La sisa del vino
Javier Sanz | Vivanco
Cuando llega el periodo de presentación de la declaración de la renta las calculadoras echan humo, la web de la Agencia Tributaria se cuelga, las oficinas de Hacienda parecen taquillas para conseguir una entrada para la final de la Champions, los asesores hacen su agosto y todos se preguntan qué hacer para que salga a devolver. Si ahora nos quejamos de los impuestos que nos toca pagar (directos como el IRPF o indirectos como el IVA), más motivos tenían para quejarse en la Edad Media. Los impuestos medievales eran todos indirectos -se aplicaban independientemente de la capacidad económica y gravaban la producción, el comercio o el consumo-, por lo que repercutían casi en exclusiva en el pueblo y beneficiaban a la Corona, la nobleza y el clero. Uno de los más impopulares, porque gravaba bienes de primera necesidad, era la sisa.
La sisa tuvo su origen en la Corona de Aragón, donde las Cortes, para recaudar la suma solicitada por el rey, gravaban algunos bienes. Consistía en descontar en el momento de la compra una cantidad en el peso o medida de ciertos productos, normalmente un octavo. La diferencia entre el precio pagado y el de lo que realmente se recibía (sisa) era el gravamen que iba al fisco. Aunque inicialmente este impuesto estaba destinado para necesidades financieras extraordinarias y puntuales aprobados en Cortes, resultó tan eficaz que terminó por convertirse en un tributo permanente en la Corona de Aragón y desde el siglo XIII en la de Castilla. La Corona podía recaudarlo directamente o delegar en las instituciones locales, lo que suponía para el rey una manera de conseguir dinero por adelantado que salía de las arcas municipales. Igualmente, y para evitar la ingrata labor de recaudador, los municipios repitieron la operación y comenzaron a otorgar la recaudación de la sisa en pública subasta al mejor postor vía arrendamientos durante un determinado plazo de tiempo.
Visto que era un impuesto seguro -la maldita costumbre que tiene el pueblo de comer todos los días y más de una vez-, los municipios también quisieron sacar tajada de la sisa y comenzaron a recaudarla directamente en beneficio de sus propias arcas y no de las de terceros. Eso sí, siempre con autorización real o de las Cortes y especificando en qué se iba a emplear la recaudación (mejorar infraestructuras, dotación de servicios, hacer frente a desastres naturales…).
¿Y a qué productos se les aplicaba este impuesto? Pues dependía de cada municipio, pero generalmente a bienes de primera necesidad como el pan, la carne, el aceite… y el vino, uno de los productos más “sisados”.
Es suficiente un dato estadístico para hacernos una idea del beneficio que se podía sacar de la sisa del vino: el consumo medio de vino durante la Baja Edad Media en Europa, sin ser muy exagerados, era de entre 150 y 200 litros por habitante y año. Y digo sin ser exagerador porque, por ejemplo, en Florencia era de más de 250. Vamos, que se consumía mucho vino, y más consumo se traducía en más ingresos vía sisa. Además, el vino daba mucho juego porque, dependiendo de las necesidades, se podía aplicar sobre el vino producido en la localidad o importado, sobre el vino blanco, rosado (clarete) o el tinto, o sobre todos ellos. Algunos ejemplos de sisas…
- Sisa del Vino de Avilés (1485): para reparar lo destruido por el fuego.
- Sisa del Vino de Burgos (1569): inversiones en el abastecimiento de agua.
- Sisa del Vino de Burgos (1582): reparación del puente de Santa María tras una riada.
- Sisa del Vino de la Plaza (1618): para construir la plaza Mayor de Madrid.
- Sisa de Vino de la Muralla (1633): construcción de las murallas de la Habana.
- Sida del Vino de la Salud (1637): para hacer frente a una epidemia de peste en Málaga.
- Sisa del Vino de Lérida (1644): financiar el sitio de Lérida.
- Sisa del Vino de León (1657): para construir la plaza Mayor de León.
- Sisa del Vino de Olivenza (1657): financiar el sitio de Olivenza (Guerra de Restauración).
- Sisa del Vino de Cádiz (1727): para fortificar Cádiz…
Así que, me atrevería a decir que, desde la Baja Edad Media hasta que se suprimió el impuesto de la sisa en 1845, el vino fue la principal fuente de financiación de las obras públicas de nuestros municipios.