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jueves, 8 de marzo de 2018

El origen de la moneda, por Milei

Sobre el origen del dinero

Javier Milei | El Cronista





De todos los problemas económicos, el de la moneda es posiblemente el más enmarañado y, sin lugar a dudas, el que requiere mayor perspectiva para su examen. Además, la moneda es el campo económico en el cual se encuentra mayor sedimento y complejidad, introducidos por siglos de intromisión del Estado. Es más, numerosos economistas que, en general, son partidarios del mercado libre, se detienen en lo referente a la moneda. Insisten en decir que la moneda es diferente, debe ser suministrada y regulada por el gobierno. Nunca consideran que el control de la moneda por el Estado implica interferir en el mercado libre. Es más, para ellos, no puede ni pensarse en un mercado libre en materia de moneda. El gobierno debe acuñar monedas, emitir papel, definir el curso legal, crear Bancos Centrales, introducir y extraer dinero, estabilizar el nivel de precios, etc. Históricamente, la moneda ha sido una de las primeras cosas que ha controlado el gobierno. En este sentido, pareciera que ya es tiempo para dedicar mayor atención a la sangre vital de nuestra economía: la moneda.

En función de ello, la pregunta fundamental es: ¿Cómo fue el comienzo de la moneda? Es claro que Robinson Crusoe, en su isla desértica, no tenía necesidad alguna de moneda. De hecho, no hubiera podido alimentarse con piezas de oro. Tampoco para realizar intercambios de pescado por madera con Viernes, tenía por qué preocuparse del dinero. Pero cuando una sociedad se expande más allá de unas pocas familias, queda preparado el campo para que aparezca la moneda. Por ello, para explicar el rol de la moneda debemos remontarnos aún más atrás y preguntarnos: ¿cuál es el motivo de que se introduzca el intercambio entre los hombres?

El intercambio es la base principal de nuestra vida económica. Sin intercambio, no existiría economía verdadera y tampoco habría sociedad. El intercambio es un acuerdo entre A y B para la transferencia de bienes o servicios del uno a cambio de los bienes o servicios del otro y resulta obvio que en el intercambio voluntario ambas partes esperan beneficiarse, ya que cada uno atribuye mayor valor a lo que recibe que a lo que entrega en cambio.

¿Por qué tendrá que ser el intercambio algo tan universal en la especie humana? Fundamentalmente, a causa de la gran variedad que existe en la naturaleza: la variedad en el hombre, y la diversidad en la ubicación de los recursos naturales. Todo hombre posee un conjunto diferente de habilidades y aptitudes, y todo lote de terreno está dotado de características peculiares, que son únicas, de sus propios recursos distintivos. La especialización permite que cada hombre desarrolle su mejor habilidad, y hace posible que cada región desarrolle sus propios y particulares recursos naturales. Si ninguno pudiera intercambiar, si todo hombre estuviera forzado a ser completamente autosuficiente, es obvio que apenas podríamos mantenernos con vida. El intercambio no sólo es la sangre vital nuestra economía, sino de la civilización misma.

Sin embargo, el intercambio directo de bienes y servicios (trueque) alcanzaría escasamente para mantener a una economía por encima del nivel primitivo. Si bien el trueque es positivo sólo es algo mejor que la autosuficiencia pura. Sus dos problemas fundamentales son la indivisibilidad y la falta de coincidencia en las necesidades. De modo que, si un granjero tiene un arado, que desearía cambiar por huevos, pan y un traje, ¿cómo podría hacerlo? ¿Acaso podría partir su arado y dar un pedazo a un granjero y otro a un sastre? Aun en el caso de que los bienes sean divisibles, generalmente resulta imposible que dos personas, dispuestas a intercambiar, se encuentren entre sí en un momento dado.

Pero el hombre, en su interminable proceso de prueba y error, descubrió el camino que posibilita alcanzar una economía de gran expansión: el intercambio indirecto. Mediante el intercambio indirecto, uno vende su producto, no a cambio de un bien que se precisa directamente, sino a cambio de otro bien que, a su vez, es vendido a cambio del bien que uno necesita. A primera vista, esto parece una operación imprecisa y tosca. Pero en realidad constituye el maravilloso instrumento que permite el desarrollo de la civilización.

Considérese el caso del productor de huevos A, que quiere comprar los zapatos que fabrica B. Ya que B no necesita los huevos que A produce, éste, al descubrir que lo B necesita es manteca, cambia huevos por manteca elaborada por C, y la vende a B, a cambio de zapatos. Compra la manteca, no porque la necesita, sino porque valiéndose de ella podrá conseguir sus zapatos. Así, la superioridad de la manteca, reside en su mayor comerciabilidad. Si un bien es más comerciable en el mercado que otro, si todo el mundo está convencido de que se puede vender más rápida y fácilmente, habrá mayor demanda de él, porque será usado como medio de intercambio. De este modo, dicho bien se convertirá en el medio a través del cual una persona especializada puede intercambiar lo que produce por los bienes producidos por otros productores especializados. Esto es, el bien en cuestión se ha convertido en el medio de intercambio indirecto.

En toda sociedad, son los bienes más vendibles los que gradualmente quedan elegidos para desempeñar el papel de medio de intercambio indirecto. A medida que aumenta su requerimiento como medio de intercambio, crece la demanda de tales bienes en razón de la finalidad para que son utilizados, y así se convierten en más comerciables aún, lo cual genera un círculo virtuoso sobre dichos bienes. Finalmente, una o dos mercaderías llegan a utilizarse de modo por generalizado como medio de intercambio indirecto, motivo por el cual terminan recibiendo la denominación de moneda o dinero.

Históricamente se registró la utilización de muchos bienes como medio de intercambio: el tabaco, el azúcar, la sal, el ganado, los clavos, el cobre, los cereales y hasta el whisky. A través de los siglos, dos mercancías: el oro y la plata, han sobresalido en la libre competencia del mercado, para convertirse en moneda, y desplazaron a todos los demás artículos. Ambos han presentado una comerciabilidad única, tienen gran demanda como artículos de ornamentación y llegan a la excelencia en cuanto a las demás cualidades necesarias. A su vez, la plata, por ser más abundante relativamente que el oro, ha sido considerada más útil para los intercambios menores, en tanto que el oro ofrece más utilidad para las transacciones de mayor valor. En todo caso, lo importante es que, por cualquier razón, el mercado libre, en un proceso selectivo, ha encontrado que el oro y la plata fueran las mercaderías más eficientes para servir de moneda.