Dani Rodrik: "Las políticas van de un extremo a otro porque se rigen por modas"
La crisis está cambiando el discurso económico dominante.
iECO
Si la crisis financiera comienza en Tailandia y los astilleros se desmantelan en España es porque algo hicieron mal en sus lecciones de globalización. Pero cuando el epicentro de la debacle está en unas hipotecas de EE.UU. y las automotrices que se deshacen de empleados tienen sede en Detroit, lo que anda mal es el sistema. El economista turco y profesor en Harvard Dani Rodrik lleva desde 1997 escribiendo libros sobre los riesgos de la globalización. No fue hasta 2008 que los hechos terminaron dándole la razón.
En su última obra,
La paradoja de la globalización (2012), quien fue el
primer premio Albert O. Hirschman de la Academia de Ciencias Sociales de EE.UU. profundiza en los desequilibrios que provocó una
ideología del "libremercadismo", en la que a todos los problemas económicos se les prescribió el mismo remedio: desregular y eliminar aranceles. En un mundo con mínimas barreras aduaneras, las empresas obligadas por sus países a pagar sueldos dignos y respetar derechos laborales no compiten en pie de igualdad frente a las que maltratan a sus trabajadores (porque el gobierno se los permite). En conversación telefónica con
iEco, Rodrik explicó por qué, a pesar de eso, se ha mantenido durante años el "fundamentalismo del libremercado": "
Las políticas económicas van de un extremo a otro porque se rigen por modas. Yo preferiría que tuvieran en cuenta tanto los peligros del proteccionismo como los de una excesiva apertura. Si los aranceles de hoy fueran de 30%, y no de 5%, probablemente yo abogaría por defender el libremercado".
-En su libro pone como ejemplo de globalización equilibrada al capitalismo con intervención estatal formulado en Bretton Woods. Si era tan bueno, ¿por qué se abandonó?
- La crisis del petróleo en los 70, la crisis posterior de la deuda en América Latina, la inflación y el desempleo creciente en los países desarrollados... Todo eso culminó en un giro fundamental de la narrativa que dominaba hasta entonces el pensamiento y las políticas económicas. Con las victorias electorales de (Ronald) Reagan, en EE.UU. y de Margaret Thatcher en el Reino Unido, las ideas de Milton Friedman se convirtieron en sabiduría popular a la hora de pensar el papel del gobierrno en la sociedad. Pero hasta mediados de los 70, las ideas de Friedman aún eran las de una minoría.
- ¿Hay espacio en la OMC para matizar el objetivo del arancel cero?
- La Organización Mundial del Comercio es poco relevante para entender qué pasa. Ahora la acción está en los acuerdos regionales y en los bilaterales. La idea de la apertura de los mercados no se mantiene por la OMC, sino por el consenso político de los países centrales.
-¿China es el único país que conserva el estilo Bretton Woods de protección a la industria nacional?
- China también se rindió con el tema de los aranceles cuando entró en la OMC. Donde yo sí diría que sigue el espíritu de Bretton Woods es en sus intervenciones sobre el tipo de cambio, algo que también hacen otros emergentes como Brasil, Corea del Sur o Turquía.
- ¿Es un primer paso en la revisión de la ideología del 'libremercadismo'?
- Sí, aunque en cierto grado es una reacción natural. El fundamentalismo del libremercado puso una carga extra en el tipo de cambio. Si atás tus manos en una esfera, crece la carga sobre otras variables.
- En la crisis islandesa, el FMI aceptó controles de capitales. ¿Eso sí es un cambio de tendencia?
- Su cambio de opinión sobre los controles de capitales fue notable. El FMI también fue capaz de revisar sus ideas sobre los beneficios de la austeridad, algo que la Comisión Europea aún defiende.
- No descarta los aranceles para proteger a la industria pero tampoco cree que el sector secundario vuelva a ser el gran empleador, ¿por qué?
- La forma en que los asiáticos crecieron con la industrialización podría no repetirse en la próxima generación de países exitosos. La industria se está convirtiendo en algo más intensivo en habilidades que en capital. Ya no tiene tanta capacidad para absorber a masas de gente sin formación, que fue lo que permitió veloces aumentos de productividad en Taiwán, Corea del Sur y China. Las fuerzas de la industrialización van a ser más moderadas: implicarán crecimientos y cambios estructurales menores.
- ¿Hay sustitutos para la industria?
- No. Están los servicios, que a su vez se dividen en dos grandes grupos. Los de alto valor y que requieren altos conocimientos, como los financieros o los de tecnologías de la información, pueden tomar algo del papel de la industria pero no tienen tanta capacidad empleadora. El otro grupo, de servicios informales, no transables y de muy baja productividad, representa un gran avance con respecto a la agricultura tradicional pero tampoco sustituye a la antigua industrialización.
- Frente a los que acusan a los lobbies de impulsar cambios de política que los favorecen especialmente, usted subraya la influencia del pensamiento económico. ¿Los economistas no pueden ser víctimas del lobby?
- La plata juega un papel, pero no creo que la dinámica fundamental sea servir al interés financiero de un sector. Es un fenómeno más sociológico. Los economistas quieren que sus ideas sean tomadas en serio y que los poderosos les den palmaditas en la espalda. Los bancos necesitan legitimar sus ideas, y se vuelcan a los economistas de ideas más consistentes con sus intereses. Se refuerzan unos a otros de forma mutua. La plata juega un papel, pero no es el motor principal.
- ¿El financiero siempre fue más poderoso que otros sectores?
- Eso es un fenómeno relativamente nuevo, engendrado por la desregulación y globalización financiera de los 80 y 90. En EE.UU., antes se decía: "Lo que es bueno para General Motors es bueno para el país". En la última crisis financiera, la opinón general parecía ser otra: "Lo que es bueno para Wall Street es bueno para Estados Unidos".
- ¿No creció demasiado el poder de las grandes empresas como para retroceder con la liberalización?
- Los cambios en la regulación de sindicatos y mercados laborales de los 80 aumentaron el poder negociador de los empleadores con respecto a sus trabajadores. La globalización además les permitió cambiar de país, con lo que su poder negociador frente a los gobiernos también aumentó. Pero yo creo que muy a menudo los gobiernos infravaloran su propio poder. Aunque operen de forma internacional, las empresas dependen de impuestos y regulaciones gubernamentales. Y cuando vienen las vacas flacas, como ocurrió en la última crisis, tienen que pedirles ayuda. A General Motors y a Ford no las rescató el G20 sino el gobierno de EE.UU. Los gobiernos nacionales aún tienen poder. La pregunta es si quieren ejercitarlo.
- ¿Por qué no querrían?
- Como decíamos al principio, tiene que ver con la narrativa dominante. Muchos aún creen que no es bueno adoptar posturas que molesten a las grandes empresas. Pero es algo que está cambiando lentamente. Un ejemplo es la nueva tasa a las transacciones financieras de Europa, algo que obviamente no era deseado por los bancos.
- ¿La Comisión Europea aún cree que la austeridad funciona?
- Han ido muy lejos con esa narrativa como para retroceder. Sería muy embarazoso y probablemente tendrían que renunciar algunos de sus defensores. Están atascados.