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jueves, 30 de octubre de 2014

El gobierno arruina 220 mil millones USD de riqueza nacional

En tres años, la destrucción de la riqueza fue mayor a 220.000 millones de dólares
Daniel Sticco - Infobae
Por: Daniel Sticco dsticco@infobae.com
El PBI cayó desde los u$s569.000 millones de dólares al cambio oficial a unos u$s310.000 millones al cambio libre por la recesión y la depreciación del peso. Las reservas del BCRA descendieron casi a la mitad

A fines de 2011, la presidente Cristina Kirchner sorprendió a la ciudanía con un singular giro de política económica. Pese a que se crecía a buen ritmo y los empresarios esperaban flexibilización de los controles y sinceramiento de las variables tras las presidenbciales, dispuso reafirmar la "administración de los precios" y extender las regulaciones a la actividad privada del comercio, las finanzas y la producción.


Abogada exitosa y un ministro que nunca debió haber dejado la fotocopiadora el centro de estudiantes

A contramano de la indisciplina y discrecionalidad que siguió con la aprobación de aumento del gasto público, nadie imaginaba el curso recesivo que generó, inédito en el mundo en ese período.

Los indicadores habituales de consultoras económicas y medios periodísticos ponen el acento en la depreciación del peso en 50% nominal según el tipo de cambio oficial por dólar, porque con $4,28 que regía a fines de octubre de 2011, ahora apenas se pueden adquirir cincuenta centavos de dólar, para quien no sufre quitas por retenciones sobre las exportaciones o debe pagar impuestos anticipados en el caso de los autorizados para ahorrar en divisas o compran moneda extranjera para viajar al exterior. Y en el caso del dólar libre, la desvalorización se acentuó a casi 70 por ciento.

Las reservas del Banco Central (BCRA) cayeron a la mitad, porque la predicada política de desendeudamiento se hizo con uso de esas divisas en forma discrecional por parte de la secretaría de Hacienda, sin desprenderse de pesos captados por la vía de impuestos. ¿Por qué? Éstos quedaron a mitad de camino para poder cubrir un gasto público que creció más, incluso superando la inflación y la expansión de base monetaria.

LA CRECIENTE PRESIÓN TRIBUTARIA PERDIÓ CAPACIDAD DE SOLVENTAR EL GASTO PÚBLICO.

También se resalta cómo el cepo cambiario a las importaciones -bajo el ingenuo argumento de que con ello se alentaba la producción nacional y el empleo privado-, determinó atrasos en los pagos a proveedores del exterior por más de u$s5.000 millones, que contribuyen a atenuar la real caída de las reservas en divisas del Banco Central, aun al costo de haber deprimido exportaciones por generar trabas a un proceso productivo altamente dependiente de insumos y partes foráneas y provocar pérdida de competitividad cambiaria.


Y ni qué hablar cómo el cierre de la economía derivó en la escalada del ritmo inflacionario, de 10 a 23% al año en el caso de la nueva canasta del Indec y de 25 a más de 40% en los cálculos privados, por efecto del aumento de los costos en dólares, pues suben por ascensor en pesos, mientras el tipo de cambio oficial para el comercio sube por la escalera.




Estanflación creciente

Pero pocos parecen reparar que el paso de una economía que en el caso de la industria crecía a un ritmo de 5% al año, y del PBI total al 10%, en las mediciones de Indec, a otra que, según esa fuente pasó a declinar 1,3% en el primer caso y 1,2% en el segundo, adquirió una relevancia singular en términos de su valoración en moneda extranjera.

En ese punto, la Dirección Nacional de Cuentas Nacional estimó que a fines del segundo trimestre de 2014 el PBI en dólares era de 539.542 millones de dólares, y un valor levemente menor se puede estimar para los tres meses siguientes al cambio oficial, cuando tres años antes lo ubicaba en el equivalente anual de 569.086 millones, cayó en casi 30.000 millones de dólares.

EL PBI POR HABITANTE VOLVIÓ A NIVELES DE 2006 AL CAMBIO LIBRE, CON POCO MÁS DE 7.000 DÓLARES POR AÑO

Al generar un clima antinegocios, el cepo cambiario condujo al país al último puesto en la captación de inversión extranjera directa en América Latina, y resulta sustancialmente mayor cuando se lo calcula al tipo de cambio libre. Si se utiliza o esa variable de cálculo, el PBI a fines de 2011 era de u$s528.000 millones, y en la actualidad descendió hasta los u$s310.000 millones.

Semejante destrucción de riqueza entre extremos fue aún mayor si se agrega lo que se perdió en los dos años previos y más aún en términos relativos por habitante. Con todo, el PBI per cápita volvió a niveles de 2006 al tipo de cambio libre, con poco más de 7.000 dólaes por año.

No obstante la contundencia de esos datos y el costo social que implicó en términos de destrucción de empleos privados y ampliación de las suspensiones de personal y recorte de la jornada laboral, con vacaciones anticipadas, el equipo económico insistió en profundizar los controles, las regulaciones y el cepo cambiario.

Desde su implementación no sólo se contrajo la actividad productiva y el comercio exterior, y se aceleró la inflación, sino que también se inició un creciente desequilibrio fiscal que llevó a interrumpir la predicada política de desendeudamiento y generar presiones sobre el mercado de cambios, con una brecha entre el oficial y libre que pasó de un insignificante 5% a un consolidado 70 por ciento.

sábado, 19 de octubre de 2013

Krugman: Burbujas, regulación y estancamiento secular


Bubbles, Regulation, and Secular Stagnation


Looking at current macroeconomic policy, the obvious question is, stupid or evil? And the obvious answer is, why do we have to choose?
But it is, I think worthwhile – or at any rate soothing – to think about the longer-term future for monetary and fiscal policy. I recently talked about some of these issues with Adair Turner, and I thought I might write up my version of the story so far (just to be clear, Adair bears no responsibility for any errors or confusion in what follows). In brief, there is a case for believing that the problem of maintaining adequate aggregate demand is going to be very persistent – that we may face something like the “secular stagnation” many economists feared after World War II.
So, let’s start with the basic role of monetary policy in stabilizing the economy. Many, probably most macroeconomists – or at any rate those who think at all about policy – think of that role something like this:


Figure 1: Normal monetary policy
Here IS shows how overall real spending and hence the level of real GDP depends on the real interest rate. We think of the central bank as being able to set the real interest rate; its goal is to set that rate at a level that keeps the economy near potential output, which in turn is consistent with low and stable inflation. This is equivalent conceptually to setting the rate at the Wicksellian natural interest rate.
Not that long ago, macroeconomists were congratulating central bankers (and central bankers were, of course, congratulating themselves) over doing a pretty good job of getting this right. Inflation, occasional commodity shocks aside, was indeed low and stable, and from 1985 to 2007 the real economy was fairly stable too.
Figure 2: Inflation was good ...Figure 2: Inflation was good …
Then came catastrophe – and as so often happens, when the house collapses you find the skeletons that were lurking in the closet all along. The stability of prices and output masked an underlying unsustainable growth in leverage:
Figure 3: ... but trouble was brewing. Household liabilities as percent of GDP.Figure 3: … but trouble was brewing. Household liabilities as percent of GDP.
It was a Minsky moment waiting to happen, and happen it did.
When the Minsky moment came, there was a rush to deleverage; this drove down overall demand for any given interest rate, and made the Wicksellian natural rate substantially negative, pushing us into a liquidity trap:
Figure 4: The liquidity trap.Figure 4: The liquidity trap.
This meant that monetary policy could no longer do the job of stabilizing the economy: Central banks found themselves up against the zero lower bound. Fiscal policy could and should have helped, and automatic stabilizers did help mitigate the slump. But fiscal discourse went completely off the rails, and overall we had unprecedented austerity when we should have had stimulus.
So we’ve had an economic disaster – and our inability to avoid this disaster makes a mockery of all the self-congratulation of the years that preceded it.
But how should pre-2008 policy have been different? And what should policy look like looking forward?
There are many economic commentators who take rising leverage, asset bubbles and all that as prima facie evidence that monetary policy was too loose; some argue that the Fed kept rates too low for too long after the 2001 recession, some argue that interest rates were too low over the whole period from 1985 to 2007.
The trouble with this line of argument is that if monetary policy is assigned the task of discouraging people from excessive borrowing, it can’t pursue full employment and price stability, which are also worthy goals (as well as being the Fed’s legally binding mandate). Specifically, since the US economy shows no signs of having been overheated on average from 1985 to 2007, the argument that the Fed should nonetheless have set higher rates is an argument that the Fed should have kept the real economy persistently depressed, and unemployment persistently high – and also run the risk of deflation – in order to keep borrowers and lenders from making bad decisions. That’s quite a demand.
Many of us would therefore argue that the right answer isn’t tighter money but tighter regulation: higher capital ratios for banks, limits on risky lending, but also perhaps limits for borrowers too, such as maximum loan-to-value ratios on housing and restrictions on second mortgages. This would guard against bubbles and excessive leverage, while leaving monetary policy free to pursue conventional goals.
Or would it?
Our current episode of deleveraging will eventually end, which will shift the IS curve back to the right. But if we have effective financial regulation, as we should, it won’t shift all the way back to where it was before the crisis. Or to put it in plainer English, during the good old days demand was supported by an ever-growing burden of private debt, which we neither can nor should expect to resume; as a result, demand is going to be lower even once the crisis fades.
And here’s the worrisome thing: what if it turns out that we need ever-growing debt to stay out of a liquidity trap? What if the economy looks like Figure 4 even after deleveraging is over? Then what?
This is not a new fear: worries about secular stagnation, about a persistent shortfall of demand even at low interest rates, were very widespread just after World War II. At the time, those fears proved unfounded. But they weren’t irrational, and second time could be the charm.
Bear in mind that interest rates were actually pretty low even during the era of rising leverage, and got worryingly close to zero after the 2001 recession and even, you might say, after the 90-91 recession (there was talk of a liquidity trap even then). It’s not hard to believe that liquidity traps could become common, if not the norm, in an economy in which prudential action, public and private, has brought the era of rising leverage to an end.
And in that case, then what?
We might try to figure out why we seem to need leverage and bubbles to have full employment, and try to fix it. More thoughts on that on another day. But what if that isn’t an option?
One answer could be a higher inflation target, so that the real interest rate can go more negative. I’m for it! But you do have to wonder how effective that low real interest rate can be if we’re simultaneously limiting leverage.
Another answer could be sustained, deficit-financed fiscal stimulus. But, you say, this would lead to exploding public debt! Actually, no – not if the real interest rate is persistently below the economy’s growth rate, which it will certainly be if it’s persistently negative. In that case the government can run a primary deficit even while keeping the debt-GDP ratio constant – and the higher the level of debt, the higher the allowable deficit.
OK, I’m shooting from the hip here. The main point is simply that the weirdness of our current situation may well go on much longer than anyone currently imagines.

jueves, 6 de junio de 2013

Estanflación en Argentina

Estanflación para todos y todas



El "modelo" es otro experimento que termina mal. Esta vez en estanflación. Hasta que no entendamos que en nuestro país el gasto público es un menos en vez de un más para la economía, será difícil abandonar nuestra cíclica inestabilidad macroeconómica.
Una década K. Contra 2002, el crecimiento de la recaudación impositiva será de casi $ 1.000.000.000.000 este año. Sí: $ 1 billón, 10% del PBI, 1400 por ciento. Hoy el privado que está en blanco paga impuestos por el equivalente a 50% del PBI, presión impositiva jamás vista en nuestra historia y de las más altas del mundo. La mitad del año de nuestro trabajo se la entregamos al Estado vía impuestos. Mejor no te preguntes qué te dan a cambio, es domingo.
Pero el gasto público creció más todavía en la última década, $ 1,12 billones, 13% del PBI, un 1500 por ciento. Hoy alcanza a 37% del PBI o US$ 230.000 millones, récord en la historia argentina y está concentrado en empleados públicos ($ 440.000 millones), jubilados y pensionados ($ 280.000 millones) y subsidios al sector privado ($ 180.000 millones), que totalizan $ 900.000 millones (75% del total). Ese subtotal es casi intocable por su alta sensibilidad y más en un año electoral. Alguien debería haber pensado mejor hasta dónde subirlo en la buena. Ahora, ¿cómo se hace para moderarlo?
Ese gasto público de 37% del PBI está generando un déficit fiscal de 4% del PBI (el tercero más alto en 25 años), que se financia monetariamente, haciendo crecer la cantidad de dinero a un ritmo de 35% anual que le mete gas a la pérdida de reservas (US$ 13.000 millones en los últimos 2 años), a la suba del dólar libre (100% desde el cepo cambiario) y a la inflación en 25% anual (la tercera más alta del mundo luego de Irán y Venezuela).
El primer problema entonces es el nivel (insostenible) del gasto público. Recién después el de su mala asignación.
Además, no es que tenemos la tercera peor situación fiscal del último cuarto de siglo porque el Estado recauda poco. Jamás se recaudó tanto en nuestra historia; 50% del PBI para los que están en blanco, casi récord mundial. Se han recreado impuestos como el del cheque y las retenciones a las exportaciones y, por si fuera poco, en el período 2003-2011 crecimos a 7,5% anual. O sea, corregido por el ciclo, el déficit fiscal es mucho mayor que 4% del PBI. Peor todavía.
La Inflación 0 de Gelbard terminó en el Rodrigazo; la tablita de Martínez de Hoz, con las devaluaciones descontroladas de Sigaut; el Plan Austral, en la hiperinflación; la convertibilidad, en uno de los defaults soberanos más grandes de la historia, y el modelo del padrino Duhalde y sus ahijados Néstor y Cristina, en estanflación.
La mayoría de esos planes tuvieron su "veranito" de crecimiento económico y, por ende, de la recaudación de impuestos. Pero todos terminaron con enormes déficits fiscales que, junto con la manera de financiarlos (deuda o emisión monetaria), provocaron sus respectivos colapsos con saltos inflacionarios o defaults de la deuda pública (y de los depósitos privados).
Hoy, a casi 40 años del Rodrigazo, hecho que marca una aceleración sin precedente en nuestra decadencia, vuelve a ocurrir algo similar. Hace 20 meses que la economía no crece, el sector privado destruye empleo, la altísima inflación no cede y, sin embargo, nadie clama por un necesario ajuste del gasto público. Por lo menos, dado que ya es récord histórico -igual que la presión impositiva- debería crecer mucho menos que 35% anual, la tasa promedio de los últimos 10 años.
¿Por qué no se ajusta el gasto público? Porque el único que está ajustando, el sector privado, no tiene el enorme poder de lobby (y fáctico) de los que manejan el gasto. Es decir, los diputados, senadores y miembros del Ejecutivo que votan los presupuestos aumentándolos a tasas siderales todos los años. Entre empleados públicos, jubilados y beneficiarios de planes sociales tienen una clientela de más de 10 millones de argentinos. Clink caja.
Es mentira que no hay ajuste. Lo que ocurre es que los que lo hacen (los privados) tienen tanta voz y voto como los seres humanos en la película Matrix, reducidos a meras "pilas" para mantenerla viva. Es más, ésa es la única edificante función que a muchos nos tiene reservado el populismo K: pagar impuestos.
Una de las causas centrales de nuestra decadencia secular (puesto 10 en ingreso per cápita del mundo a principios del siglo pasado y hoy no más arriba del 90) es la inestabilidad macroeconómica, producto de las crisis recurrentes de financiamiento del déficit fiscal por el excesivo gasto público.
Si no, miremos hoy a nuestras economías regionales en serios problemas, una cosecha de trigo paupérrima, la misma producción de leche que hace 15 años, la ganadería de cría en desaparición, la implosión del stock ganadero, comercializadoras que se van del país, el derrumbe del mercado inmobiliario y la caída de la producción de petróleo y gas, etcétera.
El "modelo" ya fue, y fue soja y suerte. La bonanza duró ocho años y se extinguió en los albores del cepo cambiario hace 20 meses. Su supuesta antítesis, la convertibilidad, tuvo un agosto por siete años (1991-1998), uno solo menos, nada más.
El "modelo" fue sólo otro rebote para volver a crecer en 2013 y por segundo año consecutivo menos que la región, con condiciones externas extraordinarias. Fue "otra oportunidad perdida" más que una "década ganada"..