Un geniecillo que contestaba todas las preguntas
Federico Sturzenegger - Clarín
Las clases de Jean Tirole, a quien tuve de profesor cuando cursé mi doctorado en economía en MIT, tenían una particularidad que las distinguían: no había preguntas. Y no las había por un motivo sencillísimo: eran tan claras las explicaciones que preguntar era innecesario. Su tono era tranquilo y siempre con una sonrisa a flor de piel. Y escucharlo era simpático por su tendencia francesa a reemplazar el sonido de la t por el de un s. Era un profesor que estaba en total control de la situación. No puedo creer que tuviera en aquel entonces solo 35 años. Recuerdo cuando explicaba porque existía McDonalds: hay bienes que la gente necesita comprar sin poder verificar calidad ni precio, por ejemplo, una comida en una ruta; para eso existen las “marcas”. O explicar porque existen las cámaras empresarias: son manera de compartir información y mejorar la capacidad de colusión de la industria. Jean Tirole le dio una estructura formal a la teoría de la organización industrial que se dedica a estudiar cómo las empresas compiten entre sí, sumando al área todos los desarrollos de teorías de juego y de teoría de la información que, por vías separadas, se habían desarrollado en las dos décadas previas. La teoría de juegos permitía entender más cabalmente la interacción estratégica entre empresas y la teoría de la información ponía de relieve que muchas veces hay cosas que uno no sabe de las firmas y que esto es particularmente importante a la hora de querer regularlas.
Un ejemplo permite explicar el dilema. Un monopolio es malo porque usa su poder dominante para cobrar un precio excesivo. Y la manera de regularlo es poniéndole un precio máximo. En un mercado estático eso cierra la discusión, pero ¿qué pasa cuando es un mercado con innovación? ¿Qué pasa cuando no se conocen los costos de la firma y no se sabe entonces que precio ponerle? ¿Qué pasa cuando ese monopolista toma control del canal de distribución? ¿Qué pasa cuando vende otros productos? ¿Qué pasa cuando sus servicios son necesarios para el desarrollo de otras industrias? Aunque parezca mentira estas preguntas no estaban contestadas, al menos sistemáticamente en la teoría hasta que llegó este pequeño geniecillo que decidió contestarlas todas. La contribución de Tirole es tomar conciencia de que hay motivos muy diversos por los cuales una economía de mercado puede funcionar mal pero que hay que entender qué es lo que funciona mal para poder regularla bien. Porque si no se entiende la razón del problema, entonces la regulación puede hacer más daño que beneficio. En un servicio monopólico por ejemplo, el regulador tiene dos objetivos claros: estimular la innovación y que la gente compre al menor precio posible. Si le interesa la innovación le fijará un precio y dejara que el monopolista apropie la renta de la innovación. Si le preocupa el precio, fijara una regulación que compense los costos más una ganancia. Uno conlleva un precio caro, el otro mata los incentivos a innovar.
Tirole estudió cómo optimizar este tipo de situaciones: ofrecer un menú de contratos que auto-induce a las empresas a elegir el contrato socialmente más óptimo. La contribución de Tirole es entender que la regulación no puede ser cualquier cosa. Vale la pena repasar las contribuciones de Tirole. Ahorraríamos mucho dinero y tendríamos una economía que funcionaría mucho mejor.
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El autor es diputado nacional (PRO) y ex presidente del Banco Ciudad
El blog reúne material de noticias de teoría y aplicaciones de conceptos básicos de economía en la vida diaria. Desde lo micro a lo macro pasando por todas las vertientes de los coyuntural a lo más abstracto de la teoría. La ciencia económica es imperial.
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