La revolución de Tesla
Juan Ramón Rallo - Libre Mercado
Tesla Motors es una de las compañías más increíbles del panorama actual, no sólo por ubicarse en la vanguardia de la revolución del coche eléctrico o por haber sido creada por Elon Musk –uno de los genios empresariales de nuestra era–, sino por el ejemplo que acaba de ofrecer a la humanidad: liberar todas sus patentes para potenciar el desarrollo y la producción en masa de vehículos eléctricos.
Tal como explico en Una revolución liberal para España, las patentes son una forma de monopolio intelectual de carácter temporal otorgado por el Estado a una compañía o a un individuo. Como monopolio que son, suprimen la libre competencia entre ideas e innovaciones durante un período de tiempo, encareciendo artificialmente los nuevos productos y reduciendo su disponibilidad para el gran público.
Es verdad que suele pensarse en las patentes como un mecanismo indispensable para promover la inversión en I+D, pero, tal como documentan extensamente Boldrin y Levine, no existe evidencia alguna de que la introducción o el reforzamiento de la legislación de patentes haya contribuido a incrementar los recursos destinados privadamente a la I+D. Lo que, por el contrario, ha tendido a suceder es que las patentes incentiven la sustitución de una investigación de arquitectura modular (código abierto: cada investigador contribuye descentralizadamente a impulsar mejoras incrementales en un corpus de conocimiento socialmente compartido) por una investigación de arquitectura integral (código cerrado: cada investigador centraliza toda la inversión en innovación excluyendo al resto de agentes del corpus de conocimiento que él ha desarrollado). Tal como expresa diáfanamente Elon Musk: "El liderazgo tecnológico no se define por las patentes –pues la historia ya ha mostrado reiteradamente que conceden escasa protección contra ciertos competidores–, sino por la capacidad de una compañía para atraer y motivar a los más talentosos ingenieros del mundo".
En suma, las patentes no disparan el gasto en innovación, sólo modifican el modo en que se despliega. Pero, en cambio, las patentes sí dan lugar a incentivos perversísimos; así, paralizan la innovación en los sectores recién patentados, encarecen los costes de investigación, judicializan el proceso innovador y alientan los comportamientos oportunistas en la constitución de nuevas patentes (patentes inútiles, preventivas o submarino). Elon Musk es muy claro al respecto: "Al comienzo pensaba que las patentes eran positivas y me esforzaba por conseguirlas. Y tal vez fueron positivas en algún momento pasado, pero en la actualidad sólo sirven para minar el progreso, reforzar la posición de corporaciones gigantescas y enriquecer a los abogados, que no a los inventores".
Mas, como ya dijimos, el mayor perjuicio de las patentes lo sufren los consumidores, quienes se ven penalizados con bienes más escasos y caros de los que podrían disfrutar en ausencia de patentes. Aunque los copiadores están muy mal vistos en nuestra sociedad, no sólo buena parte de nuestro progreso procede de emular, reproducir y modificar tangencialmente los comportamientos y avances ajenos, sino que en muchos casos sólo es posible multiplicar la oferta de bienes y servicios –hasta volverla verdaderamente asequible para todo el mundo– por la vía de efectuar múltiples copias descentralizadas del prototipo. Si, por ejemplo, Ford gozara del monopolio perpetuo de la producción de vehículos mediante cadena de montaje, es harto dudoso que hoy los coches se hallaran ampliamente disponibles en todo el mundo: simplemente, la compañía Ford sería incapaz de atender por sí sola un mercado tan amplio.
Pues tres cuartos de lo mismo sucede con la generalización del coche eléctrico. Elon Musk reconoce explícitamente la incapacidad de Tesla Motors para producir suficientes coches lo suficientemente rápido: "Dado que estamos produciendo casi 100 millones de vehículos anuales mientras que el parque mundial de coches es de aproximadamente 2.000 millones, es imposible que Tesla genere coches eléctricos lo suficientemente rápido como para hacer frente al cambio climático. Asimismo, tengamos presente que el mercado es enorme: nuestros verdaderos competidores no son los diminutos fabricantes de coches eléctricos distintos de Tesla, sino la gigantesca flota de vehículos de gasolina que son fabricados día a día en las fábricas de todo el mundo". Más copia no sólo es más innovación, sino más producción y más baratura. Pero las patentes impiden la saludable copia.
En definitiva, Tesla Motors acaba de lanzar un potente mensaje a todos los gobiernos y empresas del planeta: abandonen el monopolio estatal de las ideas y abracen el libre mercado innovador. Esperemos que este revolucionario ejemplo sea el comienzo de cambios mucho más profundos en la mal llamada legislación depropiedad intelectual.