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domingo, 24 de julio de 2016

La miserable odisea de comprar comida en un regimen socialista

Mi Pesadilla Venezolana: Un Mes Buscando Comida en Una Nación Desolada

El diario de los avatares de una madre para comprar alimentos.
Por Fabiola Zerpa | Julio 18, 2016
Fotografía por Bloomberg


Imagen de apertura: Fabiola Zerpa inspecciona estantes en un supermercado y compra un paquete de tortilla.


Nota del Editor: Los saqueos, los cortes de electricidad, los linchamientos, los hospitales sin medicinas. El desplome de Venezuela hacia el caos no tiene parangón en el continente en décadas recientes. En un esfuerzo por ilustrar el día a día en el país, nuestra periodista Fabiola Zerpa documentó sus esfuerzos para abastecer de alimentos a su familia de clase media. Esta es una selección de su crónica de un mes.


Luego de haber visitado supermercados y kioskos en búsqueda de productos escasos, Zerpa pasa frente a un pequeño barrio en su camino a otra tienda.

Junio 9

Jueves. Mi única oportunidad para comprar productos básicos—aceite para cocinar, jabón para lavar—a precios regulados por el gobierno. Todos los venezolanos mayores de edad tenemos asignados días de la semana para adquirir estas mercancías basados en el número de nuestro documento de identidad. Domingos y jueves son los míos. Los domingos son un desperdicio. Los jueves son ligeramente más provechosos. En los últimos meses, las colas en los dos supermercados cerca de mi casa en el este de Caracas se han hecho tan largas, de casi dos cuadras, que me tomaría horas comprar algo. Y una vez dentro del local no hay garantía de que encontraré lo que busco, cualquier cosa.

De todas formas, en la mañana salgo en mi carro a ver cómo están esos supermercados. No tengo suerte. Están tan abarrotados que ni siquiera puedo estacionar el coche. Continúo. Mi pauta periodística del día me obligará a pasar por varias zonas de la ciudad, así que, obviamente, estaré a la caza de productos, cualquiera que pueda llevar a casa para mis hijos–un niño de ocho años y una niña de diez años-y mi esposo Isaac.

Entro a una farmacia. A Isaac se le está acabando su medicina diaria, unas pastillas anticolesterol. Su médico le prescribió Vytorin o Hiperlipen. No las tienen en existencia. “Espere,” me dice el farmaceuta: un laboratorio de la India acaba de firmar un acuerdo con el gobierno por un medicamento similar. La idea no me gusta para nada—¿quién sabe si está probado médicamente?—pero es mejor, concluyo, que arriesgarnos a que Isaac se quede sin medicina. Compro cuatro cajitas.

Al mediodía, me acerco a una panadería para comprar pan. Me saluda una joven mujer y ásperamente me dice: “Sólo vendemos a las 5 de la tarde, señora”. Una vez fuera me percato que en la puerta hay un letrero, que por alguna razón no vi al entrar: “NO HAY PAN”. De regreso al carro, me doy cuenta que no tengo dinero. Me dirijo a un cajero automático. No tiene billetes.

Más tarde, cuando mi jornada casi termina, encuentro un pequeño tesoro. En un kiosko vecino a casa consigo un producto lactosado, genérico. No es exactamente leche–algo casi imposible de obtener—pero quizás valga la pena. Es posible que les guste a los niños. Dejo el local con dos botellas en mano y una gran sonrisa.


Zerpa habla con otra compradora sobre dos cartones de leche que encuentran en un estante. Son los únicos y parecen estar caducados. La otra compradora se lleva uno, sólo en caso que estén equivocadas.

Junio 14

Busco pan de nuevo. Dado que es cada vez más difícil conseguir pan fresco–como tradicionalmente nos gusta a los venezolanos—decido comprar el industrial, empacado. Al mediodía, me acerco a un supermercado. No hay cola afuera. Mmm... Una vez dentro, entiendo por qué. Hay muy pocos productos en los estantes y el pan brilla por su ausencia. “El pan llegó temprano, señora”, me dice un empleado. “Ya se acabó”.

Un poco más tarde voy a un centro comercial a pagar el servicio eléctrico. (Hago los pagos vía Internet desde mi casa, pero el servicio que recibo, al igual que para todos los caraqueños, tiene fallas). Los trabajadores de la eléctrica estatal están en huelga. No hay nadie que reciba mi pago. “Sólo es por hoy, señora”, me comenta una mujer joven. “Puede regresar mañana para pagar”.

Paso por un supermercado cercano. Mi prioridad son vegetales y carne. Encuentro lo primero–plátanos, cebolla y papa—pero de la carne no hay ni las huellas. Para colmo pago casi el doble de lo que pagué sólo cinco meses atrás. De camino a la salida algo me llama la atención. Cerca de la entrada del local hay un mostrador separado de todos los demás. Contiene productos que escasean en Caracas, como atún enlatado, azúcar e insecticida. La gerencia ha tomado sus precauciones: se les pide a los clientes que paguen primero antes de siquiera tocar esta mercancía.


Repisas en esta panadería en el vecindario de Zerpa están surtidas de productos no básicos a precios estratosféricos.

Junio 15

Camino al trabajo, conduzco hasta el supermercado para ver si la cola es manejable y mirar qué hay. Imposible. Contrario a la norma desde hace una semana la policía municipal no cuida el local. En su lugar unos oficiales fuertemente armados de la unidad antisecuestro de la Guardia Nacional previenen cualquier alteración del orden público. Insólito. Continúo mi camino y voy a pagar la luz. De nuevo, sin éxito. La huelga terminó, pero los empleados comienzan a trabajar al mediodía.


En la cocina de Zerpa, un kilo de Harina P.A.N., la harina de maíz usada por los venezolanos para hacer arepas.

Junio 17

Sorpresa. Isaac, con la ayuda de un amigo de un amigo de su trabajo en una compañía de producción de comerciales para TV, compró 5 kilos de harina precocida de maíz. Es vital. Con esta harina se hacen las arepas, el plato básico de la dieta venezolana. Isaac pagó 1.500 bolívares por cada kilo, es decir ocho veces más el precio regulado por el gobierno. A pesar de eso, vale la pena. Nuestra reserva de “Harina Pan” estaba mermando. Ya reabastecidos podremos cambiar con familiares y amigos algo de harina por otro tipo de productos. (Por ejemplo, le daremos dos kilos a mi cuñada Raquel para compensarla por la leche que nos solía dar).


La fila del supermercado de su vecindario está tan larga, que Zerpa ni se molesta en tomar un puesto.

Junio 25

Voy al mercado de libre de verduras cerca de casa. Antes del amanecer del cada sábado los agricultores traen sus productos desde los alrededores de Caracas. Todo se vende a precio de mercado. Esto es técnicamente ilegal, pero se negocia sin ser sancionados. Comprar aquí es un lujo que muchos venezolanos no pueden darse. Soy afortunada. Un beneficio adicional es que los productores aceptan tarjetas de débito como forma de pago. Con una inflación fuera de control–estimaciones privadas indican que para 2016 se situará entre 200% y 1,500%–pagar con efectivo implica cargar fajos de billetes. No sólo es complicado sino extremadamente peligroso para un país donde el crimen está desatado (ocupa el tercer lugar mundial en tasa de homicidio).

Luego de escoger frutas, vegetales y carne, hago la cola para pagar. Empieza a lloviznar y luego llueve a cántaros. Y trae un problema. El sistema de Internet que conecta las terminales de cobro de las tarjetas de débito se cae. Años de desinversión han menoscabado la confiabilidad del sistema. Pasa media hora. Hay al menos 30 personas en cola. Algunos se quejan: de la chica que procesa la tarjeta (es muy lenta), de los bancos (son pésimos), y del país en general (la vida aquí es una cola infinita). Varias personas mayores se dan por vencidas. Dejan sus bolsas y se van. Unos minutos después, emulo sus pasos.


En otro supermercado, Zerpa inspecciona una repisa especial con productos escasos vendidos a precios altos, como atún enlatado.

Julio 1

Son las 7 de la noche. Necesito recoger a los niños en mi carro y pasar por la panadería. Para ser honesta, estoy atemorizada. Las calles de mi urbanización son particularmente peligrosas tras el ocaso y tan sólo anoche tuve un penoso recordatorio cuando una mujer fue secuestrada a pocos metros de la panadería. Una patrulla de policía estaba cerca y de inmediato ocurrió un tiroteo. Un vecino, Franco, y su hijo de 13 años, quedaron atrapados dentro del local. Tuvieron que gatear hasta la cocina de la panadería para evadir los balas. Al final, la víctima fue liberada, uno de los secuestradores murió y sus tres cómplices se escaparon. Me enteré de ello la misma noche por el chat en Whatsapp que tenemos en el vecindario dedicado a la seguridad. (Mis amigos y yo estamos adictos a Whatsapp, nuestro principal medio para compartir recomendaciones en tiempo real sobre dónde encontrar productos escasos en la ciudad).

Así que cuando entro a la misma panadería, mis palpitaciones aumentan. Dentro, todo parece normal. La vida continúa. Hay una larga cola de gente esperando por el pan y otra para pagar. Algunos clientes disfrutan un café o una pizza. Y para mi sorpresa las colas avanzan rápido. Agarro mis dos “baguettes” o “canillas” (lo máximo permitido), un poco de jamón, queso, algunos dulces para mis hijos y salgo con prisa a casa. Pequeña victoria.


Zerpa sale del supermercado con sus compras.

Julio 7

Jueves. Es mi día para comprar productos regulados. Voy al supermercado a las 10 a.m. Unas 60 personas aguardan afuera en fila. Vienen de todas partes de la ciudad, principalmente de las zonas más humildes donde la comida es aún más escasa, para esperar en la cola. Nadie sabe nada, ni a qué hora comenzarán a vender los productos, ni cuáles serán ofrecidos si hay suerte. Nada. Sólo esperan, estoicamente, bajo el candente sol caribeño.

“Esta es la cola de la esperanza”, me dice una mujer. “Ojalá tengan algo para vendernos.” Un poco de humor negro. Me río. Luego de un par de horas sin que la fila avance, me rindo. Abandono mi puesto y me voy.


Zerpa revisa la alacena de su casa donde guarda los productos para su familia, como atún, meriendas y leche en polvo.

Editor: David Papadopoulos
Editor de Imágenes: Eugene Reznik

sábado, 19 de julio de 2014

Por qué siempre nos toca la cola más lenta en el supermercado

Qué pasa con eso: ¿Por qué parece que siempre elegimos la cola más lenta?
Por ADAM MANN - Wired


Compradores chinos hacen cola en un supermercado en Hefei, provincia oriental china de Anhui en 2010. STR / AFP / Getty Images

Te encuentras con la tienda de comestibles para recoger rápidamente un ingrediente. Agarras lo que necesitas y vas a la parte delantera de la tienda. Después de dimensionar a ojo rápidamente las cola de la caja, eliges la que parece más rápida.

Elegiste mal. Podrías jurar que la gente que fue a otras colas más largas que la tuya ya están atendidas y dirigiéndose al estacionamiento. ¿Por qué esto parece suceder siempre con usted? ¿Qué clase de un universo cruel permitiría tal cosa suceda? ¡No es justo!

Pues bien, como resulta ser, es sólo matemáticas que está trabajando en contra de usted.

Cuando usted está seleccionando entre varias líneas en el supermercado, las probabilidades no están a su favor. Es probable que, la otra cola sea realmente rápida. Los matemáticos que estudian el comportamiento de las líneas se llaman teóricos de colas, y tienen los números para demostrarlo. Sus modelos también subyacen a un conjunto diverso de problemas modernos, incluyendo la ingeniería de tráfico, diseño de la fábrica, y la infraestructura de Internet. Al mismo tiempo, la teoría de colas proporciona una manera más justa a la caja en la tienda. El único problema es que muchos clientes no les gusta.

Antes de entrar en eso, tenemos que empezar en un lugar algo inesperado: la central telefónica de Copenhague. A principios de 1900 un joven ingeniero llamado Agner Krarup Erlang estaba tratando de averiguar el número óptimo de líneas telefónicas para la centralita de la ciudad. Esto era en los días en que los operadores eran seres humanos físicos reales y que conectan las llamadas telefónicas, enchufando un conector en un circuito.

Para ahorrar en mano de obra e infraestructura, Erlang quería saber el número mínimo de líneas que serían necesarias para asegurarse de que las llamadas más o menos de todo el mundo pudieran conectarse. Para un esquema realmente barato, usted podría tener una sola línea. Pero luego hacer una llamada sería un calvario terrible para los clientes, que tendrían que esperar detrás de alguien más tratando de hablar al mismo tiempo. Y tener una línea para cada uno de miles de la ciudad de los teléfonos también no tiene sentido práctico.

Veamos un ejemplo simplificado. Si el cuadro de distribución de Copenhague tiene que hacer frente a una media de dos llamadas telefónicas por hora, es de esperar que dos líneas podría ser suficiente. Pero esto no tiene en cuenta el hecho de que habrá algunas horas cuando hay más llamadas, y algunas horas con menos. Durante un tiempo muy ocupado, su cuadro podría recibir cinco solicitudes de conexiones. Con dos líneas, sólo puede ofrecer llamadas para dos clientes, poniendo el resto en espera. Si los daneses son particularmente hablador, estas llamadas pueden durar una hora, lo que significa que más llamadas llegarán en el ínterin, y todo el sistema se copia rápidamente.

Erlang ideó ecuaciones que tenían en cuenta el número medio de llamadas telefónicas en una hora determinada y la cantidad promedio de tiempo para cada llamada. Usando sus cálculos en el simple ejemplo de arriba, la central telefónica de Copenhague se enteraría de que necesitan siete líneas para asegurarse de que el 99 por ciento de todas las llamadas se conectaría inmediatamente. En 1909, Erlang publicó un documento con sus conclusiones, la creación de una nueva rama de las matemáticas llamada teoría de colas.

Hoy en día, la teoría de colas encuentra su uso en muchos lugares diferentes. Las empresas con centros de llamadas, por ejemplo, a menudo se pueden usar los principios de la teoría de colas para manejar los problemas del cliente. Los problemas más básicos, que son comunes, son manejadas por representantes relativamente poco cualificados, pero numerosas. Problemas más complejos se pasan a un menor número de personas con más formación. Para determinar el número óptimo de cada tipo de representante, un centro de llamadas puede utilizar los resultados de Erlang, y no, como se cree comúnmente, un número aleatorio determinado por el príncipe de las tinieblas.

Así que volvemos a esos idiotas en el supermercado que lo hizo delante de ti. Colas teoría explica por qué es probable que haya ninguna manera siempre se puede estar en la línea de más rápido. Una tienda de comestibles trata de tener suficientes empleados en las colas de las cajas para llegar a todos sus clientes a través de un plazo mínimo. Pero a veces, como en un domingo por la tarde, se ponen muy concurrido. Porque la mayoría de las tiendas de comestibles no tienen el espacio físico para agregar más líneas de pago y envío, su sistema se sobrecargue. Algunos pequeña interrupción-una comprobación de los precios, particularmente locuaz cliente tendrá efectos aguas abajo, hasta la celebración de toda la línea detrás de ellos.

Si hay tres líneas en la tienda, estos retrasos ocurren al azar en diferentes registros. Piense acerca de la probabilidad. Las posibilidades de que su línea de ser más rápido que uno son sólo uno de cada tres. Lo que significa que usted tiene una oportunidad de dos tercios de no estar en la línea de más rápido. Así que no es sólo en tu mente: Otra línea se está moviendo probablemente más rápido que el tuyo.

Ahora, los teóricos de colas han llegado con una buena solución a este problema: Sólo hacen todos los clientes de pie en una línea serpenteante a lo largo, llamándola cola serpentina, y sirviendo a cada persona en la parte delantera con el siguiente registro disponible. Con tres cajas registradoras, este método es de alrededor de tres veces más rápido en promedio que el enfoque más tradicional. Esto es lo que hacen en la mayoría de los bancos, Trader Joe, y algunos lugares de comida rápida. Con una cola serpentina, una demora prolongada en un registro no castigará injustamente a las personas que hacían cola detrás de él. En su lugar, se desacelerará a todo el mundo un poco.

Así que ¿por qué no la mayoría de los lugares fomentan las colas serpentinas? Aquí, estamos entrando en la psicología del cliente. Nosotros, los seres humanos gusta pensar que estamos en control de nuestras vidas y podemos vencer al sistema si se les da la oportunidad. Los investigadores han observado que algunos clientes se resisten a las colas serpenteantes, que se pueden estirar mucho más tiempo que el enfoque más tradicional, prefiriendo sus posibilidades de ganar la lotería con varias líneas.

La Teoría de Colas se ha convertido en algo más que las matemáticas, con la incorporación de estos aspectos psicológicos a las colas. La razón por la que los vestíbulos de los ascensores a menudo tienen espejos de piso a techo es que ayudan a aliviar el aburrimiento de la espera de la próxima ascensor. Las colas en un parque de diversiones como Disneyland incorporan todo tipo de diversiones-como los fondos cambiantes, la progresión a través de diferentes salas y pantallas para video mantendrán a los asistentes al parque ocupados y sintiendo que están haciendo progresos hacia un objetivo al estar de pie durante dos horas para llegar a un paseo de cinco minutos. Los teléfonos inteligentes son probablemente el mayor beneficio para los diseñadores de las colas modernas. Casi cualquier persona puede matar el tiempo jugando juegos, comprobando los medios sociales, o navegar por Internet mientras espera.

Por último, sólo para demostrar que la elección más racional no siempre es la mejor, hay esta anécdota divertida del destacado investigador de colas Richard Larson del MIT. Durante una conferencia de teoría de colas, Larson dijo que la recepción de un hotel que una vez fue obstruido con los teóricos de la gestión de colas al tratar de registrarse en sus habitaciones. Los matemáticos decidieron tomar el asunto en sus propias manos y formar una línea de serpentina para manejar el volumen.

Pero, como dijo Larson Pizarra en 2012: "El vestíbulo no fue diseñado para ello y se veía muy desordenado. El gerente del hotel era infeliz. Si acabábamos dispersos en seis colas paralelas en el mostrador de la caja de la espera podría haber sido más corta y menos caótica. Pero habría sido menos justo ".