Clarin.comOpinión01/03/16
¿Otra vez atraso cambiario y endeudamiento externo?
Debate
Guillermo Rozenwurcel y Ramiro Albrieu
Guillermo Rozenwurcel es economista (UBA, CEDES, CONICET).
Ramiro Albrieu es economista (UBA, CEDES).
A mediados de los setenta, los sensatos argumentos de Ronald McKinnon en su Money and Capital in Economic Development racionalizaban la conveniencia de la apertura al financiamiento externo como forma de romper con las bajas tasas de ahorro y la represión financiera imperantes en los países emergentes.
Una vez que los países abrieron la cuenta de capital y accedieron al financiamiento internacional, la lectura de muchos presidentes y juntas militares resultó un poco distinta a la de los académicos. El financiamiento externo representó para ellos algo más terrenal (y tentador): una vía fácil para evitar la condicionalidad de los organismos multilaterales y, en definitiva, posponer el ajuste necesario en las cuentas externas. Ajuste que llegaría, tarde y mucho más drásticamente, con la crisis de la deuda de 1982.
En 1993, luego de la primera “década perdida” de crecimiento ocasionada por esa crisis, aparecía otro texto de McKinnon, The Order of Economic Liberalization: Financial Control in the Transition to a Market Economy, e incorporaba el aprendizaje del pasado entonces reciente. Decía allí Mckinnon que el manejo de los flujos de capital en una economía emergente se asemeja a caminar sobre un campo minado, donde el próximo paso puede ser también el último.
Transcurridos dos meses de gestión, el gobierno de Mauricio Macri parece haber manejado la remoción del cepo cambiario razonablemente bien, sobre la base de una fuerte devaluación de la moneda. A partir de ese logro, se abrió la posibilidad de un escenario benévolo de corto plazo, opuesto al de la inestabilidad financiera y la corrida cambiaria. En este escenario la entrada de capitales permitiría alivianar las tensiones existentes en el mercado de cambios -e incluso financiar las importaciones necesarias para volver a crecer, por un lado, y la corrección gradual de los desequilibrios fiscales por el otro.
El éxito de Macri en Davos y más en general el impacto positivo del nuevo gobierno en la comunidad financiera internacional permite aventurar que dicho escenario es factible. Argentina podría diferenciarse positivamente del resto de los emergentes, muchos de ellos fuertemente sobreendeudados luego de varios años de tasas de interés internacionales cercanas a cero.
¿Cuáles es el principal riesgo de este escenario? La complacencia. Más específicamente, olvidar que el cepo fue una respuesta a un problema macroeconómico recurrente en Argentina: el atraso cambiario sostenido con deuda externa o términos de intercambio favorables, que se pretenden “permanentes” aunque siempre resultan temporarias. Una mala respuesta, seguro; una que profundizó antes que redujo la escasez de divisas y las tensiones en el mercado de cambios. Pero una respuesta frente a un problema real a fin de cuentas.
¿Cambió el panorama con el salto del tipo de cambio de diciembre? No demasiado. Si bien el tipo de cambio real con respecto a Estados Unidos retornó a los valores de los meses previos a la implantación del cepo, el tipo de cambio real con respecto a Brasil -una medida muy relevante para evaluar nuestra competitividad externa- apenas regresó a los valores de mediados de 2013, y se encuentra un 50% por debajo del valor previo al cepo.
Cabe señalar que en la misma línea, Rubén Lo Vuolo planteó preocupaciones similares en su artículo “¿Nos conviene esta receta económica?”, publicado en este medio el 23 de febrero pasado.
Como ya señalamos, el atraso cambiario representa una tentación difícil de manejar. Y más aún con elecciones de medio término cruciales para el nuevo gobierno en el horizonte, que plantean una economía política muy difícil de abordar. Esto por el conflicto que se plantea entre demandas sectoriales inconsistentes entre sí y los inevitables costos de la corrección de los desequilibrios macroeconómicos heredados de la gestión anterior.
La combinación de esa tentación con la de los mercados internacionales a la búsqueda de nuevas oportunidades en un escenario global poco atractivo puede resultar nefasta para el país si, como tantas veces, prevalece el “cortoplacismo”, es decir, el intento de resolver las urgencias inmediatas sin atender a la sostenibilidad futura de la economía.
La oferta de financiamiento puede llegar a pesar de una inflación acelerada, el déficit fiscal y el atraso cambiario. Después de todo, lo ocurrido en Davos también nos enseña que en la arena internacional el giro hacia los mercados que representa Macri en el contexto de la región puede pesar más que una desapasionada evaluación del riesgo basada en el estado de salud de la macroeconomía argentina.
Es aquí donde nos interpelan los dos McKinnon: ¿debemos seguir al primero y pensar que la recuperación de la credibilidad en la comunidad financiera basta para enderezar el rumbo de la economía, o debemos escuchar al segundo y, en consecuencia, tratar de atacar al atraso cambiario y evitar la procrastinación? Nos gusta más el segundo McKinnon. Creemos que es éste a quien el gobierno debería escuchar.
Clarín
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