Páginas

domingo, 15 de diciembre de 2019

El cambio estructural y la complejidad productiva: Chile vs Corea del Sur

Transformación estructural: un nuevo horizonte económico

La Tercera

Por César Hidalgo



Si la economía chilena fuese un poeta, sería uno que conoce pocas palabras. Estas palabras le permitirían describir cómo extraer minerales o administrar supermercados, pero no cómo diseñar aeroplanos, videojuegos o medicamentos. En esta analogía, los países desarrollados son poetas con vocabularios amplios. Poetas capaces de escribir sonetos simples, pero también poemas épicos. ¿Podemos usar esta oportunidad para expandir nuestro vocabulario? ¿Para entrar a los sectores que le permitirán a la economía chilena generar los trabajos dignos que requiere?

Si la economía chilena fuese un poeta, sería uno que conoce pocas palabras. Estas palabras le permitirían describir cómo extraer minerales o administrar supermercados, pero no cómo diseñar aeroplanos, videojuegos o medicamentos. En esta analogía, los países desarrollados son poetas con vocabularios amplios. Poetas capaces de escribir sonetos simples, pero también poemas épicos. ¿Podemos usar esta oportunidad para expandir nuestro vocabulario? ¿Para entrar a los sectores que le permitirán a la economía chilena generar los trabajos dignos que requiere?

Dignidad, desigualdad y meritocracia son tres conceptos que la población ha repetido innumerables veces durante esta crisis. El descontento ciudadano, sin embargo, no emana solo de una clase política desprestigiada o un Estado ineficaz, sino que también de una economía primitiva y estática, concentrada en pocos sectores y pocas manos. Esta crisis nos obliga a repensar la economía chilena. Por un lado, necesitamos financiar la agenda social que Chile requiere. Por el otro, necesitamos una economía que sea digna de manera orgánica.

En los estudios de desarrollo económico la noción de que las economías cambian lo que hacen se conoce como transformación estructural. Esta idea no es nueva. Pero en los últimos 15 años ha cambiado mucho.

Gracias a nuevos datasets, la transformación estructural ya no se limita a estudiar el paso de las economías de las materias primas a la manufactura y los servicios. Hoy, el estudio de la transformación estructural se nutre de datos de comercio, industria y empleo, que permiten analizar estas transformaciones usando millones de datos y miles de categorías. Esta revolución, similar a la invención de un microscopio o telescopio, permite entender de manera más profunda y detallada los horizontes económicos y cómo los países llegan a ellos.

Dos conceptos claves en la nueva literatura del desarrollo son las ideas de la “complejidad económica” y el “espacio de productos”. Ambos explican la riqueza o el estancamiento de las economías. Llevados a los datos, estos conceptos muestran que Chile necesitará entrar a nuevos sectores si quiere alcanzar el desarrollo. En lenguaje técnico, Chile debe acelerar su transformación estructural. En la analogía del poeta, Chile necesita nuevas palabras.

La complejidad económica no se pregunta qué tan rico eres o cuánto “valor” agregas, como lo hace el PIB. Se pregunta “qué haces” y “qué tan difícil es hacerlo”. Los líderes mundiales en complejidad económica son Japón, Suiza, Alemania, Singapur, Suecia y Corea del Sur. Esta lista es muy distinta a la de líderes mundiales en PIB per cápita, que incluye en su top 10 a Singapur y Suiza, pero también a Qatar, Macao, Brunei, los Emiratos Árabes y Kuwait.

La complejidad económica es un nuevo horizonte de desarrollo, distinto al PIB, y mas importante en la etapa de desarrollo en la que estamos entrando. En Chile, no queremos ser ricos como Qatar o Kuwait, sino que como Singapur o Suiza. Este tipo de economía permite crear una clase media amplia, trabajando en labores creativas y productivas a un alto nivel de destreza y calidad. Las economías complejas son las que alcanzan de manera simultánea la riqueza, la baja desigualdad y las instituciones inclusivas que añoramos en Chile. Las economías que son ricas, pero de baja complejidad, tienden a tener instituciones extractivas y están caracterizadas por grandes desigualdades. La riqueza no resuelve tantos problemas como los que resuelve la complejidad.

La complejidad económica es fuertemente predictiva del crecimiento económico, especialmente a mediano plazo (10 a 20 años). Esto es porque las economías “convergen” al nivel de ingreso de las economías con las que son capaces de competir. En el año 70, Corea del Sur tenía un ingreso per cápita que era menos de un tercio del chileno. En ese mismo año, Corea rankeaba 29 en complejidad económica, cerca de Portugal, Israel y Polonia. En el mismo año, Chile rankeaba 59, cerca de República Dominicana y Vietnam. Eso ya implicaba un salto de Corea sobre Chile.

Desde los años 70, las economías de Chile y Corea han cambiado mucho (Ver página 40). Corea ahora tiene un ingreso per cápita que es más o menos el doble del chileno. Pero la brecha en complejidad también ha crecido. Hoy en día, Corea rankea sexta en complejidad económica, mientras que Chile rankea 61, un lugar similar al que tenía en 1970.

Para entender la brecha en complejidad económica podemos usar el concepto del espacio de productos. El espacio de productos es una herramienta que explica los procesos de transformación estructural y el aumento de la complejidad. Es una técnica que se pregunta, dado lo que una economía ya sabe hacer, qué otras cosas le saldría fácil producir.

En el “espacio de productos” los nodos representan productos, como las camisas o el trigo (ver página 40). Las camisas -por ejemplo- están conectadas a las blusas, abrigos, pantalones y calzoncillos, porque estos son productos relacionados: productos que requieren capacidades y conocimientos similares. El espacio de productos predice que los países que ya exportan blusas, abrigos y pantalones, tienen una mayor probabilidad de entrar a exportar camisetas que los países que no exportan productos relacionados.

En promedio, los países tienden a entrar en productos que están conectados a los productos que ya hacen. Esto hace del espacio de productos una especie de “oráculo,” al que tú le cuentas qué haces y te dice qué es lo más probable que comenzarás a hacer.

Durante la ultima década, una seguidilla de artículos académicos ha generalizado la idea del espacio de productos a una “ley” económica. Estos artículos han documentado el mismo fenómeno para distintas actividades económicas (e.g. industrias, empleo) y escalas espaciales (e.g. ciudades, regiones). En el 2018, publicamos un artículo con varios colegas, incluyendo destacados economistas, como Edward Glaeser, de Harvard; Scott Stern, de MIT, y Maryann Feldman, de UNC, postulando este fenómeno como un principio económico. Una “ley” estadística del desarrollo económico que acuñamos como “el principio del relacionamiento (principle of relatedness)”.

Este principio nos ayuda a entender la creciente brecha entre Corea y Chile. En los años 70, Corea no solo tenía una complejidad económica mayor a la de Chile, también estaba posicionada mejor en el espacio de productos. Corea exportaba productos que conducían a este país hacia nuevos caminos, como productos electrónicos y maquinaria. Chile estaba posicionado en la periferia de este espacio de conocimiento productivo. Corea no solo tenía superioridad en complejidad económica, sino que también tenía más potencial para hacer crecer su complejidad.

Aun así, esta no es una historia de determinismo económico. Por el contrario, la transformación estructural de países como Corea o Singapur no resultó solamente de las fuerzas del mercado, sino que incluyó también un trabajo coordinado entre gobiernos y empresarios orientado a la apertura de nuevos sectores y mercados.

Una de las historias mas folclóricas es la de Samsung, que parte en los años 30 como una empresa de abarrotes. En los 60, Samsung se da cuenta de que los transistores eran el arroz del futuro, como me contó Ryan Cho, un amigo del gobierno coreano que trabaja promoviendo la ciencia y la tecnología. Corea es uno de los países que más invierten en ciencia y tecnología, con una inversión mayor al 4% del PIB. ¡Esto es 1.000% más de lo que invierte Chile!

Otras historias incluyen el desarrollo del sector automotriz. Kia fue de fabricar bicicletas, a motocicletas y automóviles. Hyundai recibió apoyo del gobierno durante los 70 y 80 para crear las distintas partes del ecosistema automotriz. Más recientemente, esos esfuerzos se han orientado en sectores como la electrónica. Aquí hay historias interesantes, como la guerra del cristal líquido. De hecho, a finales de los 90, Corea decide arrebatarles el mercado de los monitores de cristal líquido a Japón. Para lograr esto, apuesta a saltarse una generación tecnológica.

Lo que hay que entender aquí es que las tecnologías como el cristal líquido se producen a través de procesos que cambian, dando paso a “generaciones” discretas. Cada generación puede producir pantallas más grandes y baratas, pero solo luego de escalar una curva de aprendizaje. Por lo que, en el corto plazo, las tecnologías nuevas producen pérdidas. Pero en el largo plazo, superan a las generaciones anteriores (si sobreviven).

Saltarse una generación no es trivial. La industria entera puede quebrar si es que no escala la curva de aprendizaje lo suficientemente rápido. Es por eso que estos saltos estratégicos requieren la coordinación y el apoyo de actores públicos y privados. En el caso de Corea, hay que entender que ganar la batalla tecnológica no era solo un objetivo para algunas empresas, sino que para el país.

Durante los últimos 50 años, el desarrollo de Chile también fue limitado por la estructura del espacio de productos. Fuimos de exportar pescado congelado a pescado fresco. De frutas a jugo y mermeladas. Son famosos los salmones, los kiwis y los arándanos. Pero esos saltitos no movieron la aguja de la complejidad económica. Seguimos en la medianía de la tabla, cerca del lugar 60. Fuimos capaces de mover la barra en el PIB, pero no la de la complejidad necesaria para crearlo. Ahora, le pedimos más al mismo modelo. Un modelo que ya no tiene por dónde más dar.

¿En qué fallamos? Por un lado, Chile ha tenido algunos esfuerzos estratégicos. Corfo es una agencia reconocida en la región por sus proyectos en sectores tecnológicos y culturales. Pero, por otro lado, tenemos 50 años de gobiernos mezquinos en su apoyo a la ciencia y la tecnología, un sector privado extremadamente conservador, y una población muy desinformada sobre los procesos de desarrollo económico. En Chile, uno levanta una piedra y encuentra a alguien pontificando la idea de agregarles valor a las materias primas, como si Corea hubiese entrado al sector automotriz porque tenía mucho petróleo y mineral de hierro. El desarrollo funciona siguiendo los caminos del conocimiento, no el de los átomos, porque los átomos son más fáciles de mover. Por algo Corea, y no Chile, es uno de los líderes mundiales en baterías eléctricas. El litio, que tiene un mercado global más pequeño (US$ 1,14 MM ) que el de las guindas (US$ 2,45 MM)), no es el factor limitante. El conocimiento y la coordinación entre las empresas y el gobierno lo es.

¿Podrá Chile empezar un camino de transformación estructural? ¿Podremos poner la complejidad económica como un objetivo? ¿Desarrollará la élite económica una idea de impacto que la lleve a apoyar actividades creativas? ¿Liderarán la transformación estructural con sus proyectos e inversiones? ¿O seguirán con la misma historia, de que “si pongo dinero en esta mina, o en esta termoeléctrica,” tengo un mejor retorno (aunque sin desarrollo ni gloria)?

De hecho, la complejidad económica no solo ayuda a predecir el crecimiento económico. También explica variaciones en los niveles de desigualdad de los países. Los datos dicen que es muy improbable tener la desigualdad de Suecia o Suiza con la estructura productiva de Chile o Perú (eso no ocurre). La redistribución a partir del Estado es importante. Pero no puede levantar todo el peso de la desigualdad. La mejor manera de redistribuir es con mejores empleos, como los que demandan los sectores más complejos de la economía global. Sin la transformación estructural, cualquier esfuerzo de redistribución, que se base solo en lo político, será insuficiente.

¿Se transformará el gobierno chileno en un gobierno emprendedor? ¿O seguirá creyendo que el mercado resuelve los problemas de los sectores que aún no están, incluso cuando estos requieren capacidades estratégicas que son difíciles de acumular?

¿Seguirá la población chilena aferrada a la idea de que la riqueza esta en la tierra? ¿O llegaremos a entender que proviene del conocimiento? ¿Lograremos generar una cultura que promueva la creatividad y la innovación? ¿O seguiremos siendo importadores de cultura y tecnología, chaqueteando a los innovadores y admirando lo extranjero, como nos recuerdan las canciones de los Prisioneros?

En la última década hemos aprendido mucho sobre cómo funcionan los procesos de transformación estructural. Con la complejidad económica tenemos mejores metas. Con el espacio de productos, tenemos una idea de qué tan difícil es alcanzarlas. Ahora todo depende de nosotros. No arruinemos esta oportunidad. Que este siglo nuestra historia sea distinta. Estamos aún a tiempo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario