Las tres razones por las que Argentina no es un país desarrollado
José Luis Espert - Infobae
Según el último informe de la UCA, el 33% de los argentinos son pobres
La Argentina debería ser un país desarrollado, pero no lo es. ¿Por qué? Porque tres corporaciones se la fuman en pipa.
Hablo de los empresarios prebendarios que le venden a la gente, a precio de oro, lo que afuera se consigue por monedas. Hablo de los que ruegan por más obra pública porque al parecer en la Argentina, sin el dinero de los contribuyentes, no se construye ni un nicho de cementerio. Hablo de los sindicatos, que dicen defender los derechos de los trabajadores y que se comportan como "empresas"; digo empresas entre comillas, porque los sindicalistas, aunque ganan sumas incalculables, no invierten un peso de sus bolsillos y no asumen el menor riesgo. Y hablo, en fin, de los políticos, que con el canto —o para estar a tono con el pasado reciente, con el relato— de la "mejora distributiva", le sustraen a cada trabajador, a través de los impuestos, el equivalente a la mitad de un año de trabajo. La Argentina no vive con estas corporaciones: vive para ellas. Por eso no es un país desarrollado.
No es un secreto. Empresarios amanuenses que luego de doce años de hacer negocios con y gracias al kirchnerismo, como los vinculados a la obra pública, o representantes de los sectores industriales más proteccionistas, reconocieron públicamente ante la prensa su esencia corrupta y extorsionadora, aunque más tarde, ante la Justicia, hayan relativizado sus dichos.
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El sistema no es sólo inviable económicamente, sino también homicida. Nuestros sindicalistas constituyen verdaderas monarquías hereditarias: son reelegidos en sus cargos de manera permanente y reemplazados por sus propios hijos sólo una vez que mueren o renuncian. Algunos de ellos han terminado presos por integrar asociaciones ilícitas: fue el caso de Juan José Zanola, del gremio bancario, o José Pedraza, ex líder de la Unión Ferroviaria, preso todavía por haber sido partícipe necesario del asesinato del militante del Partido Obrero Mariano Ferreyra.
La función de los políticos se ha desnaturalizado por completo. De tener que trabajar sólo para brindar los bienes públicos básicos necesarios como justicia, seguridad, diplomacia, salud y educación básicas, se han transformado en una verdadera corporación. Como toda corporación, primero se defiende a sí misma con uñas y dientes; este reflejo corporativo es especialmente notorio (y obsceno) cuando se trata de tapar sus propios escándalos de corrupción. Recién después, para beneficio de la tribuna, simulan pelearse por el voto de la gente. Son, por regla general, corruptos y tranzas como los peores elementos de la sociedad.
Portada de “La Argentina devorada”, de José Luis Espert
Estábamos entre los diez países con mayor ingreso per cápita hace cien años. Fuimos el granero del mundo. Recibíamos corrientes migratorias de toda Europa. Supimos ser el faro cultural de América Latina. Aquí se imprimían los libros importantes de habla hispana para todo el mundo. Fuimos el primer país de América Latina en lograr la alfabetización, el subte. De los primeros de la región en tener el ferrocarril esparcido por toda la geografía de nuestro país.
Hoy nuestro ingreso per cápita languidece en la mitad inferior de la tabla. Apenas terminada la Segunda Guerra Mundial se decía que podíamos ser Australia. Hoy Australia tiene un ingreso per cápita casi cinco veces superior al nuestro. A mediados de los '90 competíamos con Brasil por el liderazgo de América del Sur. Hoy Brasil se sienta como invitado a las reuniones del poderoso G-7 mientras Argentina lucha por no perder su posición de preeminencia respecto de Colombia, Perú, Ecuador o Bolivia. Chile ya tiene un ingreso per cápita superior la nuestro, cuando en 1945 lo duplicábamos.
¿Qué es nos pasó para que sufriéramos esta auténtica implosión económica?
Ésta es una sociedad que hace unos cien años (por lo menos desde fines de la Primera Guerra Mundial) comenzó a alejarse de los ideales de la auténtica libertad política, el republicanismo, el respeto a las instituciones, el libre comercio como principio rector de la asignación de recursos, el capitalismo de la libre competencia como forma de acumulación de la riqueza y la excelencia educativa como eje rector de la meritocracia social.
Cuando nos alejarnos de estos valores la Argentina quedó presa de un empresariado prebendario y una clase política y un sindicalismo corruptos que le hacen de socios. El empresariado prebendario se enriquece sin esfuerzo competitivo y luego reparte entre los tres los frutos de sus ganancias espurias.
Sin competencia con el mundo, gracias a esa estafa llamada sustitución de importaciones o "vivir con lo nuestro", la élite empresaria nos impone los precios que se le antojan. La eficiencia económica no puede importarle menos. Menos aún le importan las consecuencias que esto tiene sobre los niveles de pobreza y la inequidad con la que se distribuye el ingreso. Es cierto que la eficiencia económica no tiene nada que ver con el modo en que se distribuye el ingreso (aunque sí está relacionada inversamente con la pobreza), pero es probable que cuanto más se deba competir para ganar dinero y prosperar, más verdadera conciencia social se tenga. De hecho, los números muestran que cuanto más competitivos y eficientes son los países, mejor es su distribución del ingreso.
El mecanismo que impera en la Argentina es perverso. Al no haber conexión alguna entre el ideal de la eficiencia económica y los precios de los bienes y servicios (los precios son carísimos y los bienes y servicios, pésimos), a la élite empresaria no le molesta pagar una presión impositiva salvaje como ofrenda a los políticos y salarios alejados de la productividad del trabajo para que los sindicatos no los martiricen con paros, boicots o cortes de calles.
Cuando vemos al sector agropecuario y a las PYMES quejarse por las migajas que reciben por lo que producen cuando al mismo tiempo en la góndola del supermercado o el mostrador del comercio el consumidor paga fortunas, es esto. Impuestos indirectos, costos laborales, regulaciones y costos de intermediación que engordan los precios para financiar una ineficiencia monstruosa y el enriquecimiento (muchas veces ilícito) de ciertos empresarios, políticos y sindicalistas que, más que defensores de los derechos del trabajador, son verdaderos señores feudales que tienen programas de radio, televisión, diarios (Víctor Santa María del SUTERH) y se dedican con gran impacto a manejar clubes de fútbol (Luis Barrionuevo, del gremio gastronómico, en Chacarita Juniors) y hasta tener aspiraciones de presidir la AFA (Hugo Moyano de Camioneros).
Tampoco la clase política tiene incentivo alguno para ser responsable con el nivel en el que coloca el gasto público. Total, cuando los impuestos para financiarlo o los salarios en dólares se vuelven impagables o las reservas del Banco Central se agotan o la deuda se torna impagable, se devalúa y chau. Si esto empobrece a la gente, raudos aparecen los empresarios prebendarios, los políticos y los sindicatos con un buen relato de conspiradores, poderes concentrados, buitres que nos quieren hundir.
Después de todo, ya se sabe que somos una amenaza para los poderosos del mundo. Y listo: a empezar de nuevo el juego de suba del gasto público, de los salarios y de los precios. Hasta que otra vez no de para más.
¿Educar a la gente en la insostenibilidad a largo plazo del esquema? Jamás. Todo lo contrario. Hay que perseverar en el expolio, vía retenciones y prohibiciones para exportar, a nuestras industrias más productivas, como el campo, el petróleo y el turismo.
A esos sectores se los llama con desprecio "rentistas", cuando en realidad un grano de maíz, una gota de combustible o un turista que gasta su dinero en nuestro país requieren de inversiones formidables en maquinaria y equipo, investigación y desarrollo, tecnología, infraestructura, capacitación de personal, muy superiores a las que realizan los sectores protegidos con sus super-rentas derivadas del proteccionismo y de los contratos de obra pública a precios, en general, por encima del mercado.
"En la Argentina hay hambre, no porque falten alimentos, como pasa en otros países, sino porque sobra inmoralidad". Esta frase del ex presidente Raúl Alfonsín tiene mucho de cierto, pero no en el sentido en que la mayoría la interpreta y en el que probablemente el mismo Alfonsín la expresó. La inmoralidad que causa el hambre no proviene de los empresarios libres de la sociedad que junto a los trabajadores, unidos por el empeño de mejorar su bienestar y el de sus familias, día a día se rompen el lomo para producir bienes y servicios. La inmoralidad que produce hambre en la Argentina es la inmoralidad de los políticos, los empresarios prebendarios que transan con ellos y los sindicalistas corruptos.
El blog reúne material de noticias de teoría y aplicaciones de conceptos básicos de economía en la vida diaria. Desde lo micro a lo macro pasando por todas las vertientes de los coyuntural a lo más abstracto de la teoría. La ciencia económica es imperial.
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domingo, 12 de marzo de 2017
lunes, 6 de febrero de 2017
¿Cómo se vería una guerra comercial entre USA y China?
¿Cómo podría ser una guerra comercial entre Estados Unidos y China?
Las tarifas estadounidenses punitivas sobre China dejarían a todo el mundo en peor situación
Por S.K. - The Economist
DONALD TRUMP vilipendió al gobierno chino en la campaña electoral, acusándolo de manipular la moneda china, robar la propiedad intelectual de Estados Unidos y "tomar nuestros empleos". Esta hostilidad no era sólo posturas para la temporada electoral. En 2012 había acusado falsamente a los chinos de inventar el concepto de calentamiento global, para hacer que la manufactura estadounidense no fuera competitiva, dijo. Las tensiones son altas: Xi Jinping, presidente chino, recordó a las elites globales reunidas en Davos que "nadie saldrá como ganador en una guerra comercial". Si Estados Unidos apunta al comercio chino, China reaccionará. Entonces, ¿qué podría hacer una guerra comercial entre las dos potencias económicas?
Hay dos formas en que la conversación puede traducirse en acción. Trump podría tratar simplemente de hacer cumplir las reglas del comercio mundial en las salas de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Dado que los Estados Unidos no tienen un acuerdo comercial bilateral con China, las reglas de la OMC definen lo que está o no está permitido. El Sr. Trump podría, con alguna justificación, acusar a China de impulsar su economía con subsidios e inundar algunos mercados estadounidenses con importaciones baratas. Se dará cuenta de que la administración Obama ya había iniciado una serie de casos legales contra China en la OMC. Sus subalternos han sugerido que la administración Trump podría ir más allá, por ejemplo lanzando casos contra sospechosos dumpers chinos, en lugar de dejarlo a la industria estadounidense. Sin embargo, es crucial que mientras los chinos probablemente tomen represalias, tal vez repentinamente encuentren problemas de salud y seguridad con las exportaciones de alimentos estadounidenses, esta cadena de eventos no necesita descender a una guerra comercial. Las reglas de la OMC están diseñadas específicamente para manejar este tipo de disputa. Si encuentra que China no está de acuerdo con las reglas, entonces hay límites claros sobre cómo Estados Unidos puede tomar represalias. Si el sistema funciona como debería, cualquier recriminación estaría contenida.
Sin embargo, no es lo que los economistas tienen en mente cuando piensan en el peor escenario para el comercio entre Estados Unidos y China. El gran temor es que el Sr. Trump decida pasar por alto las reglas de la OMC, o abandonarlas por completo después de que una decisión no salga a su manera. Un arancel del 45% sobre las importaciones chinas actuaría efectivamente como un impuesto sobre la electrónica y la ropa hecha en China. Si los precios suben internamente, entonces los compradores estadounidenses se sentirán los pellizcos, particularmente los más pobres. Las empresas estadounidenses que dependen de insumos importados de China también sufrirían (algunas compañías no les importa que sus insumos sean subsidiados por el gobierno chino). Un arancel general del 45% sobre las importaciones chinas violaría claramente las reglas de la OMC, y los chinos no esperarían a que un fallo oficial tomara represalias. Una medida estratégica sería frenar las importaciones chinas de soja estadounidense, lo que irritaría al embajador estadounidense en China, quien proviene de Iowa, un estado agrícola.
Habría algunos ganadores de una guerra comercial: en el corto plazo el gobierno estadounidense podría ver más ingresos fiscales, y algunas empresas estadounidenses disfrutarían de ser protegido de la competencia extranjera. La mayor víctima puede no ser el consumidor estadounidense. Después de la segunda guerra mundial, los países ricos se coordinaron para evitar una carrera hacia mayores aranceles, creando el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio, que en 1995 se convirtió en la OMC. Al unirse al club, reconocieron la destrucción de la década de 1930, cuando los países erigieron barreras comerciales para proteger sus economías domésticas, pero terminaron perjudicándose como resultado. Una guerra comercial significaría abandonar una institución que reconoce que los países son más fuertes cuando trabajan juntos.
Las tarifas estadounidenses punitivas sobre China dejarían a todo el mundo en peor situación
Por S.K. - The Economist
DONALD TRUMP vilipendió al gobierno chino en la campaña electoral, acusándolo de manipular la moneda china, robar la propiedad intelectual de Estados Unidos y "tomar nuestros empleos". Esta hostilidad no era sólo posturas para la temporada electoral. En 2012 había acusado falsamente a los chinos de inventar el concepto de calentamiento global, para hacer que la manufactura estadounidense no fuera competitiva, dijo. Las tensiones son altas: Xi Jinping, presidente chino, recordó a las elites globales reunidas en Davos que "nadie saldrá como ganador en una guerra comercial". Si Estados Unidos apunta al comercio chino, China reaccionará. Entonces, ¿qué podría hacer una guerra comercial entre las dos potencias económicas?
Hay dos formas en que la conversación puede traducirse en acción. Trump podría tratar simplemente de hacer cumplir las reglas del comercio mundial en las salas de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Dado que los Estados Unidos no tienen un acuerdo comercial bilateral con China, las reglas de la OMC definen lo que está o no está permitido. El Sr. Trump podría, con alguna justificación, acusar a China de impulsar su economía con subsidios e inundar algunos mercados estadounidenses con importaciones baratas. Se dará cuenta de que la administración Obama ya había iniciado una serie de casos legales contra China en la OMC. Sus subalternos han sugerido que la administración Trump podría ir más allá, por ejemplo lanzando casos contra sospechosos dumpers chinos, en lugar de dejarlo a la industria estadounidense. Sin embargo, es crucial que mientras los chinos probablemente tomen represalias, tal vez repentinamente encuentren problemas de salud y seguridad con las exportaciones de alimentos estadounidenses, esta cadena de eventos no necesita descender a una guerra comercial. Las reglas de la OMC están diseñadas específicamente para manejar este tipo de disputa. Si encuentra que China no está de acuerdo con las reglas, entonces hay límites claros sobre cómo Estados Unidos puede tomar represalias. Si el sistema funciona como debería, cualquier recriminación estaría contenida.
Sin embargo, no es lo que los economistas tienen en mente cuando piensan en el peor escenario para el comercio entre Estados Unidos y China. El gran temor es que el Sr. Trump decida pasar por alto las reglas de la OMC, o abandonarlas por completo después de que una decisión no salga a su manera. Un arancel del 45% sobre las importaciones chinas actuaría efectivamente como un impuesto sobre la electrónica y la ropa hecha en China. Si los precios suben internamente, entonces los compradores estadounidenses se sentirán los pellizcos, particularmente los más pobres. Las empresas estadounidenses que dependen de insumos importados de China también sufrirían (algunas compañías no les importa que sus insumos sean subsidiados por el gobierno chino). Un arancel general del 45% sobre las importaciones chinas violaría claramente las reglas de la OMC, y los chinos no esperarían a que un fallo oficial tomara represalias. Una medida estratégica sería frenar las importaciones chinas de soja estadounidense, lo que irritaría al embajador estadounidense en China, quien proviene de Iowa, un estado agrícola.
Habría algunos ganadores de una guerra comercial: en el corto plazo el gobierno estadounidense podría ver más ingresos fiscales, y algunas empresas estadounidenses disfrutarían de ser protegido de la competencia extranjera. La mayor víctima puede no ser el consumidor estadounidense. Después de la segunda guerra mundial, los países ricos se coordinaron para evitar una carrera hacia mayores aranceles, creando el Acuerdo General sobre Aranceles Aduaneros y Comercio, que en 1995 se convirtió en la OMC. Al unirse al club, reconocieron la destrucción de la década de 1930, cuando los países erigieron barreras comerciales para proteger sus economías domésticas, pero terminaron perjudicándose como resultado. Una guerra comercial significaría abandonar una institución que reconoce que los países son más fuertes cuando trabajan juntos.
viernes, 31 de agosto de 2012
Búsqueda de rentas: Proteccionismo en la Argentina K
Proteccionismo K: unos poquitos pagados para perjudicar a los consumidores
UN NICHO QUE GENERA RENTAS EXTRAORDINARIAS PARA POCOS
Cristina Fernández de Kirchner acaba de formular la siguiente afirmación: “Algunos poquitos pagados no se sabe por quién, o si se sabe por quién, critican nuestras políticas de protección al trabajo y a la producción nacional y se callan la boca cuando nos cierran los mercados a los productos como los cítricos, los limones, la carne y subsidian en los países desarrollados a los productores”. Debemos reconocer que en materia de negocios poco claros el kirchnerismo es especialista. Como dice el refrán: el ladrón mide a todos de su condición.
En rigor la frase se podría dar vuelta y afirmar que unos poquitos pagados no se sabe por quién, o si se sabe por quién, defienden el proteccionismo que genera rentas extraordinarias a favor de los sectores protegidos de la competencia. Puesto en otras palabras, el proteccionismo genera utilidades a los protegidos que no podrían obtener en condiciones de libre competencia, y disfrutar de privilegios tiene un costo que alguien cobra y otro paga.
¿Por qué? Porque a pesar que quieran negar la ley de la oferta y la demanda, cuando uno cierra la economía automáticamente disminuye la oferta de bienes. Si baja la oferta y la demanda es constante, el precio sube. Esto es de manual de economía.
El sector protegido, que vaya a saber a quién le paga, logra tener cautivo al consumidor que ya no dispone de la libertad de elegir cómo gastar el fruto de su trabajo. Si quiere comprar un producto nacional o uno importado debería ser decisión del dueño del salario, no del burócrata de turno que, vaya a saber por quién es pagado o sí sabemos por quién es pagado, bajo el falso argumento de la defensa del trabajo nacional le otorga en bandeja un negocio al sector protegido con rentas extraordinaria.
Esta renta le permite al sector protegido pagarle al protector una coima para que le mantengan el privilegio de no tener que competir.
El debate sobre proteccionismo sí o proteccionismo no puede formularse en la siguiente pregunta: ¿qué se busca con la política de comercio exterior, que la gente pueda acceder a una mayor cantidad de bienes y servicios con su salario o a una menor cantidad de bienes y servicios y de pésima calidad? ¿Cómo está mejor el consumidor? ¿Con libertad de elección o cautivo del productor local?
Y va la aclaración al argumento estúpido de siempre: si no protegemos nos quedamos sin productores locales y sin trabajo. Falso, salvo que el productor local sea muy ineficiente. Pero suponiendo que es ineficiente, y por eso es protegido, los recursos que utiliza el ineficiente los pasarán a utilizar los eficientes produciendo aquello en lo que son competitivos.
Posiblemente CFK no piense en términos de bienestar de la población cuando argumenta a favor de proteccionismo. Un ejemplo sencillo. Supongamos que una persona tiene 1.000 pesos disponibles y con ese dinero puede comprar un par de zapatos y dos camisas. Digamos que los zapatos cuestan 500 pesos y las dos camisas otros 500 pesos. Si el gobierno cierra la importación de camisas, la oferta disminuye, porque el productor local no tiene que esforzarse por hacer mejores camisas y, por lo tanto, puede venderlas a digamos 400 pesos cada una. Así el consumidor, con sus 1000 pesos podrá comprar un par de zapatos y solo una camisa en vez de dos.
Pregunta elemental: ¿cómo está mejor el consumidor, comprando dos camisas y un par de zapatos o comprando una par de zapatos y solo una camisa? Obviamente que el consumidor estará peor en la segunda opción, pero el productor de camisas estará mejor porque puede vender más caro sus productos y con una calidad menor. Así que podríamos decir que unos poquitos pagados son los que defienden el proteccionismo, porque detrás del proteccionismo hay rentas extraordinarias y negociados monumentales de los que justamente no se beneficia el consumidor.
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