Los niños de Shangai obtienen las mejores calificaciones en el informe PISA, pero deben pagar un alto precio por ello
Por: Franc Sayol,
Cuando en 2009 los estudiantes de Shangai participaron por primera vez en el Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes (PISA), los resultados cogieron desprevenida a la comunidad internacional. Los adolescentes chinos eran mejores en matemáticas, ciencia y lectura que los de Estados Unidos, Alemania o Japón. Entonces, Occidente entendió que si el futuro pertenece a China, no solo es por razones económicas.
El respeto por la educación en China tiene una tradición centenaria, pero hasta hace poco más de una década su sistema educativo era extremadamente mediocre. Durante estos diez años, se han introducido reformas que lo han convertido en un referente mundial. Su receta no esconde ningún ingrediente mágico, sino mucho compromiso con su forma de hacer las cosas: compromiso con la formación de los profesores, implicación de los padres en el aprendizaje de sus hijos y una cultura que premia la formación y el respeto a los docentes. Sobre el papel, son unos principios que cualquier país que aspire a tener un buen sistema educativo debería aplicar. Pero el modelo despierta tanta admiración como controversia.
Una reciente pieza de Newsweek describía la rutina diaria de Jinjing Liu, una estudiante adolescente de Shangai. Jinging se despierta cada día a las 6, entra en clase a las 7:30 y se queda en el colegio hasta las 6 de la tarde. Media hora después, llega a casa, cena y entonces hace deberes hasta las 11 de la noche como muy pronto. Así cada día. Los sábados descansa, pero cada domingo estudia de 8 de la mañana a 5 de la tarde. Jinjing no se considera especialmente obsesiva con el estudio. En esa misma pieza se explican casos de alumnos que al llegar a casa comen algo, duermen hasta medianoche y entonces estudian durante el resto de la noche hasta que vuelven a la escuela de madrugada.
El objetivo de Jinging, como el de todos los estudiantes chinos, esconseguir una buena puntuación en los dos exámenes que determinarán su futuro profesional. El primero de ellos se conoce como Zhongkao, y decidirá si un alumno podrá entrar en una escuela pública de élite. Para muchos padres, este es el momento más importante en la vida de un alumno. Sacar buena nota en él implica poder ir a un instituto mejor, con mejores profesores y donde competirán con niños más listos.
Con esa prueba empieza una criba que concluye con Gaokao, el examen previo a la universidad. El Gaokao está considerado uno de los exámenes con más presión del mundo. Poder entrar en una buena universidad no solo implica tener un trabajo mejor. Significa cambiar por completo las perspectivas de tu vida. En la sociedad china, tener un buen expediente académico es fundamental para asegurarse el porvenir económico. En España, tener un título universitario no necesariamente implica ganar más dinero que, pongamos, un fontanero. En China, las diferencias son abismales.
Pero la perspectiva económica no es lo único que motivo a los estudiantes. En Shangai, sacar buenas notas en los exámenes es el equivalente a ser el máximo goleador de tu equipo de fútbol en España. Te da respeto social. Mientras que en nuestro país a los chicos y chicas aplicados con los estudios se les llama “empollones” de forma despectiva, en Shangai ocurre todo lo contrario. Si no trabajas duro en la escuela, los demás alumnos se ríen de ti. Ahí lo cool no es ser el gamberro de la clase, sino ser el que saca mejores notas.
El Gaokao no solo implica una enorme presión para los estudiantes sino también para los profesores. El funcionamiento de las escuelas implica que los docentes reciban incentivos económicos según su ratio de alumnos aceptados en la universidad. Esto ayuda a tener profesores motivados, que dedican gran parte de su jornada laboral a desarrollar nuevas técnicas de enseñanza, a planificar sus clases y a compartir ideas con el resto de sus compañeros. Pero también implica a profesores demasiado obsesionados con la nota que sacarán sus alumnos en los exámenes.
Esta fijación con los exámenes es esencial para entender el método de enseñanza chino, que podría compararse al modo en que se alimenta a una oca destinada a producir foie-gras. Los alumnos son forzados a memorizar grandes cantidades de información a base de repetir todo lo que dice el profesor. La obsesión por la memorización puede llegar a extremos ridículos, como que un alumno no solo deba recitar un poema de memoria sino explicar su significado utilizando exactamente las mismas palabras que usó el maestro. Un sistema con el que la curiosidad, la creatividad y el pensamiento crítico de los alumnos queda sepultado.
El excesivo peso de los exámenes no solo acaba derivando en chicos y chicas estresados, solitarios y tristes, sino que es el caldo de cultivo de uno de los mayores problemas de la escuela pública china: la corrupción. Desde la perspectiva de las autoridades, los exámenes son el sistema de evaluación más justo. Todos los alumnos, sea cual sea su origen, hacen la misma prueba. Y, mientras obtenga una buena calificación, cualquiera puede acceder a las mejores universidades. Pero la realidad no es tan alentadora.
Los sobornos a profesores están a la orden del día. Los padres están dispuestos a pagar para lograr una plaza en una buena escuela primaria, para que su hijo reciba más atención en clase o para que, directamente, el profesor ayude a un alumno el día del examen. Esto provoca situaciones como la que se vivió el pasado verano en Zhongxiang, cuando centenares de estudiantes que debían examinarseprovocaron una revuelta cuando descubrieron que no iban a ser supervisados por sus profesores, sino por vigilantes escogidos de forma aleatoria.
En un sistema educativo que se jacta de ser el más equitativo del mundo, los sobornos son la fisura por la que se cuela la desigualdad. Por mucho que los profesores reciban incentivos de las escuelas por las buenas notas de sus alumnos, el dinero de verdad está en los padres de familias acomodadas. Esto significa que aunque el gobierno haga esfuerzos para que todos los estudiantes sean tratados igual —los resultados en los informes PISA, en los que la diferencia entre los mejores y peores alumnos es inferior a la media, demuestran que, en parte, lo logran—,muchos profesores prestan mucha más atención a los alumnos ricos. Una forma de discriminación distinta a la del modelo occidental de escuelas de élite, pero discriminación al fin y al cabo.
Con este panorama, y aunque la corrupción sea uno de sus principales problemas, quizá el mayor desafío al que se enfrenta la escuela pública china sea la desafección que está empezando a generar en ciertos sectores de la sociedad.
El énfasis en el aprendizaje mecánico y la desmesurada influencia de los exámenes están provocando que cada vez haya más padres críticos con el modelo de Shangai. En consonancia, están emergiendo numerosos colegios privados que adoptan métodos de enseñanza más parecidos a los occidentales, con cargas de trabajo más razonables y un mayor foco en fomentar el pensamiento creativo y la resolución de problemas. El creciente número de matriculaciones en este tipo de escuela demuestra que existe una nueva generación de padres más preocupados por el bienestar de sus hijos que no en sus calificaciones en los exámenes.
Las autoridades son conscientes de ello, y están buscando maneras de remediarlo. Tal y como explicaba Zhang Minxuan, presidente de la Shanghai Normal University —una de las más prestigiosas del país— a Newsweek, se están buscando maneras de aligerar la carga de deberes que tienen que afrontar los alumnos, a la vez que se intenta que las universidades empiecen a valorar actividades extra-curriculares como los deportes o la música en sus procesos de admisión. También se está barajando la posibilidad de rebajar la incidencia de los exámenes, pero en ningún caso se plantea su supresión.
Es improbable que China adopte el modelo occidental en su totalidad. La sobreprotección y el excesivo celo en el bienestar de los niños suele señalarse, precisamente, como uno de los lastres de muchos de los modelos educativos occidentales. Pero una escuela pública que implica sacrificar la infancia de sus alumnos nunca podrá ser la mejor del mundo. La lección más valiosa que podemos extraer del modelo educativo chino es, quizá, que tan importante es la excelencia como la necesidad de un equilibrio.
Playground
Cuando en 2009 los estudiantes de Shangai participaron por primera vez en el Programa Internacional para la Evaluación de Estudiantes (PISA), los resultados cogieron desprevenida a la comunidad internacional. Los adolescentes chinos eran mejores en matemáticas, ciencia y lectura que los de Estados Unidos, Alemania o Japón. Entonces, Occidente entendió que si el futuro pertenece a China, no solo es por razones económicas.
El respeto por la educación en China tiene una tradición centenaria, pero hasta hace poco más de una década su sistema educativo era extremadamente mediocre. Durante estos diez años, se han introducido reformas que lo han convertido en un referente mundial. Su receta no esconde ningún ingrediente mágico, sino mucho compromiso con su forma de hacer las cosas: compromiso con la formación de los profesores, implicación de los padres en el aprendizaje de sus hijos y una cultura que premia la formación y el respeto a los docentes. Sobre el papel, son unos principios que cualquier país que aspire a tener un buen sistema educativo debería aplicar. Pero el modelo despierta tanta admiración como controversia.
Estudiantes bajo presión
Una reciente pieza de Newsweek describía la rutina diaria de Jinjing Liu, una estudiante adolescente de Shangai. Jinging se despierta cada día a las 6, entra en clase a las 7:30 y se queda en el colegio hasta las 6 de la tarde. Media hora después, llega a casa, cena y entonces hace deberes hasta las 11 de la noche como muy pronto. Así cada día. Los sábados descansa, pero cada domingo estudia de 8 de la mañana a 5 de la tarde. Jinjing no se considera especialmente obsesiva con el estudio. En esa misma pieza se explican casos de alumnos que al llegar a casa comen algo, duermen hasta medianoche y entonces estudian durante el resto de la noche hasta que vuelven a la escuela de madrugada.
El objetivo de Jinging, como el de todos los estudiantes chinos, esconseguir una buena puntuación en los dos exámenes que determinarán su futuro profesional. El primero de ellos se conoce como Zhongkao, y decidirá si un alumno podrá entrar en una escuela pública de élite. Para muchos padres, este es el momento más importante en la vida de un alumno. Sacar buena nota en él implica poder ir a un instituto mejor, con mejores profesores y donde competirán con niños más listos.
Con esa prueba empieza una criba que concluye con Gaokao, el examen previo a la universidad. El Gaokao está considerado uno de los exámenes con más presión del mundo. Poder entrar en una buena universidad no solo implica tener un trabajo mejor. Significa cambiar por completo las perspectivas de tu vida. En la sociedad china, tener un buen expediente académico es fundamental para asegurarse el porvenir económico. En España, tener un título universitario no necesariamente implica ganar más dinero que, pongamos, un fontanero. En China, las diferencias son abismales.
Pero la perspectiva económica no es lo único que motivo a los estudiantes. En Shangai, sacar buenas notas en los exámenes es el equivalente a ser el máximo goleador de tu equipo de fútbol en España. Te da respeto social. Mientras que en nuestro país a los chicos y chicas aplicados con los estudios se les llama “empollones” de forma despectiva, en Shangai ocurre todo lo contrario. Si no trabajas duro en la escuela, los demás alumnos se ríen de ti. Ahí lo cool no es ser el gamberro de la clase, sino ser el que saca mejores notas.
Empacho, exámenes y corrupción
El Gaokao no solo implica una enorme presión para los estudiantes sino también para los profesores. El funcionamiento de las escuelas implica que los docentes reciban incentivos económicos según su ratio de alumnos aceptados en la universidad. Esto ayuda a tener profesores motivados, que dedican gran parte de su jornada laboral a desarrollar nuevas técnicas de enseñanza, a planificar sus clases y a compartir ideas con el resto de sus compañeros. Pero también implica a profesores demasiado obsesionados con la nota que sacarán sus alumnos en los exámenes.
Esta fijación con los exámenes es esencial para entender el método de enseñanza chino, que podría compararse al modo en que se alimenta a una oca destinada a producir foie-gras. Los alumnos son forzados a memorizar grandes cantidades de información a base de repetir todo lo que dice el profesor. La obsesión por la memorización puede llegar a extremos ridículos, como que un alumno no solo deba recitar un poema de memoria sino explicar su significado utilizando exactamente las mismas palabras que usó el maestro. Un sistema con el que la curiosidad, la creatividad y el pensamiento crítico de los alumnos queda sepultado.
El excesivo peso de los exámenes no solo acaba derivando en chicos y chicas estresados, solitarios y tristes, sino que es el caldo de cultivo de uno de los mayores problemas de la escuela pública china: la corrupción. Desde la perspectiva de las autoridades, los exámenes son el sistema de evaluación más justo. Todos los alumnos, sea cual sea su origen, hacen la misma prueba. Y, mientras obtenga una buena calificación, cualquiera puede acceder a las mejores universidades. Pero la realidad no es tan alentadora.
Los sobornos a profesores están a la orden del día. Los padres están dispuestos a pagar para lograr una plaza en una buena escuela primaria, para que su hijo reciba más atención en clase o para que, directamente, el profesor ayude a un alumno el día del examen. Esto provoca situaciones como la que se vivió el pasado verano en Zhongxiang, cuando centenares de estudiantes que debían examinarseprovocaron una revuelta cuando descubrieron que no iban a ser supervisados por sus profesores, sino por vigilantes escogidos de forma aleatoria.
En un sistema educativo que se jacta de ser el más equitativo del mundo, los sobornos son la fisura por la que se cuela la desigualdad. Por mucho que los profesores reciban incentivos de las escuelas por las buenas notas de sus alumnos, el dinero de verdad está en los padres de familias acomodadas. Esto significa que aunque el gobierno haga esfuerzos para que todos los estudiantes sean tratados igual —los resultados en los informes PISA, en los que la diferencia entre los mejores y peores alumnos es inferior a la media, demuestran que, en parte, lo logran—,muchos profesores prestan mucha más atención a los alumnos ricos. Una forma de discriminación distinta a la del modelo occidental de escuelas de élite, pero discriminación al fin y al cabo.
El equilibrio necesario
Con este panorama, y aunque la corrupción sea uno de sus principales problemas, quizá el mayor desafío al que se enfrenta la escuela pública china sea la desafección que está empezando a generar en ciertos sectores de la sociedad.
El énfasis en el aprendizaje mecánico y la desmesurada influencia de los exámenes están provocando que cada vez haya más padres críticos con el modelo de Shangai. En consonancia, están emergiendo numerosos colegios privados que adoptan métodos de enseñanza más parecidos a los occidentales, con cargas de trabajo más razonables y un mayor foco en fomentar el pensamiento creativo y la resolución de problemas. El creciente número de matriculaciones en este tipo de escuela demuestra que existe una nueva generación de padres más preocupados por el bienestar de sus hijos que no en sus calificaciones en los exámenes.
Las autoridades son conscientes de ello, y están buscando maneras de remediarlo. Tal y como explicaba Zhang Minxuan, presidente de la Shanghai Normal University —una de las más prestigiosas del país— a Newsweek, se están buscando maneras de aligerar la carga de deberes que tienen que afrontar los alumnos, a la vez que se intenta que las universidades empiecen a valorar actividades extra-curriculares como los deportes o la música en sus procesos de admisión. También se está barajando la posibilidad de rebajar la incidencia de los exámenes, pero en ningún caso se plantea su supresión.
Es improbable que China adopte el modelo occidental en su totalidad. La sobreprotección y el excesivo celo en el bienestar de los niños suele señalarse, precisamente, como uno de los lastres de muchos de los modelos educativos occidentales. Pero una escuela pública que implica sacrificar la infancia de sus alumnos nunca podrá ser la mejor del mundo. La lección más valiosa que podemos extraer del modelo educativo chino es, quizá, que tan importante es la excelencia como la necesidad de un equilibrio.
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