusivamente en proporcionar formas de seguro social?


El enfoque de los libros de texto para esta pregunta es preguntar si estamos experimentando principalmente un choque a la demanda agregada o uno a la oferta agregada. A primera vista, la pandemia claramente tiene las características de un shock de oferta: los trabajadores en industrias de contacto intensivo tienen que quedarse en casa. Si no pueden trabajar, no pueden producir. No obstante, muchos economistas han abogado por los esfuerzos para suavizar el golpe de la recesión.2 Gourinchas (2020) introdujo la expresión pegadiza "aplanar la curva de la recesión". ¿Cuáles son los argumentos a favor de esta opinión?

En un trabajo reciente, abordamos esta cuestión revisando la teoría básica de los choques de oferta y demanda en un modelo de equilibrio general simple. Nuestro argumento principal es que el shock causado por el coronavirus es un shock de suministro de naturaleza especial, ya que afecta a diferentes sectores de forma asimétrica. Como dijo Rowe (2020), existe una diferencia entre un choque que afecta a todos los sectores de la economía en un 50% y un choque que afecta al 50% de los sectores en un 100%. El argumento central de nuestro trabajo es que el choque del coronavirus puede ser lo que llamamos un "choque de oferta keynesiana", es decir, un choque que causa una reducción en la demanda agregada mayor que la reducción original en la oferta de trabajo.

La pregunta principal es cómo se propaga un choque que afecta directamente a los sectores más intensivos en contacto de la economía a los sectores menos intensivos en contacto, donde la actividad podría continuar, y si causa una pérdida excesiva de empleos en esos sectores. Nuestro trabajo apunta a dos fuerzas que pueden propagar el choque y convertirlo en un choque de oferta keynesiano: complementariedades entre sectores y mercados incompletos.

El efecto inmediato de un bloqueo es esencialmente detener la actividad en negocios intensivos en contacto: restaurantes, gimnasios y hoteles cercanos. A medida que los consumidores gastan menos en estos artículos, redirigen parte de su gasto hacia otros sectores. Algunos son sustitutos claros de los bienes y servicios directamente afectados. Los consumidores que no pueden comer afuera gastan más en alimentos preparados en casa. Otros sectores, por otro lado, son más complementarios. Los consumidores que no pueden ir al gimnasio gastan menos en ropa deportiva; Los consumidores que no pueden ir a hoteles gastan menos en equipaje nuevo. La pregunta es si, en general, los consumidores reducen su gasto total en más o menos de lo que estaban gastando inicialmente en el sector afectado. Si las fuerzas de complementariedad son lo suficientemente fuertes, gastarán menos y la recesión se extenderá.

El segundo paso del argumento es que los ingresos de los trabajadores en las empresas cerradas son fuentes de demanda para los otros sectores. Este segundo paso se basa en mercados incompletos: los trabajadores de las industrias afectadas no están perfectamente asegurados contra el choque pandémico. Nuestro artículo muestra que los mercados incompletos por sí solos no pueden causar choques de oferta keynesianos en un modelo de un solo sector. Sin embargo, cuando se combinan con efectos intersectoriales, pueden. Y en realidad pueden voltear el signo del efecto. Es decir, una economía puede no presentar complementariedades lo suficientemente fuertes como para producir un shock de oferta keynesiano si los mercados están completos, pero puede producirlos en mercados incompletos.

Aquí está el argumento para este último resultado. Los trabajadores de los sectores afectados pierden sus ingresos y reducen el gasto en todos los sectores. Incluso si los trabajadores no afectados compensan parcialmente al cambiar parte de la demanda de los sectores afectados a los sectores no afectados, el cambio puede no ser lo suficientemente fuerte como para evitar una recesión en los sectores no afectados. La razón es que la propensión marginal al consumo de los trabajadores no afectados es menor que la de los trabajadores afectados, debido a las grandes pérdidas de ingresos de estos últimos.

Figura 1 Cómo las perturbaciones negativas de la oferta pueden generar escasez de demanda


La Figura 1 ilustra los dos pasos de nuestro argumento en una economía con dos sectores, etiquetados como 1 y 2. El primer sector se ve directamente afectado. Si los trabajadores del primer sector tienen un seguro perfecto, en el caso de mercados completos, la única fuerza que puede causar una contracción es la complementariedad. Ese caso se ilustra en el panel (b), en el que los trabajadores de los 2 sectores reasignan parte de sus gastos del sector 1 al sector 2. Si la reasignación no es completa, lo que sucede si los bienes producidos por los dos sectores son complementarios , entonces hay una contracción en la demanda en el sector 2. El panel (c) muestra lo que sucede cuando los mercados están incompletos. En este caso, una fuerza adicional está en el trabajo. Los mercados incompletos implican que los trabajadores del sector 2 no compensan a los trabajadores del sector 1 por la pérdida de ingresos. Los trabajadores del sector 1 tienen una mayor propensión marginal a consumir debido a sus pérdidas de ingresos. Por lo tanto, el caso en el panel (c) presenta una mayor contracción de la demanda.

Nuestro énfasis en las complementariedades debe interpretarse de manera amplia. La complementariedad puede deberse directamente al comportamiento de los consumidores, pero también puede surgir debido a los vínculos de entrada-salida entre los sectores afectados y no afectados. Si los restaurantes cierran, su demanda de servicios de mantenimiento y reparación para lavavajillas disminuye.3

Las mismas fuerzas que pueden transmitir el choque de los sectores afectados a los no afectados también pueden causar propagación a un nivel más micro. La baja demanda puede causar cierres de negocios, que luego pueden actuar como un shock de oferta adicional. Esto también puede tener características keynesianas, lo que lleva a una mayor caída de la demanda. Llamamos a este mecanismo el "multiplicador de salida firme".

Nuestro modelo tiene algunas implicaciones sorprendentes. En particular, la política fiscal tradicional, por ejemplo, un aumento en el consumo del gobierno, puede ser menos poderosa en un choque pandémico. La razón es que el multiplicador keynesiano puede ser más pequeño de lo habitual porque el gasto gubernamental solo puede elevar los ingresos en los sectores no afectados, no en los sectores afectados. Pero son los trabajadores en los sectores afectados quienes tienen la mayor propensión a consumir, y son exactamente aquellos que no pueden beneficiarse de un aumento del gasto agregado.

Esto no significa que la política fiscal no sea beneficiosa. Nuestro modelo muestra que los programas de seguro social que ayudan a los trabajadores en los sectores afectados tienen un efecto positivo en tres canales.
  • Primero, por supuesto, tienen un efecto positivo en términos de seguro.
  • En segundo lugar, al atenuar los efectos keynesianos del choque, reducen las pérdidas ineficientes del producto agregado debido a una demanda insuficiente. Este segundo efecto es especialmente valioso si la política monetaria está limitada por el límite inferior cero. Estos puntos son paralelos a los argumentos informales presentados por Krugman (2020) en comentarios recientes, que los resume como "ayuda en caso de desastre con una pizca de estímulo". 5
  • También identificamos un tercer canal, que muestra la presencia de complementariedades entre las políticas macroeconómicas y de salud pública. Al reducir el costo económico de un bloqueo, son complementarios a las intervenciones de salud pública. Si se mitigan los efectos económicos de un bloqueo, se puede establecer un bloqueo más fuerte, lo que nos permite combatir la epidemia de manera más efectiva.

Al pensar en la falta de seguro para los trabajadores afectados, es útil reconocer que los empleadores pueden obtener cierto grado de seguro implícito en forma de acumulación de mano de obra: las empresas del sector afectado pueden optar por no despedir a los trabajadores a pesar de que son inactivo. Un debate abierto sobre políticas es si la política fiscal debería fomentar este comportamiento o si solo proteger los ingresos individuales es el mejor curso. En el documento, desarrollamos una teoría de la acumulación de mano de obra y mostramos que el seguro a través de la acumulación de mano de obra tiene un beneficio adicional: evita la destrucción ineficiente de las coincidencias productivas entre trabajadores y empleadores, lo que conduciría a un shock de oferta más duradero. Nuestro análisis de acaparamiento laboral respalda las propuestas de políticas dirigidas directamente a las empresas, como los préstamos de emergencia propuestos por Hamilton y Veuger (2020) y la propuesta del 'comprador de último recurso' de Saez y Zucman (2020), y también las propuestas para incentivar permisos a través del sistema de seguro de desempleo, como en Dube (2020).


Referencias

Dube, A (2020), “Filling the Holes in Family and Business Budgets: Unemployment Benefits and Work Sharing in the Time of Pandemics”, Economics for Inclusive Prosperity, (24).
Furman, J (2020), “The case for a big coronavirus stimulus, Wall Street Journal, 5 March.
Gourinchas, P O (2020), “Flattening the pandemic and recession curves”, Chapter 2 in R. Baldwin and B. Weder di Mauro (eds.), Mitigating the COVID economic crisis: Act fast and do whatever it takes, VoxEU.org, London: CEPR Press.
Hamilton, S and S Veuger (2020), “How to Help American Businesses Endure and Jobs Survive”, Mimeo, George Washington University.
Krugman, P (2020), “Notes on the Coronacoma (Wonkish)”, New York Times, 1 April.
Leibovici, F, A M Santacreu and M Famiglietti (2020), “How the Impact of Social Distancing Ripples through the Economy”, Federal Reserve Bank of St. Louis On the economy blog, 7 April.
Lewis, D, K Mertens and J Stock (2020), “Monitoring Real Activity in Real Time: The Weekly Economic Index”, Liberty Street Economics, 30 March.
Sahm, C (2020), “U.S. policymakers need to fight the coronavirus now”, Washington Center for Equitable Growth, 3 April.
Patterson, C (2019), “The Matching Multiplier and the Amplification of Recessions”, Mimeo, Chicago Booth.
Rowe N (2020), “Relative supply shocks, Unobtainium, Walras' Law, and the Coronavirus”, Worthwhile Canadian Initiative blog, 30 March.
Saez, E and G Zucman (2020), “Keeping Business Alive: The Government as Buyer of Last Resort”, Mimeo, Berkeley.


Notas finales


1 El Índice Económico Semanal (Weekly Economic Index) de Lewis et al. (2020) utiliza varios indicadores en tiempo real para la economía de EE. UU. y muestra, en el momento de la redacción, una contracción del 11% del PIB anual.

2 Las primeras voces que abogan por el estímulo incluyen a Claudia Sahm (2020) y Jason Furman (2020).

3 Un intento temprano de cuantificar estos enlaces de entrada-salida es Leibovici et al. (2020).

4 Este argumento es la otra cara de un argumento en Patterson (2019).

miércoles, 2 de diciembre de 2015

Krugman panquequea

Excusas keynesianas para escapar del fracaso
Javier Milei - Infobae




Días atrás, la visita de Paul Krugman, quien fue galardonado con el Premio Nobel de Economía por sus contribuciones en economía internacional real y geografía económica y NO por su labor como macroeconomista, dejó muy malparados a sus seguidores al intentar salvar su “prestigio” de gurú poniendo en marcha la gran panquequeada keynesiana. Sin embargo, el hombre de Princeton no es el único keynesiano que ha recurrido a este artilugio, ya que a nivel local son varios los que sostienen que el economista de Cambridge nunca hubiera recomendado lo que se está haciendo en Argentina.

Esto es, dado el estancamiento en el nivel de actividad económica, la caída en la creación de empleos genuinos, el derrumbe de la inversión privada, el abultado déficit fiscal (impulsado por un gasto público descontrolado pese a la mayor recaudación de la historia) que presiona sobre la emisión de dinero, lo cual se traduce en una inflación creciente pese al uso del tipo de cambio nominal como ancla nominal incrementando la vulnerabilidad externa y desafiando al país a enfrentar la historia de los programas populistas (los cuales conjugan la irresponsabilidad fiscal keynesiana y los delirios monetarios de los estructuralistas), deja a los discípulos de Keynes y a los estructuralistas al borde de un nuevo fracaso del cual quieren despegar lo antes posible. Puede que quieran brindar homenaje al dicho sobre los primeros en abandonar un barco que va camino al fondo del mar…

En este contexto, Paul Krugman (en la misma línea que los keynesianos-estructuralistas locales) afirmó: “Necesito decir algo sobre Argentina y sus dificultades actuales”…“Es bueno preocuparse por la justicia social, por la desigualdad, por el estado de los trabajadores y por el destino de los pobres. Pero debe hacerse de una manera muy realista”…“Que no significa que siempre debamos ser ortodoxos en la economía. Pero sí significa que a veces uno tenga que ser algo ortodoxo”…“El problema es que se mantuvo la heterodoxia durante demasiado tiempo con políticas distintas. Y a veces sí se necesita aplicar las reglas a la antigua. Eso es una historia vieja, se ha visto muchas veces”, al tiempo que citaba a Rudiger Dornbusch como a un defensor del populismo cuando meses atrás en su visita a Buenos Aires, Sebastián Edwards (coautor del libro La Macroeconomía del Populismo) daba cuenta del pésimo resultado que han tenido siempre estas políticas.

En el fondo, el graduado del MIT, a lo igual que sus pares locales, estaba recitando el modelo de la síntesis neoclásica-keynesiana (el cual incluye la brutal paliza que sufrieron los keynesianos a manos de los monetaristas), donde la curva de oferta agregada muestra tres fases. Una primera donde, ante aumentos de la demanda agregada, la oferta responde con aumentos en producción sin modificar el nivel de precios (tramo plano). Una segunda fase, donde responde con mayor producción a precios crecientes (oferta creciente). Y por último, la tercera etapa, donde toda la respuesta se da en precios y nada en producción (tramo vertical / pleno empleo). Naturalmente, frente al desborde inflacionario (40% interanual) y estancamiento del nivel de actividad que vive el país junto al sombrío panorama externo, ahora los heterodoxos vienen a decir que había que frenar antes y que John Maynard Keynes jamás hubiera avalado algo así.

Desafortunadamente para los keynesianos locales e ilustres visitantes tal afirmación es falsa. Para probar este punto, no hace falta más que remitirse al capítulo 22 del famoso libro de 1936. En palabras del inglés: “Puede parecer que el análisis precedente está de acuerdo con el punto de vista de quienes sostienen que la sobreinversión es la característica del auge, que el único remedio posible para la siguiente depresión es el evadir la sobreinversión y que… el auge puede evitarse por una tasa alta de interés”… “Pero inferir estas conclusiones de lo anterior llevaría a una mala interpretación de mi análisis; y a mi modo de ver, supondría serio error”…“Así ¡el remedio del auge no es una tasa más alta de interés, sino una más baja! Porque esta puede hacer que perdure el llamado auge. El remedio correcto para el ciclo económico no puede encontrarse en evitar los auges y conservarnos así en semi-depresiones, sino en evitar las depresiones y conservarnos en un cuasi-auge continuo”… “Así, un aumento en dicha tasa, como alivio para el estado de cosas derivado de un prolongado período de inversiones anormalmente fuertes, pertenece a esa clase de remedio que curan la enfermedad matando al paciente.”…“Más todavía, aunque supusiéramos que los auges contemporáneos pueden ir acompañados de una situación momentánea de ocupación plena o sobreinversión en sentido estricto, seguiría siendo absurdo considerar una tasa de interés más alta como el remedio adecuado; porque en este caso la hipótesis de aquellos que atribuyen la enfermedad al subconsumo quedaría plenamente confirmada. El remedio estaría en varias medidas destinadas a fortalecer la propensión a consumir, redistribuyendo los ingresos, o de otro modo, de manera que un nivel dado de ocupación requiera un volumen menor de inversión corriente para sustentarlo”.

Sin ir más lejos, estas recomendaciones de Keynes están en línea con la carta que le escribió el 31 de diciembre de 1933 al Presidente Roosevelt. Para ese año, la economía de los EEUU había dejado atrás la gran depresión y frente a esa situación el inglés sugería: “Los individuos deben ser inducidos a gastar más de sus ingresos actuales, o el mundo de los negocios deben ser inducidos, ya sea por el aumento de la confianza en las perspectivas o por una menor tasa de interés, para crear ingresos corrientes adicionales en manos de sus empleados, que es lo que pasa cuando se está aumentando, ya sea el trabajo o el capital fijo del país, o la autoridad pública deben ser llamados en ayuda a crear ingresos corrientes adicionales a través del gasto de dinero prestado o imprimir. En los malos tiempos no se puede esperar que el primer factor funcione en una escala suficiente. El segundo factor entrará como la segunda ola de ataque a la crisis después que la marea haya cambiado por los gastos de la autoridad pública. Ello así, sólo desde el tercer factor es que podemos esperar el mayor impulso inicial.”…“Dado que no puede haber aumento de la producción sin aumento de los precios, es esencial para asegurar que la recuperación no sea frenada por la insuficiencia de la oferta de dinero apoyar el volumen de ventas aumentando la base monetaria.”… “yo colocaría el crédito barato y abundante, así como la reducción de la tasa de interés de largo plazo”.

Esto es, la sugerencia de John Maynard Keynes para una situación de auge es reducir la tasa de interés, aumentar el gasto público (financiado con deuda y/o emisión) y redistribuir ingresos para estimular aún más el consumo –aún a costo de la inversión / consumirse el capital-, o lo que es lo mismo, si tiene un incendio, llámelo a Nerón que pocos como él saben como actuar ante dichos eventos. Y esto es válido para Keynes tanto en el plano teórico como aplicado.

Por lo tanto, a la luz del enorme daño que le han hecho al país éstas políticas durante los últimos 70 años, sería bueno que los keynesianos y estructuralistas –mentores del populismo-, en lugar de estar haciendo piruetas dialécticas para sostener una teoría llena de inconsistencias y de muy pobres resultados empíricos, tomen de una vez por todas la pérdida de capital asociada a haberse abrazado a una teoría inútil que sólo ha perjudicado a la gente. De no ser así, puede que todo sea parte de una estrategia alineada con el Prefacio a la edición en alemán de “la teoría general” escrito el 7 de septiembre de 1936, cuando John Maynard Keynes endulzaba los oídos de Adolf Hitler con las siguientes palabras: “La teoría del producto en su totalidad que este libro tratará de ofrecer es, por mucho, más fácilmente adaptable a las condiciones de un estado totalitario que la teoría de la producción y distribución de un producto dado bajo condiciones de libre competencia y en buena medida de laissez faire”. En síntesis, keynesianoa y estructuralistas, es hora de que tomen la pérdida o confiesen sus intenciones de imponer de a poco, y sin que casi nadie lo note, un sistema de gobierno totalitario.

miércoles, 8 de abril de 2015

Heterodoxia: Dios los cría...

Cambridge contra Cambridge
El fracaso del pensamiento único en la Gran Recesión ha alumbrado una generación de economistas heterodoxos. Solo les une la crítica al neoliberalismo y a la escuela neoclásica
JOAQUÍN ESTEFANÍA - El País



En lo más hondo de la crisis económica, en el año 2009, Paul Krugman, con la libertad intelectual que le daba el Premio Nobel de Economía, se inventó una división de su profesión y habló de los “economistas de agua salada” (más keynesianos) y los “economistas de agua dulce” (los neoclásicos). Hasta antes de la quiebra de Lehman Brothers ambos grupos habían firmado una falsa paz basada, sobre todo, en la confluencia de opiniones que salvaban a los mercados de sus fallos. Eran los años de la Gran Moderación, en los que las cosas iban básicamente bien. La recesión que llegó terminó con esa paz postiza, durante la cual las fricciones entre ambos grupos de economistas habían permanecido dormidas sin que se hubiera producido ninguna convergencia real entre sus posiciones. Fue entonces cuando Alan Greenspan, que había sido presidente de la Reserva Federal y era denominado “el maestro” por unos y otros, admitió encontrarse en un estado de “conmoción e incredulidad” porque “todo el edificio intelectual se había hundido”.

Un lustro después, aquella distinción krugmanita ha pasado de moda y es difícil encontrar economistas que defiendan a campo abierto la teoría económica que ha llevado al fracaso del pensamiento único neoliberal y a la gestión de la crisis económica más larga y profunda desde los años treinta del siglo pasado. El historiador del pensamiento económico de la Universidad norteamericana de Notre Dame Philip Mirowski se sorprende de que, a pesar de ese fracaso evidente, los neoliberales (los economistas “de agua dulce”) parecen haber eludido toda responsabilidad por propiciar las condiciones para que se materializase la crisis: ninguno de esos profesionales “fue despedido por incompetente. Los economistas no han sido expulsados de sus puestos en el Gobierno. Ningún departamento de Economía ha sido clausurado, ni por sus errores ni como medida de ahorro de costes” (Nunca dejes que una crisis te gane la partida, ediciones Deusto).

Ahora hay una verdadera avalancha de economistas heterodoxos de muy diferentes escuelas. Lo único que les une es la crítica al neoliberalismo y a la escuela neoclásica, y un cierto neokeynesianismo. En el libro citado, Mirowski centra geográficamente esas críticas: sin duda la II Guerra Mundial habría tenido lugar sin Martin Heidegger, Carl Schmitt u otros intelectuales nazis, pero no está tan claro que hubiera ocurrido la crisis económica sin la escuela neoclásica de Chicago. Chicago ha sido el padrino intelectual de la autorregulación que ha llevado a tantos abusos.

Dentro de unos meses llegará a España la obra canónica del economista neokeynesiano australiano Steve Keen (Debuking Economics, traducida Desenmascarando la economía, Capitán Swing). Keen se autodefine dentro de la “tradición científica de Marx-Schumpeter-Keynes-Joan Robinson- Piero Sraffa-Hyman Minsky”. Lo peculiar de este economista es que ha atizado a otros autores pretendidamente keynesianos como Krugman, por ser neoclásicos camuflados: “El establishment neoclásico (sí, Paul, eres parte de ese establishment) ha ignorado toda la investigación de los economistas no neoclásicos como yo por décadas. Así que es bueno ver cierto compromiso en lugar de una ignorancia deliberada o, más probablemente ciega, a otros análisis alternativos”.

Lo único que les une es la crítica al neoliberalismo y a la escuela neoclásica, y un cierto neokeynesianismo
Esta polémica recuerda a otra de hace medio siglo, que fue conocida como Cambridge contra Cambridge y que enfrentó a los discípulos directos de Keynes en el Cambridge británico (Robinson, Sraffa, Kaldor,…) con los del Cambridge de Massachusetts, en EE UU (Paul Samuelson, Robert Solow…). Los norteamericanos llegarían al premio Nobel; los británicos, no. Joan Robinson calificó a los primeros como “keynesianos bastardos”.

En distintas proporciones, los famosísimos Thomas Piketty y Yanis Varoufakis también son economistas heterodoxos. El francés, por haber conseguido con su libro El capital en el siglo XXI (Fondo de Cultura Económica) lo que ninguno de sus colegas antes (ni siquiera Joseph Stiglitz en El precio de la desigualdad, editorial Taurus): introducir la desigualdad en el centro de la política económica tras largas décadas de ser orillada por el pensamiento ortodoxo que la consideraba una característica natural del capitalismo. En colaboración con otros jóvenes colegas como Emmanuel Saez o Gabriel Zucman (La riqueza oculta de las naciones, editorial Pasado y Presente), Piketty ha llevado sus argumentos de la economía a la política: concentraciones extremas de renta y riqueza como las que se dan en nuestras sociedades amenazan la democracia. Guste o no, las tesis de un científico social francés no habían influido tanto en el mundo anglosajón desde La democracia en América, de Tocqeville.

El economista Ha-Joon Chang. / GUILLEM LÓPEZ

Antes de ser nombrado ministro de Finanzas griego por Alexis Tsipras, Yanis Varoufakis ejercía como misionero contra la austeridad autoritaria que Europa imponía a la Europa del Sur. Junto a otros dos colegas, el británico Stuart Holland y el estadounidense James Galbraith (hijo del gran John Kenneth Galbraith), Varoufakis presentaba una y otra vez por todo el mundo una modesta proposición para revolver la crisis de la eurozona, una especie de manifiesto que se encuentra en la Red. Pero su principal aportación intelectual al debate es el libro El Minotauro global (Capitán Swing), en el que hace un símil entre ese monstruo con cuerpo de hombre y cabeza de toro, y la crisis económica: igual que los griegos mantenían un flujo constante de atributos al Minotauro, así el resto del mundo envió cantidades increíbles de capital a EE UU. Este motor, que impulsó la economía global durante casi tres décadas, es el que gripó en el año 2007.

Uno de los libros más vendidos en 2014, y que ha resultado de referencia en muchos lugares (incluso en la Alemania socialdemócrata) es Austeridad. Historia de una idea peligrosa (editorial Crítica) del profesor de Economía Política Internacional de la Universidad de Brown, Mark Blyth. Éste combate la tesis dominante en Europa hasta hace poco tiempo de la “austeridad expansiva”, aquella que se extendió como un reguero de pólvora y que decía algo tan peculiar como que recortar el gasto en tiempos recesivos supone una mayor producción. Su simplismo recordaba en algo la curva de Laffer (recortar los impuestos aumenta la recaudación fiscal), que aplicada por Reagan llevó a EE UU al mayor déficit público de su historia.

El repaso a los economistas heterodoxos más conocidos no puede olvidar al coreano Ha-Joon Chang, de la Universidad de Cambridge, premio Wassily Leontief por ampliar la frontera del pensamiento económico y bien conocido en España a través de sus libros (Retirar la escalera, editorial Catarata; o 23 cosas que no te cuentan sobre el capitalismo, editorial Debate). En menos de un mes estará en librerías su último texto Economía: manual de usuario (Debate). En él, como en los anteriores, Ha-Joon Chang desarrolla la tesis de que la gente no vio llegar la Gran Recesión porque no preguntó qué era lo que nos ocultaban: la cultura de las burbujas.

Antes de ser nombrado ministro, Yanis Varoufakis ejercía como misionero contra la austeridad autoritaria de Europa
Francia es un país que no sólo ha cedido a Piketty en esta coyuntura. De este país surge el Manifiesto de los Economistas aterrados y los textos centrales de dos investigadores del Centre National de la Recherche Scientifique (CNRS), Gérard Duménil y Dominique Lévy (La crisis del neoliberalismo, editorial Lengua de Trapo, y La gran bifurcación, FUHEM Social y La Catarata), muy recomendables.

Heterodoxos u ortodoxos, los economistas han de tener la calidad suficiente para interpretar lo que está ocurriendo y corregir sus fallos. En la maravillosa necrológica que Keynes hace de su maestro Alfred Marshall, define la profesión de economista de un modo envidiable: “El gran economista debe poseer una rara combinación de dotes (…) Debe ser matemático, historiador, estadista y filósofo (en cierto grado). Debe comprender los símbolos y hablar con palabras corrientes. Debe contemplar lo particular en términos de lo general y tocar lo abstracto y lo concreto con el mismo vuelo de pensamiento. Debe estudiar el presente a la luz del pasado y con vistas al futuro. Ninguna parte de la naturaleza del hombre o de sus instituciones debe quedar por completo fuera de su consideración. Debe ser simultáneamente desinteresado y utilitario: tan fuera de la realidad y tan incorruptible como un artista y, sin embargo, en algunas ocasiones tan cerca de la tierra como el político”.

Por cierto, Keynes también va a ser reeditado.


sábado, 28 de marzo de 2015

Antikeynesianos vs keynesianos y sus disputas medievales

Guerras Macro: El Ataque de los Anti-keynesianos



Por Mark Thoma - The Fiscal Times

La guerra continua entre keynesianos y antikeynesianos parece estar calentándose de nuevo. El catalizador de esta ronda de combates es la ilusión keynesiana por David K. Levine, que suscitó respuestas como esto y esto desde Brad DeLong y Nick Rowe.

El debate es sobre el origen de las fluctuaciones económicas y la capacidad del gobierno para contrarrestarlas con la política monetaria y fiscal. Uno de los problemas es el uso de "pasadas de moda" modelos keynesianos - modelos que supuestamente han sido rechazados por los macroeconomistas a favor de los modelos macroeconómicos modernos - para explicar y entienden la Gran Recesión y formulan recomendaciones de política monetaria y fiscal. Como dice Levine, "Robert Lucas, Edward Prescott, y Thomas Sargent ... rechazaron el keynesianismo ya que no funciona ... Resulta que hemos desarrollado mucho mejores teorías ..."

Creo que el uso de los modelos keynesianos "pasados ​​de moda" para analizar la Gran Recesión se puede defender.

En economía, a diferencia de la física, estamos muy lejos de encontrar un gran modelo que se puede utilizar para explicar y entender el mundo. En su lugar, tenemos muchos modelos, y el mejor modelo a utilizar depende críticamente de que se hizo la pregunta. No hay nadie mejor modelo.

El modelo keynesiano surgió de la Gran Depresión, y que fue diseñado para responder a los tipos de preguntas que se enfrentan los economistas de la época. Preguntas tales como: ¿Qué es mejor cuando la economía se encuentra en una profunda recesión y las tasas de interés están atrapados en la política de cota, monetaria o fiscal inferior cero, y por qué? ¿Cuánto de estímulo que se necesita para mover el PIB y el empleo a los niveles previstos? ¿Por qué las economías se estancan debajo del pleno empleo? ¿La economía de recuperar por sí misma en un plazo razonable de tiempo?

En el fondo, el modelo keynesiano está diseñado para decirnos cómo los gobiernos pueden superar la demanda agregada deficiente. Nunca fue la intención de responder a preguntas sobre los shocks a la oferta agregada. Por lo tanto, nadie debería haber sido sorprendido cuando el modelo no explicó las consecuencias de los choques de oferta de petróleo de la década de 1970, o que las políticas diseñadas para hacer frente a las variaciones de la demanda agregada fallarían miserablemente cuando eran aplicadas ingenuamente como soluciones a las fluctuaciones de la oferta agregada.

Ese "fracaso" llevó a la caída del modelo keynesiano. Hubo otros factores que explican la caída del modelo, así, carecía de micro-fundado optimizar el comportamiento y las expectativas racionales, pero la falta de explicación de los acontecimientos de la década de 1970 y proporcionar el asesoramiento normativo adecuado es una razón importante por la muerte de la modelo.

Cuando se aplica un modelo a situaciones que no fue diseñado para hacer frente, no es el modelo que ha fallado. El modelo ha sido usurpada. Sin embargo, después de la década de 1970 el modelo keynesiano dio paso a nuevos modelos que con el tiempo se transformó en los modelos en uso hoy en día.

La validación de los modelos macroeconómicos modernos utiliza conjuntos de datos a partir de la década de 1980 para evitar tener que modelar grandes cambios estructurales en la economía y los cambios en la conducción de la política monetaria. Pero incluso en las pocas ocasiones en que se utilizan los conjuntos de datos más largas, los conjuntos de datos rara vez se incluye fluctuaciones tan graves como se encuentra durante la Gran Recesión. Por lo tanto, no se les preguntó modelos macroeconómicos modernos para explicar las recesiones grandes y prolongados, en parte porque los economistas con arrogancia y erróneamente pensaron que habían resuelto este problema.

Mientras que los modelos superaron los modelos keynesianos anticuados en su capacidad para explicar el período conocido como la Gran Moderación (desde principios de 1980 hasta el inicio de la Gran Recesión en 2007, un período en que la economía estaba inusualmente tranquilo), nadie se preocupó demasiado sobre qué tan bien los modelos modernos harían si una crisis importante golpeó la economía.

Cuando la gran recesión golpeó la economía, nos enteramos. Los principales modelos macroeconómicos que estaban en uso en ese momento proporcionaron poca información sobre la naturaleza de la crisis. Las conexiones necesarias entre los sectores reales y financieros que se necesitan para entender la Gran Recesión no se habían incorporado en estos modelos - y proporcionado poca orientación sobre la forma de formular políticas monetarias y fiscales deben responder, la política fiscal, en particular.

Así que no debería haber sido sorprendido cuando muchas personas acudieron a un modelo que se había desarrollado para abordar precisamente este tipo de preguntas, el modelo keynesiano, para recibir orientación. ¿Fue útil esta guía? Como Paul Krugman ha señalado en reiteradas ocasiones, las ideas y consejos el modelo keynesiano proporcionado resultaron ser muy bueno.

Si los modelos macroeconómicos modernos fueron verdaderamente abarcadores, si fueran realmente tan bueno o mejor que los modelos keynesianos en todas sus dimensiones, no estaríamos teniendo esta conversación. Los modelos modernos habrían empujado el modelo keynesiano lado de una vez por todas. Pero el modelo keynesiano proporciona una mejor visión y predicciones que los principales modelos macroeconómicos que estaban en uso cuando se desató la crisis financiera.

Durante los últimos años, los macroeconomistas han estado ocupados remendando los modelos modernos, y han hecho un poco de progreso, más de lo que esperaba cuando se inició este esfuerzo. Aún queda trabajo por hacer, pero hay una posibilidad de que estos modelos estarán eventualmente proporcionar el tipo de alimentación y de política recetas explicativas que son necesarios cuando grandes recesiones golpearon a la economía.

Pero los modelos macroeconómicos modernos no estaban a la tarea cuando se les necesitaba más, y nadie debe ser criticado por convertir a la "antigua" modelo keynesiano - un modelo construido para responder preguntas sobre las crisis económicas prolongadas - para orientación sobre cómo responder a la Gran Recesión.


sábado, 12 de octubre de 2013

Keynes Was Right!?

Keynes tenía razón : la austeridad del Gobierno en tiempos de problemas es una mala idea

Estoy seguro que muchos de ustedes han visto el reciente estudio realizado por Thomas Herndon, un estudiante de economía graduado de 28 años de edad en la Universidad de Massachusetts Amherst. Si no es así, que se titula Does High Public Debt Consistently Stifle Economic Growth? A Critique of Reinhart and Rogoff [¿Una elevada deuda pública es consistente para ahogar el crecimiento económico? Crítica de Reinhart y Rogoff."] (Al citar se puede leer el artículo, descargar los datos, véanse las respuestas a la misma, etc.)

Para una buena visión general rápida, haga clic aquí.

He aquí un resumen aún más breve :

El artículo es una crítica devastadora del enfoque de austeridad recientemente defendida en los estados y otros países, que cínicamente pretende cortar y recortar el gobierno federal y estatal en la sumisión fiscal, mientras que las grandes empresas continúa su gran crecimiento en los mercados globales altamente dinámicos, ganar más dinero que nunca antes.



Lo que hace tan devastadora es que Henderson usa Reinhart y los propios datos de Rogoff : parece que los autores iniciales hechas a,, error de base de datos flagrante importante importante, olvidándose de codificar adecuadamente la información correcta, los autores iniciales también dejaron a tres de los países (Canadá, Nueva Zelanda y Australia), donde un enfoque caritativo y relajado para pasar resultó en un éxito significativo.

Lo que también hace el interesante trabajo desde una perspectiva de ciencias de la complejidad es el tema de la curva de montaje y el enfoque de Herndon de no linealidad en comparación con el enfoque adoptado por los autores iniciales.

(La figura de arriba fue tomada del trabajo de Herndon.)

De todos modos, creo que es un muy buen papel para leer, y, para aquellos de nosotros que enseñan las estadísticas y método, es un recordatorio malvados para compartir con nuestros estudiantes : siempre, siempre, siempre, verifique sus datos, y luego comprobar su los datos de nuevo! ! ! De todas las cosas que mi mentor, Galen Buckwalter me enseñó, que es una de esas cosas quemadas en la parte trasera de mi cerebro.

Sociology and Complexity Blog

jueves, 2 de mayo de 2013

Reinhart y Rogoff dicen que hay que ahuyentar a la austeridad


Reinhart, Rogoff Backing Furiously Away From Austerity Movement




Reinhart Rogoff Austerity


Under steady attack after their seminal research was found to be riddled with errors, Harvard economists Carmen Reinhart and Kenneth Rogoff are making a show of backing away from the austerity that their research encouraged.
They claim that their views on austerity have never changed, but the record tells a different story. They're still trying to have it both ways -- advocating for government belt-tightening while trying to avoid being seen as political.
For those readers who have spent the past month held prisoner by the Sleestaks from "The Land Of The Lost," let me catch you up: Reinhart and Rogoff wrote a paper back in January 2010, called "Growth In A Time Of Debt," which strongly suggested that government debt of more than 90 percent of gross domestic product caused bad things to happen to economies. In the years since its publication, that paper has been cited by many politicians, from Rep. Paul Ryan (R-Wis.) to George Osborne of the U.K., to justify harsh belt-tightening programs despite deep, widespread economic pain in the U.S., U.K. and Europe.
Two weeks ago, a University of Massachusetts-Amherst grad student, Thomas Herndon, destroyed their paper's credibility by pointing out that it was riddled with errors, including glaring data omissions and a goofy Excel spreadsheet mistake. Suddenly, the Paul Krugmans of the world, who have spent the past few years arguing fruitlessly against austerity, had the upper hand. The austerity movement had been discredited, along with the research from Reinhart and Rogoff that underpinned it.
Of course, Reinhart and Rogoff have repeatedly claimed that their work has not been discredited at all, that the bulk of the data still supports their thesis that debt is a really, really bad thing. And austerity advocates claim, accurately, that they weren't relying only on Reinhart and Rogoff in pushing for austerity. They still believe debt is a really, really bad thing, with or without Reinhart and Rogoff's numbers.
As part of the effort to rehabilitate their image, Reinhart and Rogoff have taken the additional step of trying to distance themselves from austerity altogether by claiming they were never advocates. In a Financial Times piece on Wednesday (subscription required) and in a New York Times op-ed last week, they argued that "austerity is not the only answer" to the oh-so-serious problem of government debt. In fact, a whole toolkit must be used -- a little austerity here, a little financial repression there, maybe a little inflation.
And with Wednesday's FT column, a surprising new tool appears in the kit: More government debt! Although not too much more, and only if it's used for the right things (emphasis added):
To be clear, no one should be arguing to stabilise debt, much less bring it down, until growth is more solidly entrenched....
Nevertheless, given current debt levels, enhanced stimulus should only be taken selectively and with due caution. A higher borrowing trajectory is warranted, given weak demand and low interest rates, where governments can identify high-return infrastructure projects. Borrowing to finance productive infrastructure raises long-run potential growth, ultimately pulling debt ratios lower. We have argued this consistently since the outset of the crisis.
But Reinhart and Rogoff never argued, in many of the high-profile columns they wrote following the release of their paper, that governments should take on more debt for infrastructure spending, or for anything else. In fact, they strongly suggested that governments had better hurry up and start cutting their debt, tout de suite, lest a new financial crisis hit.
This is what they wrote in the FT in January 2010, around the time of the publication of "Growth In A Time Of Debt" (emphasis mine):
Given the likelihood of continued weak consumption growth in the US and Europe, rapid withdrawal of stimulus could easily tilt the economy back into recession. Yet, the sooner politicians reconcile themselves to accepting adjustment, the lower the risks of truly paralysing debt problems down the road. Although most governments still enjoy strong access to financial markets at very low interest rates, market discipline can come without warning. Countries that have not laid the groundwork for adjustment will regret it.
Markets are already adjusting to the financial regulation that must follow in the wake of unprecedented taxpayer largesse. Soon they will also wake up to the fiscal tsunami that is following. Governments who have convinced themselves that they have done things so much better than their predecessors had better wake up first. This time is not different.
In July 2011, they wrote in Bloomberg:
Although we agree that governments must exercise caution in gradually reducing crisis-response spending, we think it would be folly to take comfort in today's low borrowing costs, much less to interpret them as an "all clear" signal for a further explosion of debt.
Rather than suggesting that it might be okay to increase crisis-response spending temporarily, they allow only that spending can be reduced "gradually." Which is austerity by another name. And they warn governments against "a further explosion of debt" to pay for infrastructure or stimulus or anything else, even when interest rates are at record lows and people are suffering.
In June 2012, Rogoff did call "debt-ceiling absolutists" naive in their belief that governments could suddenly just stop taking on debts necessary to pay for stuff like armies and roads. But he also scolded the "simplistic Keynesians" like Krugman who have called for more debt and more government spending: "[E]xpanding today's already large deficits is a risky proposition, not the cost-free strategy that simplistic Keynesians advocate."
A little later, in August 2012, Rogoff claimed that he had "always favoured investment in high-return infrastructure projects that significantly raise long-term growth." But as Slate's Matthew Yglesias noted at the time, this is a stingy sop -- okay, fine, we can spend some money, but only as long as we're sure we're spending it on "high-return" projects. Good luck figuring out what those are.
And for the past three years, as their paper was used as a political weapon by austerity advocates, Reinhart and Rogoff remained mute, never complaining that their paper was being misconstrued or taken too far. In fact, their columns and congressional consultations only fanned austerity's flames. Rogoff in 2011 told Congress that right now was "absolutely" the time to start cutting debt, according to Sen. Tom Coburn (R-Okla.).
Now that their thesis has suffered a potentially fatal blow, and the "fiscal tsunami" of soaring interest rates they predicted has still not materialized, Reinhart and Rogoff are re-writing history and appearing to get a little cozier with the idea of debt. Given the damage that austerity has already caused, any apparent abandonment of it is welcome. Still, there's no better proof that the intellectual case for austerity has always been empty.




miércoles, 24 de abril de 2013

Ganó Krugman


The Economic Argument Is Over — And Paul Krugman Won


By  | Daily Ticker



For the past five years, a fierce war of words and policies has been fought in America and other economically challenged countries around the world.
On one side were economists and politicians who wanted to increase government spending to offset weakness in the private sector. This "stimulus" spending, economists like Paul Krugman argued, would help reduce unemployment and prop up economic growth until the private sector healed itself and began to spend again.
On the other side were economists and politicians who wanted to cut spending to reduce deficits and "restore confidence." Government stimulus, these folks argued, would only increase debt loads, which were already alarmingly high. If governments did not cut spending, countries would soon cross a deadly debt-to-GDP threshold, after which growth would be permanently impaired. The countries would also be beset by hyper-inflation, as bond investors suddenly freaked out and demanded higher interest rates. Once government spending was cut, this theory went, deficits would shrink and "confidence" would return.
This debate has not just been academic.
Those in favor of economic stimulus won a brief victory in the depths of the financial crisis, with countries like the U.S. implementing stimulus packages. But the so-called "Austerians" fought back. And in the past several years, government policies in Europe and the U.S. have been shaped by the belief that governments had to cut spending or risk collapsing under the weight of staggering debts.
Over the course of this debate, evidence has gradually piled up that the "Austerians" were wrong. Japan, for example, has continued to increase its debt-to-GDP ratio well beyond the supposed collapse threshold, and its interest rates have remained stubbornly low. More notably, in Europe, countries that embraced (or were forced to adopt) austerity, like the U.K. and Greece, have endured multiple recessions (and, in the case of Greece, a depression). Moreover, because smaller economies produced less tax revenue, the countries' deficits also remained strikingly high.
So the empirical evidence increasingly favored the Nobel-prize winning Paul Krugman and the other economists and politicians arguing that governments could continue to spend aggressively until economic health was restored.
And then, last week, a startling discovery obliterated one of the key premises upon which the whole austerity movement was based.
An academic paper that found that a ratio of 90%-debt-to-GDP was a threshold above which countries experienced slow or no economic growth was found to contain an arithmetic calculation error.
Once the error was corrected, the "90% debt-to-GDP threshold" instantly disappeared. Higher government debt levels still correlated with slower economic growth, but the relationship was not nearly as pronounced. And there was no dangerous point-of-no-return that countries had to avoid exceeding at all costs.
The discovery of this simple math error eliminated one of the key "facts" upon which the austerity movement was based.
It also, in my opinion, settled the "stimulus vs. austerity" argument once and for all.
The argument is over. Paul Krugman has won. The only question now is whether the folks who have been arguing that we have no choice but to cut government spending while the economy is still weak will be big enough to admit that.
The discovery of the calculation error, after all, came only a few months after the United States voluntarily cut spending through a government "sequester." This sequester is hurting the U.S. economy, and it is also depriving American citizens of some basic services--like a fully staffed air-traffic control system--that most first-world countries regard as a given in a developed economy. And with America's government deficit already shrinking (thanks to the rollback of some tax cuts and a modest increase in taxes), it is now even clearer that the sequester did not have to be adopted.
Yes, at some point, the American government needs to come together and figure out a smart long-term plan for containing healthcare and military costs, which are the real budget-busters in our government spending. That long-term plan does not need to be adopted immediately, however.
And in the meantime, for the sake of the country, it would be nice if our government came together and agreed to restore full funding for basic services.
Because the current state of government dysfunction in the United States is not just economically harmful. It is also embarrassing, depressing, and based on a premise that is now demonstrably false.