Por: José Ignacio Torreblanca
Hay quienes estos días venden una sencilla fórmula política: “República = Democracia = Izquierda” y su contraria: “Monarquía = Autoritarismo = Derecha”. Todo esquematismo es una coartada para no tener que pensar. Este caso no es diferente.
Por razones históricas evidentes, una parte importante de la izquierda española asocia la República con un sistema político en el que prevalezcan los valores que considera definitorios de sus aspiraciones políticas (libertad, igualdad, justicia social, etc.) mientras que, por el contrario, la Monarquía estaría asociada a los valores opuestos (autoritarismo, inequidad, etc.).
Pero miren la tabla que abre esta entrada. El Índice de Desarrollo Humano que elabora el PNUD mide los logros más altos a los que una sociedad puede aspirar: una alta esperanza de vida (reflejo de unas políticas de salud accesibles y equitativas para todos), los niveles de escolarización (también la prueba de un sistema educativo exitoso, en calidad y cantidad), el ingreso nacional bruto per cápita (que mide el éxito productivo de una colectividad). Ahora observen los veinte países que según este índice (p.156) tienen un mayor índice de desarrollo humano.
Noruega, en el puesto 1, es una monarquía,
Australia y Nueva Zelanda (puestos 2 y 6) tienen de jefa de Estado a Isabel II
Países Bajos (puesto 4) también son una monarquía.
Suecia (puesto 8) y Japón (puesto 11) también son monarquías.
Dinamarca y Bélgica (17 y 18) son monarquías.
Las siguientes monarquías de la tabla son España, que está en el puesto 23,Luxemburgo (Ducado) en el 26 y el Reino Unido, que está en el 27
Así pues, de esos veinte países, ocho son monarquías y doce repúblicas. No parece que haya una correlación muy clara entre bienestar social y forma de gobierno. Todas son, además, democracias.
Si además de la democracia, les preocupa la desigualdad, pueden mirar el índice Gini, que mide las desigualdades dentro de cada país. Nos encontramos con algo parecido. Si los ordenan de menos a más iguales (vínculo), resulta que el país más desigual del mundo, Lesotho, es una monarquía, y el más igual del mundo,Suecia, también es una monarquía. También verán que el segundo país más desigual del mundo, Sudáfrica, no sólo es una república, sino, además, una democracia y que el segundo país más igual del mundo, Eslovenia, es también una república. En fin, no abundaré en el argumento.
A lo que voy. En España hay muchos que, por razones históricas, asocian la forma de Estado republicana, al gobierno de, por y para la izquierda (o las izquierdas y a sus valores) y, en paralelo, identifican la Monarquía con el autoritarismo, la falta de equidad social etc. Piensan, en consecuencia, que la República haría a España más democrática y más justa socialmente. Pero este razonamiento no tiene mucha base empírica: una República podría ser más democrática, o menos, y más equitativa o menos. Ninguno de los índices que manejamos los politólogos sobre democracia (Freedom House, Politi IV) considera la forma de gobierno como un mérito o demérito a la hora de evaluar la democracia: China es una República, Arabia Saudí es una Monarquía…. ¿La España de Franco: qué era?
Que una institución no esté elegida directamente por la ciudadanía simplemente quiere decir que, por la razón que sea, pero de forma democrática, se ha decidido preservar a esa institución del juego de las mayorías y las mayorías con el fin de lograr algún otro fin. ¿Cuáles? La neutralidad, la imparcialidad, el deseo de gozar de un árbitro situado por encima del juego político, lo que se quiera. Lo hacemos, democráticamente, con los Tribunales Constitucionales y con los Bancos Centrales porque no queremos jueces de izquierdas ni gobernadores de bancos centrales que obedezcan a los gobiernos.
Sí, claro, la Monarquía es un anacronismo histórico, eso es evidente, pero resulta que democráticamente le hemos asignado un papel de árbitro, de moderador y simbólico como representante del Estado. Podemos cambiarlo, claro, pero no porque no sea democrático que exista una Monarquía, sino porque consideremos que hay otra manera mejor de hacer ese papel, o que ese papel ya no es necesario.
Pocos de los que piden la República en la calle estos días parecen pensar en cuáles serían los costes de una jefatura de Estado politizada. ¿Imaginen que proclamamos la República y en una elección a dos vueltas gana el candidato del Partido Popular, Esperanza Aguirre, por ejemplo? ¿O Pablo Iglesias? ¿Gozaría esa institución del respeto de todos los españoles? ¿O es que nos proponen una elección por parte del Congreso de una persona de consenso respaldada por una amplia mayoría y respetada por todos? ¿Pueden dar un nombre de alguien que fuera aceptado por todos para que nos hiciéramos una idea? ¿No pactarían los dos grandes partidos el nombre y excluirían a los demás partidos? ¿Sería entonces más legítima la Jefatura del Estado que ahora? En cualquier caso, fuera quien fuera el Presidente o Presidenta, a menos que cambiáramos más cosas, sus papeles serían muy similares a los de un Monarca.
La Jefatura del Estado es un medio, no un fin en sí mismo. Discutamos qué fines queremos que cumpla, con qué criterios y qué medios le queremos asignar. Si queremos politizarla, digámoslo, si no también. Tanto una Monarquía como una República son compatibles con la democracia. Y las dos pueden ser opacas y poco democráticas. Es indudable que a causa de los errores cometidos, la Monarquía tiene que relegitimarse democráticamente, pero esa no es una tarea imposible, ni desde el punto de vista teórico (en el sentido de que la Monarquía sea incompatible con la democracia) ni desde el práctico (en el sentido que una Monarquía evolucionada, adaptada a su tiempo y ejemplar) no pueda ser útil.
El País
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