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sábado, 27 de febrero de 2016

La posibilidad de mantener una casa con pura energía solar



El desafío de vivir del sol
El arquitecto Josep Bunyesc reformula la idea de habitabilidad para la conquista de luz natural

ANATXU ZABALBEASCOA - El País





El arquitecto Josep Bunyesc.

La Unión Europea le ha puesto fecha: a partir de 2018, los edificios públicos que se construyan deberán tener un consumo energético casi nulo. Dos años después sucederá lo mismo con las viviendas. Y ese “casi nulo”, la poca energía que se consuma (un 10%), deberá proceder de fuentes renovables. El objetivo es rebajar las emisiones de CO2 en un 20%. Y, aunque no parezcamos creerlo, los beneficiarios seremos nosotros y el ya agónico planeta. A pesar de la urgencia y ese largo plazo –que no responde a ella–, la normativa energética que se avecina impone el respeto de lo desconocido. Pero no asusta al arquitecto Josep Bunyesc (Lleida, 1979), que lleva años ideando cómo evitar depender de energías no renovables.



El less is more (menos es más) energético, como él lo llama, lo aprendió en Bélgica, donde llegó tras construir con madera en Suiza. De estos países regresó para levantar la primera casa pasiva española –su propia vivienda en Lleida–. Desde entonces, Bunyesc no ha dejado de mejorar el invento. Su casa ya no solo no consume energía, ahora acumula la suficiente como para alimentar un coche eléctrico, el Toyota Prius híbrido que él mismo utiliza. Y sin embargo generar su propio combustible no es su última aventura. Se puede decir que este arquitecto-inventor vive del sol: acaba de patentar un muro translúcido capaz de acumular energía solar sin necesidad de interrumpir la iluminación.



¿Pero qué es una casa pasiva? Se trata de una vivienda que se adelanta a los desafíos energéticos gracias a tres factores: un trabajo previo de aislamiento –que protege del frío y también del exceso de calor– gracias a una buena orientación –para captar energía solar– y gracias al diseño –que permite alterar la incidencia de los rayos del sol–. Las viviendas pasivas acumulan la energía que consumen recurriendo a la tecnología y a la arquitectura. Incluso les sobra cuando están bien ideadas. Es el caso de la de Bunyesc. Desde que en el año 2009 levantara esa casa y estudio a las afueras de Lleida, él y su familia –su mujer y sus dos hijas mellizas de siete años– no han pagado nunca más de 300 euros por mantener su vivienda a 20 grados todo el año. Una factura que va a menos: “Hoy apenas gastamos 100 euros en leña local”. El coste de la casa le salió a mil euros el metro cuadrado. En seis meses estaba terminada

Su casa fue clave para poner a prueba lo que este arquitecto había aprendido en la Escuela Politécnica de Lausana. “Pensé que la teoría que me explicaron en el laboratorio de energía solar dirigido por físicos e informáticos (LESO) la tenía que probar un arquitecto. Y quise hacerlo en nuestro clima y ver qué pasaba a lo largo de todo un año. Investigación y desarrollo, lo que llaman I+D”.



Con su vivienda funcionando, el siguiente reto fue aún más difícil: tratar de conseguir clientes. Una gran mayoría prefiere comprar una casa más por su aspecto que por su relación con la energía. ¿Cómo evitar que lo tomaran por un hippy utópico y empezaran a escucharle como arquitecto realista? “La gente no puede creerse de entrada el consumo cero porque no lo ha visto nunca”, responde. Por eso, más allá de sus conocidos, sus primeros clientes fueron extranjeros “o locales con una formación ambiental que les llevaba a creer en un consumo nulo”. Es cierto que su propia casa le sirvió de tarjeta de presentación. La demostración real de lo que explicaba vivía en Lleida y no en los cálculos de unos físicos.

Además de para encontrar clientes, Bunyesc tuvo que romper moldes para construirse un pequeño equipo: “Gente joven como yo, sin la contaminación ni la costumbre del hacer convencional cuya inercia dificulta mejorar e innovar”. En su despacho son tres. Y cada vez tienen más trabajo, aunque el desarrollo de este tipo de arquitectura es lento y minoritario. En España no es pasivo ni el 1% de lo que se construye –“de las 4.000 viviendas que se levantaron en Cataluña el año pasado, solo 20 eran pasivas”, explica– a pesar de que la normativa europea prevista para 2018 se acerca. Con todo, las cifras mejoran año a año. Por ejemplo en 2010, de las 20.000 casas edificadas, solo dos fueron ideadas para tener un consumo energético casi nulo.

Por eso Bunyesc insiste en la urgencia del reciclaje y la puesta al día con el resto de Europa: “En las universidades ya se tendría que hablar casi solo de esto. Será el marco normativo de la profesión cuando salgan a trabajar los estudiantes de hoy”.

Todo lo que ha construido Bunyesc desde que se convirtiera en arquitecto hace poco más de una década es pasivo. Y ahora se podría decir que también activo. Un día se dio cuenta de que sus paneles fotovoltaicos de energía solar captaban mucha más energía de la que su hogar necesitaba. Eso le llevó a pensar en la vivienda como fuente de energía. Una energía que en España no se puede comercializar, pero sí consumir, es decir, emplear en coches eléctricos o bicicletas. Así, hoy la primera casa pasiva que se levantó en España se ha transformado en un edificio que acumula más energía de la que necesita. Una casa activa que acumula el combustible que le sirve a la familia Bunyesc para organizar su transporte.


Jardín de la casa que Bunyesc amplió en La Floresta. Albert Jódar

Ahora el proyectista se centra en un tercer paso: almacenar energía en su vehículo para trasladarla con su batería a la vivienda. De esta manera, el motor híbrido del coche acumularía la energía auxiliar que se podría utilizar para calentar la casa los días en que no haya sol. Bunyesc parece tener lucidez y amplitud de miras para adelantarse al futuro. Ha previsto que un mismo vehículo se pueda compartir entre vecinos. “La reversibilidad energética se está experimentando ya en Japón”. Él confía en poder ensayarla en breve también aquí.

Frente a cualquier literatura, Bunyesc es un hombre de hechos, un empirista de prueba y error. Por eso, tras un lustro de experiencia, sabe que para aislar un edificio lo mejor es recurrir a dos clásicos: la lana y la madera. Con la primera –compacta en paneles– abriga la casa por dentro. Con la segunda, la sustenta y la protege. Utiliza tableros de madera reciclada porque son un material transpirable que permite la evacuación de humedad y, por tanto, evita la condensación. Para ventilar sus edificios utiliza un sistema de conductos y pozos de aire que hace que no sea necesario abrir las ventanas para renovar el aire. Eso permite mantener el calor del interior: una temperatura de 23 grados cuando en la calle los termómetros no alcanzan los 10.


Muro translúcido captador de energía solar. Stella Rotger

El último de sus proyectos-invento es un muro transparente que capta energía solar. Se trata de que el panel se incorpore a la arquitectura de manera visible y con otros valores más allá del energético. Además de aislar y acumular poder calorífico, el muro no interrumpe la llegada de la luz. El arquitecto lo usó hace un año para reacondicionar una masía en la falda de los Pirineos. Y puede decir que ha sido un éxito: los paneles compuestos por ocho capas de policarbonato mantienen la temperatura interior a no menos de 20 grados en invierno. En verano, el sol está más alto, el muro no se calienta y la casa permanece fresca. Bunyesc cuenta que los dueños de la masía –que rehabilitó por 700 euros el metro cuadrado– han puesto a la venta la estufa que, faltos de fe, compraron. Y es que, pese a ser pura lógica, cuesta creer en los inventos de este arquitecto que pretende vivir del sol. ¿De dónde le nace esa obsesión por la lógica energética? “Yo salgo de la nada”, cuenta. Con un padre empleado de banca y una madre maestra –que ha dedicado media vida a los cuidados de su hermana, nacida con una cardiopatía congénita–, no ha heredado ninguna saga. Pero con su desaparecida hermana Anna, una filóloga especializada en francés que murió con 25 años, comparte la vivencia de los retos con más pasión que miedo. El próximo “es que el cliente público, con mucha inercia, empiece a creer que esta aparente utopía del autoconsumo es ya una realidad, aunque nos digan que no es posible. Aunque traten de aparentar lo contrario”.

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